14 de diciembre de 2025, 17:56:11
Opinión


Mentir y decir mentiras

Juan José Laborda


Miguel Eyquem, señor de Montaigne, conocido como Miguel de Montaigne (1553-1592), escribió sus “Essais”, los “Ensayos”, la obra que da nombre a un género y que será uno de los libros más influyentes de la literatura filosófica europea. La madre de Miguel de Montaigne descendía de una familia de sefardíes del reino de Aragón, y varios miembros del linaje fueron condenados a la hoguera por la Inquisición. En mi panteón particular he tenido a Montaigne junto a Juan Luis Vives (1492-1540), el gran humanista valenciano, amigo de Tomás Moro y de Erasmo de Rotterdam; sus tragedias familiares estuvieron causadas por el mismo fanatismo religioso. Vives y Montaigne son símbolos del humanismo renacentista, y su común pertenencia a familias hebreas nos señala la enorme importancia que los judíos, sean o no cristianos nuevos, han tenido dentro del gran pensamiento europeo.

Esta semana hemos conocido la sentencia sobre el desastre del buque “Prestige”. No se entiende; y cuando el Derecho es ininteligible, lo más probable es que no será otra cosa que injusticia. Confiemos que el posible recurso nos devuelva la confianza en la Justicia. Oigo que ayuntamientos franceses, perjudicados por aquella marea negra, quieren sumarse a los posibles recursos, y me doy cuenta que el escándalo es internacional. Ventajas -en este caso- de la globalización.

¿Por qué he arrancado con Miguel de Montaigne? Porque el capítulo IX de sus “Ensayos” trata “De los mentirosos”. Montaigne será, junto con George Orwell, el autor de las páginas más inteligentes dedicadas a la mentira, y sus consecuencias morales y políticas. En ese capítulo de “Ensayos”, Montaigne hace un descubrimiento:

Su descubrimiento consiste en que la antropología, la semántica y la moral humanista forman un todo relacionado. Unas líneas después, leemos: “Si, como la verdad, la mentira no tuviese más que una cara, estaríamos mejor dispuestos para conocer aquélla, pues tomaríamos por cierto lo contrario de lo que dijera el embustero. Pero el reverso de la verdad brinda cien mil aspectos y es como un campo indefinido. Los pitagóricos creen que el bien es cierto y limitado, y el mal infinito e incierto. Mil caminos separan del fin y uno solo nos conduce a él.”

En verdad, la mentira es un vicio maldito…Si conociéramos todo el horror y transcendencia de la mentira, la perseguiríamos a sangre y fuego, con mucho mayor motivo que otros crímenes”, escribiría Montaigne entre 1570 y el año de su muerte.

Después de haber conocido los horrores del totalitarismo del siglo XX, y cómo esos crímenes se sustentaron en unos lenguajes políticos mendaces -la “neolengua” que nos advirtió George Orwell-, la verdad debería ser la regla máxima de comportamiento en la democracia, y eso comprende: la verdad en la Justicia, en el parlamento, en la información pública, en los debates institucionales, en el periodismo, etcétera, etcétera, etcétera. El daño de sustituir los hechos por la propaganda constituye la peor consecuencia de las actuales malas artes políticas.

Ahora bien, Montaigne ve una diferencia entre dos acciones: “Sé muy bien que los retóricos establecen una clara diferencia entre mentir y decir mentiras, asegurando que decir mentiras es decir una cosa falsa, tomada por verdadera.”

Significa que no es lo mismo equivocarse que engañar. ¿Está equivocada la sentencia del caso “Prestige”? Lo sabremos cuando se produzca la definitiva. Que no se cierre el enjuiciamiento de unos hechos con la sentencia de un juzgado local (incapaz -al menos- de medir su transcendencia) es propio de un Estado moderno y civilizado. El “desengaño” -una hermosa palabra de nuestro idioma que seduce a Marc Fumaroli- puede que no sea definitivo.

Ese proceder se sustenta en la misma lógica del moderno debate democrático; el debate en las democracias liberales tiene en el parlamento su lugar escogido, y también su necesario espacio. Una persona que vivió en La Coruña aquel suceso ha declarado estos días, en una emisora de radio, que la sentencia le ha parecido tan chapucera como fue chapucera la respuesta política a la catástrofe: “lo que se ha hecho mal, mal acaba”.

El Gobierno ocultó al parlamento la verdadera dimensión de lo que le ocurría al barco. El Diario de Sesiones del Senado recoge cuál fue la respuesta del ministro responsable, Álvarez Cascos, a una pregunta que le formulé, la primera que se le hizo en aquellos días en las Cámaras. Estuvo en línea con las más de 20 notas del ministerio de Fomento: no había riesgo alguno. Tres días después de que el buque fuese alejado de la costa, Fomento publicó un comunicado en el que se afirmaba que éste ya no perdía fuel, y eso estaba en contra de los informes visuales que se hicieron ese día. ¿Cuál fue la aportación de la oposición en el debate parlamentario que se produjo entonces? Fue poco acertada; no fue capaz de señalar que -al menos- se decían mentiras. En lugar de abrirse a las múltiples iniciativas que existieron nada más conocerse el accidente, el debate se constriñó a lo que dijo un solo portavoz, el del Congreso, y esa decisión perjudicó entonces el conocimiento crítico de los hechos, y 11 años después, creo que ese error se evidencia en la sentencia.
El Imparcial.  Todos los derechos reservados.  ®2025   |  www.elimparcial.es