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Cultura | |||
En el Centro Conde Duque, de Madrid |
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El Conde Duque recupera el legado de la voz silenciada de De Champourcin |
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El Centro Conde Duque inauguró este jueves una exposición sobre Ernestina de Champourcín, poetisa de la Generación del 27 a la que el tiempo aún no ha puesto en su lugar. La muestra permanecerá abierta al público hasta el 23 de marzo, y albergará innumerable documentación y material gráfico sobre la autora, además de objetos personales y manuscritos. Considerada como la representación femenina más importante de preguerra, Gerardo Diego contó con poemas de la escritora para su antología contemporánea. Así recibió su bautizo literario pero, al bucear en su obra es imposible no sospechar que fuera la propia Ernestina la que le eligiera a él como testaferro intelectual, y no al revés, pues cada uno de sus poemas deja un halo de perfume primaveral tras su lectura, sensualidad tardorromántica que no está al alcance de cualquier retórico. La poetisa nace en Vitoria, a principios de siglo XX, y se da a conocer como autora en 1926 gracias a su primera publicación, "El Silencio", de remarcado estilo modernista, inspirado en el magisterio de su amigo Juan Ramón Jiménez. Dicen que cuando se le preguntaba en vida por su amistad con el premio Nobel, le brillaban los ojos. A partir de entonces, se sumerge de lleno en el mundo de las letras. Sin embargo, los libros de texto rebosan obra y milagros de coetáneos como Lorca, Salinas, Diego o Juan Ramón, cuyo refulgir cegaba, literalmente, a un público lector que sin duda se hubiera enamorado de los versos de Champourcín. Pero los círculos intelectuales de la época permanecían cuasi herméticos ante las plumas femeninas, a pesar de que se dejaran caer, como ella, en las tertulias del Café Gijón. Justicia poética, genio y voz Mucho se sabe de los hermanos Machado, poco de Concha Méndez o de Josefina de la Torre, "colegas" de la Champourcín. Esta exposición resaltará su figura literaria más allá de lo anecdótico y recalcitrante del hecho de aparecer en antologías poéticas feministas de preguerra. Su obra está incluida como igual, dejando a un lado la tiránica lucha de sexos, porque ella nunca fue militante feminista. "Es una mentira como una casa", aseguró a la periodista Edith Checa en una entrevista de 1996. "Soy feminista en el sentido de que creo que la mujer tiene sus derechos y hay que respetarlos. Pero no he escrito nada feminista, nunca. Me he dedicado a la poesía nada más", sentenció categórica. En el Madrid del "No pasarán", allá por noviembre del 37, deja a un lado la "mentefactura" para ataviarse con el uniforme de enfermería. Trabajó en el orfanato de niños que habían financiado Juan Ramón Jiménez y su mujer Zenobia Camprubí, antes de un exilio que la hizo recalar en México. Más de 30 años al otro lado del charco en que cultivó creaciones que evocan lo espiritual, quizá alentadas por la nostalgia: aunque declarase abiertamente que fuera muy feliz, intentó volver a España en repetidas ocasiones, sin éxito. Su matrimonio con el también poeta y secretario personal de Azaña, Juan José Domenchina, le impedía pisar territorio nacional. Acompasó entonces sus poemas a la métrica de los "hai kais" japoneses, cajitas de pequeños bombones líricos compuestos con la intención de desnudar su alma ante la Divinidad. De izquierdas y con una férrea convicción religiosa, Champourcin nos cede un legado incomparable. |
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