19 de octubre de 2025, 9:03:27
Opinión


Rebelión en las aulas

Rafael Sánchez Mantero


Las últimas agresiones a profesores en este recién comenzado curso escolar y las medidas que ha propuesto la Comunidad de Madrid para proteger a los docentes han relanzado el debate sobre la enseñanza y han avivado la polémica sobre el comportamiento de los jóvenes. El problema viene de lejos y, además, no se circunscribe solamente al ámbito español. Acaba de publicarse en Francia, con un gran éxito editorial, un libro cuyo titulo es bien significativo: “Madame, vous êtes une prof de merde”. Su autora, una joven profesora que oculta su verdadero nombre con el de Charlotte Charpot. En las páginas del libro, Charpot relata amargamente su experiencia docente en liceos de Nimes y de Bruselas, en los que ha sufrido los insultos y las vejaciones que le han producido los alumnos a los que ha tratado de enseñar durante los últimos años, además del desencanto y las frustraciones de una persona con una gran vocación por la docencia. Seguramente, muchos profesores que ejercen como tales en colegios y escuelas de nuestro país podría escribir con su experiencia páginas tan desgarradoras y pesimistas como las que ha escrito la profesora francesa. ¿Qué está pasando con los jóvenes? ¿Cómo se explica esta revolución en las aulas por parte de unos adolescentes que tienen ahora más oportunidades de acceder a la educación que han tenido nunca en la historia?

Lo más desconcertante es que esa situación de indisciplina, falta de respeto y hasta violencia en las clases, no se produce sólo en los centros situados en barrios marginales o con problemas de integración, se registra también en las escuelas con un alumnado procedente de familias acomodadas y con un género de vida aburguesado. Y no sucede solo en Francia, en Bélgica, o en España: se trata de un fenómeno universal con más o menos variantes en cada país. Los sociólogos, pedagogos y responsables políticos no acaban de atinar a la hora de señalar las causas de fenómeno. Su etiología no es fácil de determinar. Nadie parece tener hoy la receta. Pero hay que alentar el debate y participar en él, porque lo que de ninguna manera se puede hacer es lamentarse, echar la culpa al Gobierno o a la política educativa y adoptar una actitud contemplativa. El remedio, si lo hay, corresponde a los padres, a las televisiones, a la prensa, también a los políticos desde luego, como a los propios profesores y, si me apuran, a la sociedad en su conjunto.

Investir a los profesores de una mayor autoridad puede servir de ayuda y hay que aplaudir la medida, pero dudo de que sea la solución definitiva. Es toda la sociedad la que tiene que tomar conciencia de la importancia de la escuela. Pero también la sociedad debe saber que no se puede hacer recaer en los maestros toda la responsabilidad de la educación de los jóvenes. La escuelas no pueden convertirse en guarderías sociales, ni los profesores asumir funciones que están más allá de sus competencias.
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