Cuando todo parecía más o menos encaminado en Grecia, el líder de la oposición se descolgaba con una negativa a apoyar los recortes propuestos por Papandreu. Semejante ocurrencia añade una nota de incertidumbre que bien podría tornarse en catástrofe si los conservadores helenos cumplen su amenaza. Ya lo dejó bien claro Durao Barroso; no hay plan B. Dicho de otro modo, o se aprueban las medidas de Papandreu o la tragedia griega se podría extender a todo el continente. Cuesta entender la postura irresponsable de una oposición que, en palabras de su líder, Antonis Samaras, prefiere caer en bancarrota antes de que sus paisanos paguen más impuestos.
Lo que la oposición griega tiene que asumir es que la situación es desesperada; y los ciudadanos griegos, entender que el ajuste se produce siempre: la realidad lo impone en cualquier caso, la única opción para la ciudadanía es hacerlo de la manera menos traumática posible. Eso es todo. No hay más opciones y, si los griegos no se dejan ayudar ahora, el terremoto que provocarán hará muy difícil que pueda haber más ayudas en el futuro. Qué duda cabe de la impopularidad que entraña elevar la presión impositiva a una sociedad en franca decadencia económica. Pero mejor eso que conducir al país a la quiebra y, con ello, someter al resto de Europa a un cataclismo de imprevisibles consecuencias. El martes es la fecha tope. Más les vale recapacitar de aquí a entonces.
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