14 de diciembre de 2025, 17:57:15
Opinión


A buenas horas: el Presidente Zapatero, El País y el señor Cebrián



José Luis Rodríguez Zapatero ha sido un personaje intocable entre los suyos durante estos siete años largos que lleva al frente del Gobierno. Eso sí, una vez sabido que no repetirá como candidato se ha abierto la caja de los truenos y, de pronto, empiezan a surgir voces discordantes. Las últimas, sumamente autorizadas, provienen del diario El País, que se despachaba ayer a gusto con un editorial y una tribuna de Juan Luis Cebrián en contra del todavía inquilino de la Moncloa. Devastadores ambos, bien fundamentados, y bien escrito -el editorial- conciso y al grano. Lástima que haya llegado un poquito tarde.

A buenas horas se caen del guindo en PRISA. Si algo tiene José Luis Rodríguez Zapatero es que nunca ha ocultado cuáles eran sus facultades y alcances, quizá por lo limitado de los mismos. Con poco fuste académico, monolingüe -en una Unión donde todos sus colegas hablan más de un idioma, aparte del inglés- y una experiencia laboral prácticamente nula, Zapatero pudo optar por rodearse de un equipo brillante para tapar sus carencias. En lugar de ello, abrió las puertas a la mediocridad de Pajines, Aidos y Madinas. Eligió desde el primer momento a nacionalistas y radicales de izquierda como compañeros de viaje, en detrimento de su socio constituyente natural en materias de estado, el PP: una estrategia demoledora, desde el punto de vista de nuestro sistema político, predicada en unas conversaciones precisamente entre el señor Cebrián y el Presidente González y publicada allá por los años noventa.

El señor Zapatero ha sido el peor presidente de la democracia, un resultado predecible tras unas cuantas conversaciones con nuestro político leonés. Lo que debería explicarnos el primer grupo periodístico español es cómo, durante años, -al menos hasta las inexplicables aventuras mediáticas hostiles del señor Zapatero- PRISA impulsó, apoyó y sostuvo, hasta encumbrarle para dirigir un país de un volumen similar al de Canadá, a un personaje incapaz de pasar el corte de una empresa mediana, o acceder a un puesto modesto de la administración, o entrar en una pequeña universidad de provincias. Hace muchos años que el señor Zapatero dejó de ser un secreto para nadie. No hacía falta tener dotes de clarividencia para concluir que, con un personaje así al frente del Gobierno, el desastre entraba dentro de la hipótesis más probable. Esas dos tardes en las que Jordi Sevilla se comprometió a explicar al Presidente algunas nociones básicas de economía no parece que hayan servido de gran cosa, a juzgar por los devastadores efectos de la crisis. Dio carta blanca al gasto público sin mesura, domesticó a los sindicatos, blindando el mismo mercado laboral que luego ha tenido que reformar a medias. Con un discurso centrado en la identidad, territorios y derechos históricos, en lugar de ciudadanos libres e iguales, ha vaciado de contenido filosófico a la izquierda española, cosechando el mayor desastre electoral para un partido de izquierda desde que existen registros electorales y desarbolando en las regiones nacionalistas el cimiento del voto constitucional y de izquierda.

Tampoco han ido mejor las cosas en política exterior, donde el deterioro de la imagen de España ha sido una constante desde el 14 de marzo de 2004, hasta convertir a un país que recogió como modelo de seriedad y solidez, en otro bien distinto, ejemplo de ruina e irresponsabilidad. Precisamente Jordi Sevilla fue uno de los primeros en discrepar públicamente. Junto con Leguina, han sido casi los únicos del entorno socialista que se han desviado del discurso oficial. Nadie más en siete años. Y el grupo PRISA no es una excepción. ¿Qué clase de fascinación ha sido capaz de ejercer José Luis Rodríguez Zapatero en la izquierda para que nadie viese -o quisiera ver- lo que se venía encima? De ahí que, como dijo no hace mucho Rodríguez Ibarra, tras Zapatero hay más gente. Su Guardia de Corps, José Blanco, entre ellos. Y sus medios afines. Y por más que Zapatero sea el principal responsable, no es el único. Deben tener también su cuota los que por acción u omisión, de palabra o por escrito han sido partícipes de todo este despropósito. Por más que ahora haya quien quiera abandonar un barco que se hunde pero que navega a la deriva casi desde sus comienzos.
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