Jueves 25 de octubre de 2012
Cuesta entender la polvareda levantada por las declaraciones de José María Aznar, pidiendo abordar una reforma del modelo territorial que permita tener un Estado “más ordenado, más eficiente, más justo” y que “reafirme los principios de la España constitucional” Cuesta igualmente hallar las supuestas amenazas hacia Cataluña que, como denuncian los nacionalistas, dichas palabras supuestamente contendrían. Resulta, en cambio, sumamente sencillo compartirlas. Pedir un modelo de Estado más justo y eficiente es algo que no debería mover a escándalo, de no ser porque quienes tienen que cambiar el actual statu quo tengan otros intereses de poder.
Unos, los nacionalistas, por motivos más que evidentes: su política de chantaje y victimismo se vería atemperada con una reforma que velase por la solidaridad fiscal y que primase a ciudadanos iguales en detrimento de territorios aventajados. Otros, los socialistas, porque viven en una mezcla de complejo e indefinición sobre lo que es España -palabra que a algunos parece hasta incomodarles- de proporciones considerables y porque, de un tiempo a esta parte, han perdido su coherencia filosófica convirtiéndose en un partido nacionalista, en lugar de internacionalista e intercambiando ciudadanos por territorios. Como han dicho varios líderes populares estos días, hace falta un PSOE fuerte que sea alternativa. Y hace falta también como compañero de viaje en cuestiones clave de estado, como rediseñar un modelo territorial diferente. A la vista está que el actual es injusto, carísimo e ineficaz. Aznar ha llamado a las cosas por su nombre, con un diagnóstico tan certero como digno de tenerse en cuenta. Lo ideal sería que Génova y Ferraz tomasen buena nota y actuasen en consecuencia. El interés común de España debería estar por encima de partidismos y complejos trasnochados.
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