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CRÍTICA

Cormac McCarthy: El Sunset Limited

domingo 20 de mayo de 2012, 16:09h
Cormac McCarthy: El Sunset Limited. Traducción de Luis Murillo Fort. Mondadori. Barcelona, 2012. 96 páginas.14, 90 €
El problema del mal ha ocupado y preocupado al escritor norteamericano Cormac McCarthy ( Rhode Island, 1933) en buena parte de su novelística. Aunque esa inquietud no está volcada en una literatura de carácter discursivo, sino en potentes historias y personajes de almas oscuras, cuya dureza se alza como toda una deslumbrante metáfora de la sinrazón de un mundo lleno de “ruido y de furia”. Curiosamente, la primera novela de McCarthy, El guardián del vergel, llegó a Albert Erskine, que había sido el editor de Faulkner hasta su muerte, y que se convertiría inmediatamente en el de McCarthy. Así, ¿quién no recuerda a Anton Chigurt, el despiadado e implacable asesino de No es país para viejos, para el que el encargo de recuperar una suculenta cantidad de dinero es, en realidad, una mera excusa para el frío placer de apretar una y otra vez el gatillo, o la feroz orgía que empapa las páginas de Meridiano de sangre? Libro este último que, por cierto, aparece en un significativo momento del filme de Almodóvar La piel que habito, y cuya banda sonora incluye un tema titulado Tributo a Cormac McCarthy.

En La ética de la crueldad (Premio Anagrama de Ensayo 2012), José Ovejero incluye a McCarthy, junto a Georges Bataille, Elias Canetti, Luis Martín-Santos, Juan Carlos Onetti y Elfriede Jelinek, en su nómina de “escritores crueles”, quienes, cada uno a su manera, practican una crueldad no destinada a satisfacer el morbo, sino a poner a los lectores ante sus hipocresías y mezquindades. Sin duda, en la cosmovisión de ecos faulknerianos del autor de No es país para viejos –llevada al cine por los hermanos Coen- y Meridiano de sangre, entre otras novelas, el descenso a los infiernos es condición sine qua non para explorar el mundo y al hombre. La bajada a los infiernos aparece también –no podía ser de otra manera- en El Sunset Limited, el último título de McCarthy publicado en España. Aunque, en este caso, no haya orgías sangrientas ni pétreos e inclementes criminales. Pero sí el mismo sinsentido, la misma desesperación y, sobre todo, aquí, el mismo vacío interior que arrastra a uno de los dos contendientes de la historia a intentar arrojarse bajo las ruedas de un tren, conocido como el Sunset Limited, del Metro neoyorquino.

Hemos dicho “contendientes” porque McCarthy -a quien Harold Bloom considera, junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo y Philip Roth, uno de los cuatro grandes de la novela contemporánea norteamericana- ofrece en esta obra un tenso e intenso combate verbal entre dos personajes sin nombre -en el claustrófico escenario del minúsculo apartamento de uno de ellos-, a los que solo se denomina como “Blanco” y “Negro”, haciendo referencia al color de su piel, y con ello a las diferencias sociales que aún lleva aparejadas, pero, también, a que mantienen puntos de vista hondamente enfrentados, tan distantes como lo blanco y lo negro. En esa lucha dialéctica, el lector es, primero, un espectador, para ir, después, implicándose en un conflicto que a todos nos incumbe. El Blanco es un profesor universitario, culto y de vida acomodada, que, sin embargo, es profundamente infeliz, arrastra un paralizante sentido de culpa por no haber ni siquiera visitado a su padre enfermo de cáncer, y no encuentra el menor significado a la existencia. Por eso decide suicidarse: “El mundo, básicamente, es un campo de trabajos forzados del que cada equis días sacan a unos cuantos internos (todos ellos completamente inocentes) a fin de ejecutarlos. Cuando leemos la historia de la humanidad estamos leyendo una saga de derramamiento de sangre, de codicia y de locura”. El Negro es un expresidiario y exdrogadicto, marcado por la violencia y la miseria, quien, tras estar al borde de la muerte en la cárcel, después de una brutal pelea con otro recluso, siente la llamada de Dios, hace de la Biblia su libro de cabecera, y toma como misión ayudar a los demás sin esperar recompensa alguna. Así, salva in extremis a su interlocutor en el andén del Metro y se lo lleva a su casa para intentar transmitirle otro punto de vista: “Yo no creo que el mundo pueda ser mejor que lo que cada cual le deje que sea. Viviendo en ese estado de pesimismo, dudo que vaya a haber muchas sorpresas por el lado bueno. La luz está en todas partes, lo que pasa es que usted no ve más que sombras. Y la sombra es usted. Usted hace la sombra”.

La versión norteamericana de El Sunsent Limited lleva como subtítulo Una novela en forma dramática. También puede verse como una pieza teatral, género en el que McCarthy ya había escrito The Stonemason, y fue adaptado para un telefilme, dirigido, producido e interpretado por Tommy Lee Jones, junto a Samuel L. Jackson, que encarna al personaje del Negro. No merece la pena, sin embargo, delimitar con exactitud a qué género debe adscribirse esta obra. Lo que importa es destacarla en el cúmulo de títulos intrascendentes de literatura light que hoy se publican, inmersos como estamos en La civilización del espectáculo, que conlleva una absoluta trivialización y banalización de la cultura, como muy oportuna y lúcidamente denuncia el Nobel Mario Vargas Llosa en ese ensayo, recién aparecido.

McCarthy nos plantea las cuestiones vitales que, de una u otra forma, surgen a lo largo de la vida de todo ser humano, lanzado a un mundo en el que cada vez menos hay lugar para la esperanza. Si Adorno sentenció que “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, el profesor de El Sunset Limited va más lejos: “Las cosas en las creía ya no existen. Es estúpido fingir lo contrario. La civilización occidental se esfumó finalmente por las chimeneas de Dachau, pero yo estaba demasiado encandilado para verlo.” La disyuntiva entre razón y fe, o el asunto de si comer del árbol de la ciencia acrecienta la infelicidad enfrentan a los dos personajes en esta desgarradora lucha verbal, cuyo centro es la gran pregunta, la última frontera: el Negro cree en Dios, o, mejor diríamos, necesita creer. La existencia de la Divinidad otorga sentido al mundo, pero, sobre todo, se lo proporciona a su propia vida. El Blanco, atrapado en un total nihilismo, no comparte ni siquiera la posibilidad de esa existencia divina. No vamos a desvelar si, finalmente, el primero convence al segundo de que no vuelva al andén para arrojarse al paso de ese Sunset Limited. Sobre los dos, que, gracias a la habilidad de McCarthy no resultan únicamente portadores de ideas, sino personajes de carne y hueso –con una historia personal y única-, y sobre todos nosotros, planea ese Dios escondido pascaliano. A veces tan escondido que parece -¿lo es?- inexistente.


Por Carmen R. Santos
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