Cinco años después del éxito arrasador que supuso su cuarto largometraje, Celda 211, el realizador mallorquín Daniel Monzón está revolucionando el panorama cinematográfico español con El niño, un thriller sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar protagonizado por Luis Tosar, Eduard Fernández, Sergi López, Bárbara Lennie, Jesús Carroza y el debutante Jesús Castro, convertido en fenómeno de masas de la gran pantalla. Con un presupuesto de siete millones de euros, El Niño llega a las salas este viernes cargado de acción y adrenalina y con el aval de un director que, según asegura a El Imparcial, trabaja "desde las tripas".
Después de un largo recorrido desde el inicio de este mega proyecto que es El Niño, estamos a un día del estreno. ¿Cuáles son tus sensaciones?
Lo primero, que estoy muy orgulloso de la película, y que esos cinco años que han pasado desde que estrenamos
Celda 211 han estado bien empleados. Lo importante es sentirse contento de la aventura y el viaje que significa hacer una película, que al final del camino te haya compensado humanamente y que el resultado en pantalla sea algo de lo que sentirse orgulloso. Prefiero tardar cinco años en sacar adelante una película, pero hacerla como quiero, como creo que tiene que ser, que hacer una película cada año con las que me sienta frustrado o que no me acaben de convencer. Soy muy meticuloso, muy obsesivo, un poco como el personaje de Luis Tosar.
Los contratiempos que surgieron con El Niño, ¿demuestran que ningún éxito anterior garantiza un camino fácil en siguientes proyectos?
Bueno, la verdad es que durante el desarrollo del guión y el trabajo de investigación con los protagonistas reales, todo iba sobre ruedas, recibimos mucho apoyo y yo estaba realmente confiado en parte sí por el éxito de Celda 211. Pero llegó la crisis económica y se paró de pronto, a pocas semanas de empezar el rodaje. De arranque, fue como un revés. Se nos planteó que la película interesaba mucho, pero que no había dinero en ese momento y que había que esperar un año. En ese momento me parecía una eternidad, pero, como hago siempre, intenté ver el lado positivo y aprovechar a mi favor lo que al principio parecen problemas.
Durante ese año disfruté mucho de mi hija, que tenía cinco años en aquel momento, y aproveché para limar cosas que me preocupaban de la película, como que iba a trabajar con chavales de la calle que nunca habían interpretado nada. Ese tiempo me permitió entrenarlos bien para que pudieran hacer ellos las secuencias de acción, como era mi pretensión, y que se habituaran más a lo que es un proceso cinematográfico. Además, junto con el productor, presentamos el proyecto a todas las instituciones gubernamentales o responsables de las localizaciones donde queríamos rodar para conseguir que nos dejaran, incluso en el propio Gibraltar, ¡a unos españoles! Fue un paréntesis que no dejé que no fuera a favor de la película y que permitió que el presupuesto al final sea menor que su resultado en pantalla.
También hay una cosa que es interesante para uno: una cura de humildad. Procuro siempre tener los pies en el suelo y no es que me hubiera subido a la parra con Celda, pero sí que es verdad que tenía confianza en que no iba a haber ningún problema y de pronto te da un revés el asunto y aprendes que no hay que confiarse nunca en la vida.
Entonces, conseguís el permiso para meter vuestro equipo de rodaje en Gibraltar, ¿cómo fue?
Fueron encantadores y creo que se debió en mucha parte a que trabajamos sobre el terreno con delicadeza, supimos explicarles el proyecto de una manera interesante porque, de alguna manera, la película despierta el interés por Gibraltar. Hubo gente de la Línea de la Concepción o de Algeciras sí se mostró a veces un poco molesta con que habláramos del narcotráfico, pero es que es una realidad que no se puede negar. Evidentemente no todo el mundo se dedica a esto, pero es algo que existe y está ahí. A estas personas les recomendaba que fueran a ver la película y luego me dijeran cómo creen que queda retratada la zona. Para mí, es un sitio bellísimo, con fascinantes contrastes entre África y Europa, el agua y esa confluencia de fronteras, de razas y de gentes, esa mezcolanza, esa vida. Así creo que queda reflejado en la película. Claro que estamos hablando del narcotráfico, porque además existe, pero también es una gran presentación de este espacio y es probable que despierte curiosidad en gente que quiera verlo de primera mano.
¿Por qué lanzarse a trabajar con gente inexperta en una película de este calibre?Desde el principio tuve muy claro que a los chavales quería buscarlos en la calle. Buscaba ese tono de autenticidad, esa veracidad para la película, y habiendo hablado con los gomeros cara a cara sabía que eso no se lo podía proporcionar al espectador un actor que conozca de otras cosas. Con actores conocidos se habría establecido un juego interpretativo, pero yo lo que quiero es que sientan que están ante un retazo de realidad. Así que necesitaba gente que se expresara así, que hablara de determinada manera y que viniera de un contexto cercano al de la historia. Evidentemente, ninguno de ellos ha sido narcotraficante pero sí lo han tenido cerca y saben de lo que hablan. La verdad es que fue un trabajo ímprobo y que daba cierto vértigo, darle a gente que nunca ha hecho cine un peso semejante en una película ambiciosa y compleja como esta… Estoy orgulloso del resultado.
También buscaste la realidad en las escenas de acción. Todas se grabaron en los escenarios reales, sin dobles y tú mismo ibas escondido en las lanchas que vemos pasar por la pantalla a toda velocidad. ¿Pasaste miedo?La verdad es que sí y tengo que decir que es tan espectacular vivirlo como lo que vemos en la pantalla. Se te mete una adrenalina tremenda en el cuerpo y ¿miedo? Yo creo que sí, que todos hemos pasado miedo en algún momento. Pero también es verdad que se quedaba en un segundo plano con la tensión del momento y la emoción de ir consiguiendo cosas insólitas. El rodaje de algunas escenas fue de una intensidad casi insoportable.
Creo que después del tsunami que provocó Celda 211 por todo el mundo recibiste llamadas de Hollywood, oportunidades que quizás te hubieran permitido presupuestos mayores y ningún problema para tu siguiente proyecto. ¿Por qué quedarse en España con El Niño?
Desde Hollywood me ofrecieron presupuestos de 180 millones de dólares, pero mi manera de trabajar es otra, es desde las tripas. Creo que hacer una película es como una enfermedad, un virus que se te mete dentro, que ataca tu organismo y empieza a crecer. La única manera de sacárterlo de encima es hacer la película. El cine tiene para mí un punto de obsesivo. Me cuesta mucho elegir el proyecto a arrancar porque le meto tanta pasión, tanta energía, que tengo que estar muy, muy convencido. Entonces, después de haber pensado y repensado, de haber viajado al Sur, de haber conocido toda esta realidad, a toda esta gente… Cuando estábamos escribiendo
El Niño, me llegó un mensaje de mi representante americano en el que me informaba de que el vicepresidente de Warner Brothers quería ofrecerme
Furia de Titanes 2, con 180 millones de dólares de presupuesto. Yo contesté: ‘Gracias, pero no estoy interesado’. De hecho, me llamó para ver si lo había entendido bien. Pero es que a lo mejor yo no sabría hacer esa película, porque en el fondo ni me va ni me viene. Sobre todo, es que estaba ya tan subsumido, tan secuestrado por
El Niño que no veía que tuviera sentido hacer otra cosa.
ElNiño cuenta con el importante respaldo de Mediaset. ¿Crees que es hoy una necesidad el apoyo de este tipo de macro productoras para rentabilizar las películas en España?
Cualquier director pone toda su energía, todo su talento y toda su esperanza en su película. Si tú desde el principio tienes las sensación de que lo que estás haciendo no tiene oportunidad de llegar a verse. A mí me gusta hacer películas para llegar a la gente y creo que cuanta más gente la vea, mejor. Esa es la función del cine: comunicar, transmitir una experiencia o unas emociones. Todas mis películas han tenido su público, desde luego que el de Celda 211 fue extraordinario y eso me encantó. Indudablemente, contar con el apoyo de Mediaset, o de cualquier otra televisión que tenga la capacidad de promocionar, es una garantía. Sobre todo porque es la única manera en que podemos hacer nuestro cine visible frente al americano, que llega e invade las pantallas de una forma bastante injusta al no dejar nada a cambio. En Francia, hay una política que obliga a que un porcentaje de las películas americanas que se estrenan en sus salas vaya al fondo que permite luego producir cine francés. Ese dinero no sale de los Presupuestos Generales del Estado y no se demoniza a la industria cinematográfica, al revés, el espectador francés siente interés por su cine. Aquí de esto ni hablar, aquí se les dejan nuestras pantallas, se les da nuestro idioma sin ningún tipo de contraprestación y se favorece que se eche a patadas al autóctono. En efecto, yo lo que pretendo es hacer una película que se vea, que pueda llegar a conocer cierto éxito. No lo digo por nada pecuniario, al fin y al cabo yo cobro mi sueldo y el resto ya es cosa del productor, pero al final esto es una industria y tiene que haber películas que den beneficios para que esas que no los dan, por tener otros objetivos, también puedan hacerse. Mediaset lo hace de maravilla, su capacidad para generar acontecimientos es brutal, y la apuesta por esta película, impresionante. Yo a veces siento hasta cierto pudor.
Por lo demás, ¿de qué crees que depende el éxito de una película?
No estoy muy seguro, pero creo que el éxito es también algo personal. Puedes estrenar una película y que por las circunstancias, porque la distribución no sea la correcta, porque el público no se entere o porque no guste, no conozca éxito. Sin embargo, si tú sabes por qué la has hecho y has estado contento con el proceso, ya es un éxito. Tú eres un director capaz de manejar tu universo, el resto es inmanejable. Por ejemplo, cuando estrené
El robo más grande jamás contado, una comedia que a mí me encanta, no tuvo un éxito desbordante. Pero ahora, cada vez que se pasa por televisión hace récords de audiencia. Una película no acaba en el momento en que se estrena, sino que tiene una larga vida que puede proporcionarte satisfacción, siempre y cuando tú estés contento con ella. Javier Fesser, compañero cineasta y buen amigo, me decía: la prisa pasa y la mierda queda. Eso es de lo que huyo. Si algo que hago es una mierda que sea porque no he podido evitarlo, porque no he llegado a más, pero no por una precipitación.
Tras el vasto trabajo de documentación previo al desarrollo de El Niño, ¿ha cambiado tu percepción sobre los problemas o las realidades que puede haber en Gibraltar, Ceuta, la Línea…?
Claro, por supuesto. Cuando empezamos a barajar la idea de hacer esta película teníamos algunos artículos que habían salido en medios de comunicación, vídeos de Youtube, algunos libros y poco más. Pero si a hablar sobre esto, hay que ir al terreno y nosotros lo conocimos en profundidad. Estuvimos ocho meses yendo y viniendo, hablando con Guardia Civil, con vigilancia aduanera, con policía judicial, con los alcaldes de las localidades, con delincuentes y con gomeros. Viajamos a Marruecos, recorrimos todo el norte de África, llegamos hasta las plantaciones de Ketama y fuimos a Tánger y a Tetuán. Sobrevolé el Estrecho en el helicóptero de Vigilancia Aduanera, subí en patrulleras, monté en lanchas rápidas decomisadas por la Guardia Civil… En definitiva, conocí todo ese paisaje y ese paisanaje asombroso.
Fue un viaje apasionante y evidentemente no es lo mismo cuatro tópicos leídos al azar en el periódico que el conocimiento directo de la zona. He hecho amigos en los cuerpos de y también en el otro lado. He conocido gente que se dedicó al tráfico ilegal en los ochenta o en los noventa y cuando hablas con ellos frente a frente, te das cuenta de que es gente como tú y como yo. Esto es lo que quería reflejar también en la película, que esas figuras del delincuente como algo lejano se caen cuando los tienes de tú a tú. Además, quería que la historia tuviera esta idiosincrasia: no se trataba de imitar una película de narcotráfico con personajes importados y situaciones miméticas. Aquí, desde luego, no vamos a ver a Al Pacino haciendo de Scar Face, metiéndose coca y disparando. Los narcos que tenemos aquí son tres chavalotes. Ese viaje humano y geográfico que hicimos Jorge y yo en la zona y que me resultó apasiónate es el que yo quería darle al espectador. Más que una película, El Niño es un viaje del espectador al Estrecho, a este asunto del narcotráfico y a las gentes que se mueven por allí.
¿Crees que a veces y desde algunos sectores se desprestigia el cine de entretenimiento?He de decir que yo adoro el cine de entretenimiento. Sí me gusta que, además, la película tenga un cierto peso y en
El Niño creo que lo tiene a través de los personajes. Si los personajes interesan, te atrapan, ahí ya tienes una película de mayor calado. Eso es lo que yo trato de hacer, pero una película que sólo busca el mero entretenimiento me parece lo más generoso que puedes hacer como cineasta. He tenido días aciagos o tristes en los que me he animado al encontrar, de forma casual, una comedia maravillosa en televisión. Me pasó hace poco con
Multiplicity (
Mis dobles, mi mujer y yo), una película de Harold Ramis que amo, con Michael Keaton y Andie MacDowell. ¿Es
Multiplicity profunda? Pues también tiene su profundidad, pero básicamente lo que busca es que el tío que la está viendo se lo pase en grande. Ese día me levantó el ánimo. Bendito seas Harold Ramis allá donde estés, y bendito sea el cine de entretenimiento. Hacer como que huele mal sólo puede venir de alguien que sea muy amargado.