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XX ANIVERSARIO DEL GUGGENHEIM

El icono arquitectónico del siglo XX diseñado con software aeroespacial

Laura Crespo
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lauracrespoelimparciales/12/5/12/24
domingo 09 de octubre de 2016, 12:35h
El Museo Guggenheim de Bilbao cumple en octubre de 2017 veinte años en los que se ha convertido en un referente artístico internacional por su estrategia expositiva, pero también en un icono arquitectónico del siglo XX, abriendo un rico diálogo sobre la línea, a veces muy delgada, que separa arte y arquitectura.
Fotos: Museo Guggenheim Bilbao
Fotos: Museo Guggenheim Bilbao
Obra del arquitecto estadounidense Frank Gehry, el museo Guggenheim se ha convertido el rasgo identitario del ‘skyline’ bilbaíno. Símbolo de vanguardia y modernidad, el museo es la máxima expresión del diálogo rico y bidireccional entre la arquitectura y el arte, al fundir en uno sólo los atractivos de la construcción en sí y de la obra que alberga. Un todo en uno que revitalizó la industrial Bilbao de los noventa y la convirtió en la ciudad cosmopolita que es hoy. Es el llamado ‘Efecto Bilbao’, que supone la regeneración urbanística, económica y turística gracias a un proyecto arquitectónico.

Con 24.000 metros cuadrados de superficie, de los que 11.000 están destinados a espacio expositivo, el edificio representa un hito arquitectónico por su audaz configuración y su diseño innovador, que termina haciendo del edificio en sí mismo una colosal estructura escultórica.

Desde el diseño, el Guggenheim nació con la idea de transformar Bilbao, pero manteniendo la esencia de la ciudad, la identidad comunitaria. De modo que el edificio está ideado para conectar en lo físico con la ciudad: la estructura modular alude a los paisajes de la zona, el estrecho pasillo a la sala expositiva principal recuerda a un empinado barranco y el uso del agua y de las pasarelas curvas va en consonancia a la ría del Nervión, en la que el museo parece, en perspectiva, un imponente barco de metal, evocador del pasado industrial del puerto de Bilbao.



La arquitectura del Guggenheim también sirve a otro de los objetivos fundacionales del proyecto: el de acercar el arte a la población local, aprovechando que el perímetro del edificio puede recorrerse íntegramente para convertir también el exterior en espacio para la exhibición artística. En las pasarelas que rodean el museo se encuentra, de hecho, algunas de las piezas más distintivas del Guggenheim como Arcos rojos / Arku Gorriak, de Daniel Buren; La materia del tiempo, de Richard Serra; la impresionante araña Mamá, de Louise Bourgeois; los icónicos óxidos de Eduardo Chillida en Abrazo XI; la Fuente de fuego de Yves Klein; o el famoso Puppy de Jeff Koons.



En el interior, el Atrio, auténtico corazón del museo, guarda la firma inconfundible de Gehry: un gran espacio diáfano de volúmenes curvos que conectan el interior y el exterior del edificio mediante grandes muros cortina de vidrio y un gran lucernario cenital. Todo dentro del Guggenheim huele a modernidad: pasarelas curvas suspendidas en el aire, titanio, cristal, torres de escaleras, juegos de volúmenes y perspectivas, todo respondiendo, no obstante, a un minimalismo visual en el que el visitante no se desborda, sino que observa y respira.



Para lograr este edificio tan funcional en sus objetivos como cargado de significados, Gehry tuvo que trabajar con un software inicialmente utilizado en la industria aeroespacial para poder traducir su concepto de formas curvilíneas a fórmulas matemáticas no excesivamente complejas que pudieran emplearse en la construcción. Entre 1993 y 1997 se colocaron las 33.000 planchas de titanio, piedra caliza y vidrio que conforman el Guggenheim y que, desde hace ahora veinte años, han trascendido su meta de convertirse en imagen de Bilbao para ser un icono de la arquitectura del siglo XX.
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