En la Conferencia de Helsinki de 1975 se buscó un acuerdo sobre las dos Alemanias. Admitir que la paz mundial dependía del reconocimiento de la división de Alemania en dos Estados, uno en la esfera de las democracias occidentales, el otro fiel a la Unión Soviética, fue la clave de una Conferencia que se titulaba de “seguridad y cooperación en Europa”.
La importancia de ese acuerdo se contempla en la fotografía final de la Conferencia, en la que ve al canciller de la República Federal de Alemania, Helmut Schmidt, dándose la mano con el presidente del Consejo de Estado de la República Democrática de Alemania, Erich Honecker, los dos protagonistas simbólicos del acontecimiento. Además de los dirigentes de las dos superpotencias, estuvieron presentes en la clausura líderes mundiales, como Giscard d´Estaing, presidente de Francia, Harold Wilson, primer ministro de Gran Bretaña, Pierre Trudeau, primer ministro de Canadá, y otros muchos.
Estaba emergiendo una nueva época. El Acta Final de Helsinki, redactada los últimos días de la Conferencia con gran trabajo y múltiples reuniones bilaterales, fue un ejemplo de los nuevos tiempos caracterizados por la búsqueda de acuerdos y por el método de buscar consensos para resolver los grandes problemas del nuevo escenario mundial: se iniciaba una nueva globalización, cuyo elemento definitorio era el desarrollo de la ciencia y de las técnicas electrónicas de la comunicación, aspectos que el Acta Final aborda en su “Sección 4: Ciencia y tecnología: Perfeccionamiento de sistemas de computadoras como asimismo de las telecomunicaciones y de la información.”
Acuerdos y consenso: esos términos se usaron para describir el método con el que se redactó el acuerdo de paz de la Guerra Fría.
En la “Declaración sobre los Principios que rigen las Relaciones entre los Estados Participantes”, se lee en el Acta: “Declaran su determinación de respetar y poner en práctica, cada uno de ellos en sus relaciones con todos los demás Estados participantes, independientemente de sus sistemas políticos, económicos o sociales, así́ como de su tamaño, situación geográfica o nivel de desarrollo económico, los siguientes principios, todos ellos de significación primordial, que rigen sus relaciones mutuas”.
Y más adelante se enfatiza la función pacificadora de las relaciones comerciales: “Convencidos de que sus esfuerzos para intensificar la cooperación en materia de comercio, industria, ciencia y tecnología, medio ambiente y en otros sectores de actividad económica contribuyen a reforzar la paz y la seguridad en Europa y en todo el mundo (…) están resueltos a promover, basándose en las modalidades de su cooperación económica, la expansión de su comercio mutuo de bienes y servicios, y a asegurar condiciones favorables a este desarrollo”.
Estos textos, que son una selección de los acuerdos del mismo sentido del Acta Final de Helsinki, con su evidente intención cosmopolita y de respeto al pluralismo político de los Estados (que implicaba un relativismo que éticamente tendría consecuencias negativas más adelante), expresaban la globalización que entonces estaba surgiendo en el mundo.
En efecto, podríamos calificar la emergente nueva globalización como la “globalización limitada”, que se extendería desde 1975, la fecha del Acta Final, hasta 1989, caída del Muro de Berlín y del final del comunismo y de la misma Unión Soviética. La CSCE continuaría sus actividades en Belgrado (hasta 1978), Madrid (hasta 1983: ¡y apenas tuvo repercusión en la sociedad española!), Viena (hasta 1989) y finalmente, cuando había desaparecido la URSS y los bloques, la Conferencia de París, que duró tan sólo del 19 al 21 de noviembre de 1990.
Después seguirá el periodo de la “globalización sin política”, que abarca los años de 1989 a 2008, en los que se pensó y actuó básicamente pensando que el desarrollo de la economía capitalista haría florecer sin más la democracia, y a continuación se inicia el período en el que nos encontramos en Europa, que podría calificarse como “la globalización detenida”(2008-2017 en adelante).
(Continuará)