Postergados ante la descomunal morralla de publicaciones, nuestros clásicos literarios languidecen, amordazada su constante vigencia por el incesante guirigay mundano. Por otro lado, la literatura del yo que todo lo desborda en nuestra contemporaneidad tiene entre sus senderos más interesantes y peligrosos la literatura del duelo. El presente texto de Daniel Pennac consigue unir ambos extremos, la reconsideración de nuestros clásicos y la memoria luctuosa con su atractivo estilo que amalgama el ensayo filtrado con los recuerdos familiares, sustentado en una narración íntima en tiempo real. Aquí el autor alterna anécdotas sobre su hermano con su propia reescritura -en forma de monólogo teatral- del cuento de Bartleby.
La constante diana de Daniel Pennac desde Como una novela (1994) o Mal de escuela (2008) se plantea ahora el reto de lidiar con el dolor personal causado por la muerte de su hermano mayor, Bernard. Corrido el año y unos pocos meses de ausencia de su hermano preferido el escritor francés salta al escenario para leer aquella historia del gusto de ambos, Bartleby, el escribiente. En este caso, el monólogo teatral trufado con anécdotas familiares funde y confunde sus amargas cuitas fraternales con el cuento de aquel escriba de Herman Melville, que a cada solicitud del notario respondía su célebre “Preferiría no hacerlo”. De capítulo en capítulo se desnudan ante el lector tiernos recuerdos infantiles, hermosos momentos fraternales, lúcidas reflexiones sobre el estar en el mundo, pero también, ay, la desoladora presencia del Alzheimer, la pérdida de referentes y, sobre todo, la reconstrucción de la memoria desde la escritura, la terapia de las letras o la catarsis del teatro.
Un refinadísimo juego de espejos enfrenta la pieza teatral, basada en la historia de Melville, a los capítulos íntimos sobre su hermano. Siendo el director del montaje teatral el propio Danniel Pennac facilita que las reacciones del notario en las tablas del escenario alcancen fuerte resonancia tras la tramoya en las suyas propias. Así las reflexiones metateatrales, el análisis de la obra de Melville, el papel del notario y la multiplicidad de interpretaciones que extiende a nuestra realidad tienen un inmejorable tratamiento narrativo de extraordinario acierto que agradecerá hasta el lector más contumaz. De tal modo, la catarsis alcanzará rápido al notario, a Daniel y, a la postre, al lector. Bernard se antoja como una suerte de extraño Bartleby de nuestros tiempos y el diálogo escrito por Pennac puebla de sentido los silencios del monólogo. Siendo Pennac espectador también de su propia obra, nos recuerda como la risa fraterna equilibrará las expectativas quebradas por ese hombre que no tiene nada que decir, Bernard/Bartleby. Cuando perdemos a alguien y sentimos tremenda su ausencia, todavía no sabemos lo que hemos perdido, una parte de nuestra vida se desamuebla sin remedio como árbol en otoño, quedando uno mismo cada vez un poco más a la intemperie.
El amor de hermano, el amor al teatro, el amor a los clásicos. Una emoción sobrecogedora nutre esta pequeña joya literaria que está llamada a ser uno de los libros europeos del año. En la mejor tradición de la gran literatura del duelo, recordemos Una pena en observación, de C. S. Lewis, o Post Mortem de Albert Caraco, se instala Mi hermano resultando menos tortuoso y más reconciliador que la exploración del primero y, sin duda, carente del fatalismo del segundo. A la postre Mi hermano es un tributo a la literatura como espacio en común donde la ternura del homenaje sirve de ejemplar consuelo y mejor recuerdo. La escritura como acopio espiritual, paliativo del dolor de la muerte, y con sus textos, que nos habitan, la lectura como milagro de la vida.