Imma Monsó ha escrito y publicado esta novela original en catalán en la misma editorial −Anagrama− en que, a la par, ha aparecido su propia versión en castellano. En ella, una protagonista con perfil psicológico tortuoso como tantos de los personajes de Monsó, la muchacha Severina recién diplomada en Magisterio y enfrentada a su primera incursión profesional, se sitúa a comienzos de los años sesenta en un presente en que la vamos a acompañar durante un año, de 1962 a 1963, a la vez que alteraremos los capítulos de ese presente con la inmersión en su infancia que será ella misma quien nos narre, intentando entenderla.
Un tercer estadio temporal se reserva para una parte final a modo de coda que, muy bien contada, a mí me resulta del todo innecesaria: se sitúa en un presente tan cercano como el de la post-pandemia −año 2020−, con la protagonista (aquella niña y joven adulta que hemos conocido) convertida en madre y abuela; además de saber qué hizo en la vida hasta llegar aquí, sitúa el tema de la novela en el momento actual: la memoria vista desde dos perspectivas importantes: la memoria histórica de la guerra y la represión posterior en el momento de reivindicación y homenaje que estamos viviendo en la actualidad (por suerte) y la mental que, en su pérdida, también se está convirtiendo en signo de los tiempos. El deterioro cognitivo que nos puede hacer perder la memoria real frente al desconocimiento de la realidad del que ha partido la primera parte, esa tan dilatada que ocupa hasta más allá de la página 300.
El gran tema, ya lo he dicho, es la memoria histórica. Pero, así como el final no es original, sí lo es, y mucho, el planteamiento y el gran nudo de la novela. La joven Severina se enfrenta a su nueva vida, muertos sus padres, convertida ella en maestra y necesitada de encontrar un trabajo para vivir, y lo hace ocupando una plaza de maestra en un pueblo del Pirineo catalán. Le lleva ahí, y lo manifestará en diversas ocasiones, un triple deseo: “el primero, tocar la nieve. El segundo, tener casa propia. El tercero, ser de un pueblo”. Cuando analice los logros y decida su partida, de deseos han pasado a ser objetivos, que explicará y resolverá.
Es la suya una novela muy bien elaborada, impregnada de reflexiones para apuntar, de referencias literarias que acompañan un transcurso muy culto: su madre se despide de la vida escuchando los Cuatro últimos lieder de Richard Strauss o rememorando a los personajes y el sanatorio de la famosa montaña de Thomas Mann; son solo ejemplos.
Lo interesante de esta narración de una niña que nace y crece en la primera posguerra, es cómo se despierta su conciencia. Al relatar su infancia desvela cómo vivió en completo alejamiento social y en el engaño ante el porqué de esa situación, mientras sus padres, pretendiendo protegerla, le encubrían la realidad en que actuaban, como miembros de la resistencia frente al régimen, y desconocía incluso la causa de la muerte de su padre.
El juego narrativo consiste en mostrar el despertar de la conciencia de esta chica, que se enfrenta a la vida adulta sin unos conocimientos mínimos de la sociabilidad que permiten a la autora la sorpresa ante situaciones y conflictos cotidianos. Ella es una niña libre y una mujer cándida con la que Imma Monsó se permite hacernos reflexionar sobre una cotidianidad en que presuponemos tantas cosas. Reconozco que ese viaje es muy divertido, incluso entrañable, aunque me parece que en algunos aspectos chirría la contemporización de expresiones, modos idiomáticos de la toponimia de la región o el inmenso conocimiento del sexo teórico que despliega semejante alma cándida.