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Ostia Antica, la puerta de Roma

viernes 13 de noviembre de 2009, 18:45h
Desde Timgad en el desierto argelino a Colonia en el Rhin, desde el estrecho de Gibraltar hasta el Eufrates, desde la Galia hasta las llamadas puertas de hierro del Danubio en la antigua Dacia, conocida hoy como Rumania, el Imperio Romano desplegó su poder a lo largo y ancho del Mediterráneo, se expandió por Europa y dominó hasta Mesopotamia. Su poderío no tuvo parangón y el afán constructor de sus emperadores fue de tal calibre que los territorios que ocuparon están cuajadas de recuerdos, de ruinas. De entre los parques arqueológicos, destacan por su belleza, por sus extraordinarios monumentos, por su interés urbanístico, los restos de lo que fueron las grandes ciudades: Roma, Pérgamo, Efeso, Gerasa, Leptis Magna, Afrodisias o Mérida. Sobre todas ellas sobresalen Pompeya y Herculano, dos ciudades residenciales, que quedaron sepultadas bajo las cenizas, las piedras, la lava que el Vesubio arrojó sobre la bahía de Nápoles en agosto del año 79 d.C. Por su inmejorable nivel de conservación, ambas condensan el patrón, el ideal de lo que fue una ciudad romana.

En la nómina de las ciudades más relevantes no suele figurar Ostia Antica. Pese a sus ruinas tan bien conservadas, el antiguo puerto de Roma es desconocido. Ostia suena a vacaciones, a diversión, a ligue. Suena a la playa de Roma, en la que murió Pier Paolo Pasolini. A treinta kilómetros de la capital italiana, entre el aeropuerto de Fiumiccino y el mar Tirreno, las evocadoras ruinas de Ostia Antica permanecen silenciosas, casi olvidada. No son identificadas popularmente como un lugar de interés, no atraen pese a que sus piedras milenarias nos adentran en lo que fue una prototípica ciudad industrial romana.

El río Tiber nace en el Monte Fumaiolo en la Toscana. Cruza Roma treinta kilómetro antes de su desembocadura (ostium en latín). En estos parajes de lagunas y salinas, la vida se inició en el siglo IV a. C., cuando los romanos construyeron un castro militar. Aunque fundada para evitar que los enemigos llegasen a Roma a través del río, con el tiempo se convirtió en un puerto comercial y muchas de las mercancías que enviaban las colonias pasaban por Ostia. Las mercancías eran transferidas a barcas pequeñas que tiradas por bueyes llegaban al puerto urbano de Roma que se encontraba en el Foro Boarium, ubicado en la margen izquierda del Tiber, a los píes del Campidoglio. Ya a finales de la República, Ostia era una ciudad de cierta envergadura a la que Cicerón, en su época de cónsul, rodeó de murallas. Su desarrollo definitivo se logró en el reinado de Tiberio; y con Claudio alcanzó el cénit al ordenar el peculiar antecesor de Nerón excavar un puerto, un verdadero portus, en el que podían refugiarse hasta trescientos barcos y en el que sobresalía el faro, copia del famoso de Alejandría. Ostia se convirtió en una floreciente ciudad.

La boca del Tiber resultó insuficiente para cubrir las necesidades de la capital imperial, que exigieron una ampliación de las capacidades portuarias del área de Ostia por lo que Trajano construyó un nuevo puerto en el año 113 d. C. El Portus Traiani era un hexágono que medía 358 metros por cada lado. Estaba dedicado a Portunus, el Dios de los puertos, el trabajo y la navegación. Enseguida se rodeó con palacios, oficinas y almacenes. Con el tiempo, la arena terminó alejándolo de la desembocadura del Tíber y en la actualidad se encuentra al lado del aeropuerto de Fiumiccino. Todavía sin excavar, es identificable desde el cielo.

La decadencia de ostia, que llegó a tener 50.000 habitantes, fundamentalmente mercaderes, marineros y esclavos, coincidió con la del Imperio. San Agustin, que conocía muy bien la ciudad portuaria, en la que murió su madre Santa Mónica, señaló esa decadencia en el siglo IV. Una decadencia que se intensifica con la desaparición del Imperio, las repetidas invasiones bárbaras y los saqueos por parte de piratas árabes. El puerto fue obstruyéndose por la arena de las corrientes marinas, mientras los aluviones fueron desviando el curso del Tíber, y Ostia fue quedando, poco a poco, sepultada. Desde entonces mucho ha variado la zona. La ciudad ha retrocedido cuatro kilómetros desde la línea de costa como resultado de las sedimentaciones arrastradas por el río. Ostia fue abandonada en el siglo IX. A partir de la Edad Media, los ladrillos de sus edificios fueron utilizados en otras construcciones, como la torre inclinada de Pisa y en el barroco, los arquitectos locales llevaron a cabo un saqueo del mármol existente que se empleó para la construcción de los grandes palacios romanos.

Durante el papado de Pio VII, el Vaticano empezó sus propias investigaciones arqueológicas que continúan en la actualidad. Se estima que se han descubierto dos tercios de la ciudad. En los años del régimen fascista, se intensificaron las excavaciones, se llevaron a cabo trabajos de restauración y se empezó a condicionar el recinto arqueológico. Ese interés de la era Mussolini por Ostia Antica estuvo ligado al proyecto del EUR y al empeño de conectar por carretera Roma con la playa. La construcción del Lido de Ostia concluyó, tras el parón de la Guerra Mundial, en 1960. En los últimos diez años se ha dotado a Ostia Antica de servicios esenciales, incluido un pequeño museo que conserva las piezas de valor encontradas en las ruinas.

Las ruinas de Ostia Antica contrastan fuertemente con las de Pompeya. Primero porque la vida en el viejo puerto no se interrumpió bruscamente como sucedió en la ciudad vesubiana, y en segundo lugar porque esta era una ciudad residencial reservada a las clases altas, mientras que aquella fue una ciudad industrial por excelencia. Las ruinas de ambas se encuentran en un buen estado de conservación, y en ambas se percibe, se palpa, se vive lo que fue su vida ciudadana con sus calles, sus foros, sus templos. Ambas conservan teatro, termas y necrópolis.

¿Dónde están sus diferencias? Mientras en Pompeya sorprenden sus hermosas, espectaculares y lujosas villas familiares, Ostia Antica nos permite acercarnos a las zonas residenciales en los que la villa familiar fue sustituida por ínsulas, edificios de apartamentos que se elevaban hasta tres pisos. En Ostia se puede apreciar estas construcciones, como se pueden conocer las horreas o almacenes para guardar las mercancías, o las oficinas de los distintos gremios, la fullonica (tintorería), la tahona, las tabernas, pero, sobre todo, podemos admirar el thermopolium, un local público donde se vendían comidas y bebidas calientes, datado en el reinado de Adriano, que está intacto con sus asientos para la espera, un mostrador de mármol y con un patio trasero para comer al aire libre.

A Ostia Antica se puede ir desde Roma en el tren que va al Lido. En menos de media hora se llega al burgo viejo, construido en la Edad Media y en el que sobresale el castillo que mandó edificar el cardenal Della Rovere, que después fue Papa con el nombre de Julio II. Poco después del burgo se encuentra una de las necrópolis que da a la puerta de Roma, donde se inicia propiamente la visita a Ostia. Una visita llena de curiosidades, de pequeños detalles, de hermosos edificios, de espléndidos mosaicos, entre pinos, con el olor de mar al fondo, casi siempre en silencio, casi en soledad. En Ostia Antica se encuentran numerosos templos dedicados a divinidades orientales como Mhitreas, de la misma manera que se conserva la primera sinagoga identificada en Europa, anterior al nacimiento de Cristo. Ostia Antica es un magnífico muestrario de lo que fue una urbe romana.

Isabel Sagüés

Periodista

Isabel Sagüés es periodista y MBA en Administraciones Públicas y Master en Comunidades. Ha dirigido entre otras entidades culturales sin ánimo de lucro la Fundación Canalejas y la Fundación ICO

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