La superficialidad de los actuales políticos
miércoles 10 de noviembre de 2010, 21:31h
Ya lo decía la pegadiza canción de Dr. Hook, “When you’re in love with a beautiful woman”. Tener al lado a todo un bellezón, “it’s hard”, es decir, una putada. Que se lo digan, por ejemplo, a Sarkozy, que anda estos días mustio por el batacazo de popularidad, es decir de intención de voto, que anuncia la encuesta publicada por Le Point. Aunque de acuerdo con el sentido común, cabría echar la culpa a los duros ajustes de su gobierno para atajar la crisis que incluyen un retraso de dos años en la edad de jubilación, Sarkozy prefiere achacarlo a un sentimiento que, sin embargo, no aparecía por ninguna parte en las pancartas que recorrieron Francia durante las incontables huelgas generales que han castigado a nuestro vecino del norte: la envidia. El presidente francés está convencido, y encima no se lo ha guardado para la intimidad de su casa, que el hecho de que su nivel de popularidad se encuentre ahora rozando un triste 30% se debe a la envidia de los franceses, que no le pueden perdonar que tenga a una mujer tan bella como Carla Bruni.
Lástima que la superficial chorrada no se le haya ocurrido a Obama después de su propio tortazo en las urnas del primer martes de noviembre. Aunque si la ridícula excusa no vale con Bruni, me temo que con Michelle iba a colar incluso menos. El caso es que parecemos estar padeciendo un agudo brote de idiotez general por parte de muchos mandatarios políticos, más preocupados por justificarse que por dejarse la piel y sí, también el crédito político, con tal de defender a sus representados. Porque aparte de los improperios mundanos de Sarkozy: “Tengo un súper trabajo, una esposa bellísima, entonces es obvio que me lo quieran hacer pagar”, encima, hemos tenido que escuchar al ex presidente norteamericano George Bush explicar en una entrevista, con ocasión del lanzamiento de sus Memorias, que, en realidad, él era, de todo su gobierno, quien más reacio se mostró a la hora de decidir atacar Irak. A lo mejor es verdad, pero pasado el pasado, ¿no sonaría mejor escucharle decir: “Tomé una decisión difícil y me equivoqué a pesar de que todo mi deseo era proteger a mi país”?
El caso es que el ego de los políticos no les deja estar, ni siquiera cuando se suponen que ya se han ido, lejos de las polémicas que les vuelven a situar en aquellas añoradas primeras páginas. Aquí también pasa, claro, y de vez en cuando, tanto Aznar como González sueltan alguna perla mediática de tal calibre, que uno, en realidad, no sabe muy bien qué demonios hacer para interpretarla. La última, la de González, un político de quien nunca se podría pensar que le va eso de dar puntadas sin hilo, ha sido tan gorda que ha caído como una bomba, de humo o simplemente lacrimógena, pero que, por mucho que se escriba y se diga ahora, difícilmente va a convertirse en arma de autodestrucción masiva.
Lo cierto es que el perfil de los mandatarios ha cambiado tanto que seguro que ni en plena guerra mundial votaríamos hoy a Churchill. Ahora, ellos, los jefes políticos, son resultones, sofisticados, profundamente preocupados por su imagen y por lo que la gente pueda decir de su persona, que parece valer más puntos que su política. El propio Sarkozy, Berlusconi o Putin se jactan de su sex appeal y, cada uno a su manera, hace gala de sus atributos personales y viriles, los cuales deberían importar bastante poco a la hora de sentarse a dirigir un país. Y, aunque haya otros que den apariencia de no cuidar tanto su imagen personal, lo cierto es que las reuniones internacionales de alta política cada vez se asemejan más a un book de hombres guapos. En estos últimos años los hay y los ha habido a montones: en Gran Bretaña, por ejemplo, de Blair han pasado a Cameron y Clegg, después del paréntesis a todos los efectos que fue Gordon Brown; tenemos a Obama en EEUU, y aquí, al estilizado Zapatero. Y como las cosas siguen cambiando, y ya no nos vamos a conocer ni por los apellidos, ahora resulta que son ellas, las mandatarias políticas, como la ex presidenta chilena Bachelet o la canciller Merkel, quienes, a todas luces parecen mucho menos preocupadas por su físico. .
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
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