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Incendios: ¿habrá que poner puertas al campo?

lunes 06 de agosto de 2012, 17:16h
La isla de La Gomera es desde hace dos días pasto de las llamas. El incendio, que sigue sin control, amenaza con afectar al precioso bosque de laurisilva que, además de albergar diversas especies de hoja perenne que en el Terciario cubrían prácticamente toda Europa, es la casa de unas 1.000 especies de invertebrados, fundamentalmente reptiles y aves. ¿Es posible que este bello e insustituible paisaje de brumas misteriosas, incluido por la Unesco desde 1986 entre los bienes que forman parte del Patrimonio de la Humanidad, se destruya a causa del fuego? Sólo pensarlo, produce escalofríos y nos lleva a preguntarnos, una vez más, qué nos pasa a los humanos, para que no cuidemos el planeta, que es, en definitiva, el hogar de todos.

Todos los incendios producen escalofríos. De manera muy especial, claro, los que ponen en peligro vidas humanas, como las de aquellos que, además, dedican su existencia a combatirlos. Igual que todos los años por estas fechas, revivimos el peor de los síntomas veraniegos y asistimos al asedio de los fuegos que castigan los distintos territorios, como si de una ruleta rusa se tratara. Este verano, el fuego ha causado ya varias víctimas mortales y, a pesar de lo espectacular y sobrecogedor de las imágenes de llamas enormes que no piden permiso para entrar en las casas y llevarse todo por delante, seguimos padeciendo el mal con una especie de resignación, como si no fuera posible intentar hacer más cosas para detenerlo.
La familia francesa que sólo pudo escapar del pavoroso incendio de hace unas semanas en la costa catalana, cerca de la frontera con Francia, arrojándose a un vacío que creían más seguro que las llamas, nos dio la imagen más terrible y certera de lo inmensamente poderoso que puede volverse cualquier fuego. Y en cuanto las autoridades insinuaron que la causa del mismo podría estar en una colilla sin apagar, arrojada por la ventanilla de un coche, empezamos a preguntarnos si realmente era posible que un foco tan pequeño – más aún, desde que los cigarrillos tienen que fabricarse obligatoriamente con papel ignífugo – pudiera causar tanto peligro y devastación. Pero es que basta una chispa para que el campo prenda; con mayor probabilidad, si la chispa llega lanzada desde un automóvil que circula por una autovía a más de 100 kilómetros por hora y acompañada de vientos que también rondan dicha velocidad.

Por supuesto, cuando por fin se apagan las llamas y el humo negro deja paso a la desoladora visión de una tierra convertida en cenizas, los investigadores estudian la escena del crimen – sí, crimen – en un intento de averiguar quién o qué produjo tan terrible tragedia. A nadie se le oculta la dificultad de una misión así, pero, desde luego, lo peor sería no intentarlo. Hay que buscar al responsable, sí, sólo que la mayoría de las veces para encontrar a un responsable, primero hay que ponerse a buscar a un irresponsable. Y de esos, señores, hay tantos. Puede que el fuego no esté incluido en la lista de armas de destrucción masiva, pero ¿a alguien se le ocurre otra más barata que esta, otra que pueda transportarse tan fácilmente sin levantar sospechas? Pocas, ¿verdad? Y si es así, ¿no habría que protegerse con más énfasis de esas acciones criminales tan nefastas?

El maravilloso bosque húmedo de Garajonay no es el único Parque Nacional que se las ha tenido que ver con el fuego este año. El del Teide, hace menos de un mes, obligó a desalojar pueblos enteros, como ahora se ha tenido que hacer en 23 poblaciones de La Gomera. Y no, lo que se quema no es sólo campo, por si a alguien aún no le parece lo suficientemente importante. Aunque, por fortuna, ya no haya peligro físico para los habitantes de la zona – el primer bien que hay que poner a salvo -, muchas familias perderán lo construido durante toda una vida. Mientras, los otros seres vivos – plantas y animales – desaparecerán para siempre. O desaparecerá su sustento.

La Humanidad no está para perder ninguno de sus preciados bienes, que debería de usar con el respeto que exige siempre tratar con lo que no nos pertenece. Habría que pensar, entonces, en proteger de verdad, de forma tangible, esos espacios que sobre el papel se escriben con el pomposo apellido de “protegidos”. Y si hay que poner mayor vigilancia, más restricciones, controles e, incluso, prohibiciones, habrá que ponerlas. Porque para cruzar las puertas del campo, hay que ser responsable, mucho más que para cruzar las de nuestra propia casa.

Alicia Huerta

Escritora

ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora

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