Cincinato: La fuerza del ejemplo
martes 15 de abril de 2014, 19:04h
La comunicación y saber escuchar es uno de los grandes regalos de la vida. Te aporta un enriquecimiento constante. Hace poco escribimos sobre Melchor Rodríguez, hoy toca sobre Lucio Quincio Cincinato. Ambos personajes eran totalmente desconocidos para mí, pero gracias a sendas conversaciones eventuales, he podido descubrir su enorme ejemplo y valía. En el caso de Cincinato, agradezco su descubrimiento al periodista y novelista Máximo Pradera.
¿Por qué escribimos hoy sobre Cincinato? ¿Cuál es su actualidad? Vivimos tiempos complejos, donde el peso de la virtud individual parece no contar en exceso. El escepticismo y el cansancio respecto de los principales representantes de la vida pública y, especialmente, política, son patentes; el barómetro del CIS lleva ya bastantes años reflejándolo. Por eso, pienso que recordar el ejemplo y la vida de Cincinato nos puede ayudar a arrojar un poco de luz en el ambiente algo sombrío que padecemos.
Fue Cincinato un ilustre romano que vivió su madurez en el siglo V a.C. De origen patricio, llegó a ser cónsul, general y, cuando el Senado romano se lo pidió para situaciones de extrema gravedad, dictador. Lo que hoy entendemos por dictador es cualitativamente diferente de lo que entendían en la Roma clásica. Al dictador romano iban a buscarle los representantes de la ciudad para que, en un puntual momento de dificultad, dadas sus especiales y excepcionales cualidades, tenga todo el poder en sus manos para servir y defender a la República, por un plazo máximo de seis meses. Cumplido su cometido, el dictador finaliza su mandato.
Fue Cincinato el ejemplo para los republicanos romanos de honestidad, austeridad y servicio al interés general por encima de ambiciones personales. Se retiró de la política porque el tribunado había exiliado a su hijo Caeso y se dedicaba al cultivo de la tierra, como Juan Antonio Ribera refleja en 1806 en su cuadro Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma. Por dos veces pidió el Senado romano a Cincinato que auxiliara a la ciudad. En el año 458, contaba con 61 años, el Senado le llama para que salve a Roma de la invasión de los ecuos y volscos. Se dice que Cincinato se encontraba arando, en su granja de cuatro acres cercana al Tíber, cuando le llegó el requerimiento del Senado. Derrotó a los ecuos y, cumplida su misión, se despojó de la toga orlada de púrpura de dictador y volvió al arado en su granja, no había agotado ni siquiera un mes de su mandato. Se consagró como el ejemplo del perfecto ciudadano republicano.
Nuevamente, en el año 439, a la edad de 80 años, Roma vuelve a requerir de sus servicios a la República, cuya libertad estaba en peligro ante el excesivo y peligroso control que el multimillonario Espurio Melio ejercía sobre ella. Resolvió la cuestión con la ayuda de su jefe de caballería Cayo Servilio, que puso fin a la vida de Melio.
Es admirado por Catón El Viejo; Dante y Petrarca le citan en sus obras. Más recientemente, la figura de Cincinato se comparó a la de George Washington, que como militares y políticos austeros y ejemplares, tuvieron bastantes puntos en común, además de servir a la República por encima de sus intereses personales y saber dejar el poder. De hecho Lord Byron describió a Washington como “el Cincinato del Oeste”. En Estados Unidos Cincinato, tan admirado por Washington, es un referente de libertad y espíritu cívico. Tanto es así que se puso en su honor nombre a dos ciudades: Cincinnatus (Nueva York) y la más conocida Cincinnati (Ohio). Ésta se fundó en 1788, llamándose en principio Losantiville. Dos años después el gobernador del Territorio del Noroeste Arthur St. Clair, -miembro de la Sociedad de los Cincinatos-, la rebautizó con su nombre actual. En ella se puede disfrutar de una estatua de Cincinato arado en mano. Los oficiales vencedores de la guerra de independencia en 1783 fundaron la sociedad de los cincinatos, cuyo primer presidente fue Washington.
Hoy precisamos en nuestro mediocre tiempo de más cincinatos que tengan el coraje y la determinación de auxiliar nuestra muy castigada vida pública. No se puede esperar del colectivo lo que no hagan sus partes. La responsabilidad individual sigue siendo el corazón de la vida colectiva y, como denunció Stuart Mill, una mala comprensión de la libertad y de la igualdad puede ahogar los espíritus más excelsos, siempre imprescindibles para el progreso de la humanidad.
Catedrático de Derecho de la URJC
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