El director cántabro habla en su tercer largo sobre el control, el anonimato y la impunidad en la Red. Por Laura Crespo
No pocos críticos, compañeros de profesión y espectadores visionarios venían valorando desde hace años la posibilidad de que apuntara hacia el otro lado del charco. Nominado al Oscar al mejor cortometraje por Las 7:35 de la mañana en 2006, el cineasta cántabro Nacho Vigalondo ya proyectaba en sus primeros pasos una forma de hacer que se mostraba cómoda y eficiente en mercados internacionales. Más eficiente, quizás, que en los esquemas de la cinematografía patria. No pudo ser, la estatuilla no se vino a Santander, pero sus 'All Star' sobre la alfombra roja del por entonces Teatro Kodak de Los Ángeles le abrieron las puertas a su primer largometraje.
Los Cronocrímenes se estrenó en 2007 en el Festival de Austin (EEUU), en el que se llevó tres galardones, para después estrellarse en la taquilla española en 2008. Parecido recorrido trazó su segundo largo Extraterrestre (2012), con un premio en el mismo certamen y, de nuevo, injustamente ignorada por el espectador español en salas.
Como una bocanada de aire para la industria española del cine, Vigalondo ha arriesgado con propuestas de género y presupuestos asfixiantes, productos cinematográficos distintos que han enamorado a muchos de los pocos que les dieron una oportunidad en las salas. Para muchos, lo mejor que le podía pasar al cineasta era recibir una llamada de Hollywood que le allanara el terreno y le diera visibilidad. A la tercera va la vencida. Este viernes, Vigalondo ha estrenado Open Windows, una producción española de tres millones de euros con participación francesa y rodada en inglés con reparto internacional.
Caras internacionalmente conocidas como las de Elijah Wood (El Señor de los Anillos, Sin City o Grand Piano) y Sasha Grey, (The Girlfriend Experiencie, Smash Cut), que dilatan de forma considerable sus opciones en taquilla y, sobre todo, su atractivo en el mercado internacional. En Open Windows, un joven fan de la actriz de moda gana en un concurso una cena con su idolatrada, una esperada cita que se suspende súbitamente. A cambio, un misterioso hombre que le contacta por videollamada propone al chico un juego travieso pero aparentemente inofensivo: espiar a la actriz mediante una webcam.
La tecnología, la fama y el a veces peligroso anonimato que brinda Internet sirven de ingredientes a este thriller de suspense cuyo máximo atractivo radica, no obstante, en el formato. El encargo que recibió Vigalondo fue el de contar una historia que en determinados momentos se mostrase al espectador a través de la pantalla de un ordenador, al estilo de la interfaz de una webcam o un chat, para enfatizar la distopía tecnológica que propone la película. El cántabro respondió con el más difícil todavía: un film en tiempo real en el que todo transcurre en la pantalla de un portátil. 
¿Esto qué es? ¿Quieres caldo, pues toma dos tazas?
Yo como espectador soy así. Cuando veo una película, me siento más estimulado si la propuesta juega al límite que si se queda a medias. No me gusta cuando una película parece ser muy sorprendente o muy innovadora, pero a medida que avanza es cada vez más normal y culmina en un tercer acto completamente estándar. Espero que las películas tengan confianza en mí mismo como espectador, y como director me pasa exactamente lo mismo; lo que pretendo es hacer las películas que a mí me gustaría ver. Lo que más me aterra en cualquiera de los dos papeles es aburrirme, por eso intento llevar las cosas al límite.
¿Qué ha sido lo más difícil de esta locura de película?
Ha sido difícil desde la escritura. Cuando escribes un guión convencional cuentas lo que pasa y ya está, no te preocupas por la cámara, por el punto de vista ni por el formato. Pero en este caso, cada vez que algo sucedía, yo me veía obligado a explicar cómo lo estamos viendo, a través de qué ventana y bajo qué condiciones. Ese fue el inicio de los problemas. A partir de ahí, al rodar la película hubo que seguir un plan muy estricto y luego el montaje fue un reto muy interesante para los editores. Se trataba de editar una película que, por un lado, tiene seis o siete veces más material que una película normal, pero por otro lado no hay un solo corte. Es una labor de edición que casi se está inventado a sí misma. En otras palabras, es un señor cacao.
¿Cómo se eligió el casting?
A Elijah le tenía más o menos en mente. El papel está muy pensado para él. En el caso de Sasha, había una lista de candidatas y ella me pareció la opción más divertida, la más apasionante y la que más favorece el significado de la película. Sasha entendió perfectamente el eco que hay entre el personaje y su circunstancia como ex estrella del cine porno. Al igual que ella hizo, el personaje también aspira a salir de una industria. También era una forma de hablar de la explotación sin entrar en moralismos, sin denunciar la industria del cine porno, que sería muy hipócrita por nuestra parte. No tenemos ningún motivo para negar el pasado de Sasha, pero tampoco queremos explotarlo de una manera vulgar. La película sí que es, de algún modo, una reflexión sobre Sasha, pero curiosamente no estaba pensado desde el prinicipio que ella hiciese el papel. Para mí, escribir el personaje sin pensar en ella y que luego apareciese fue como que las cosas encajaban como un guante. Es un eco muy divertido el que da sobre el personaje. 
En la película se muestra además dónde puede derivar, llevado al extremo, el fenómeno fan…
No hay que irse muy lejos, basta con fijarse en el lenguaje que a veces se utiliza en las redes sociales para hablar de gente popular. Parece que el hecho de que una persona sea pública da pie a que la gente pueda bajar el nivel de pensamiento y de expresión hasta convertirse en un mandril. Constantemente se ven en Internet ejemplos de esto, de cómo hay personas que consideran que la gente popular es, de alguna manera, de su propiedad. A veces, la tentación de poder hablar a alguien famoso poniendo una arroba delante de su nombre en Twitter lleva a un comportamiento bastante repugnante que no es beneficioso para nadie.
En tu caso, la exposición pública en las redes sociales ya te ha jugado alguna mala pasada, ¿cómo es tu relación actual con estas nuevas tecnologías y formas de comunicación?
Cualquiera que compruebe mi cuenta de Twitter verá que es de la misma forma desde el principio de los tiempos. Twitter es mi red social, la utilizo como lugar de desahogo, como fuente de creación y como forma de comunicación, y siempre ha sido así. Pero tampoco tengo un vínculo directo con las redes o con Internet, o no tan directo como puede parecer. No hay más que ver el móvil que tengo, que no me permite ni instalar Whatsapp. Me permito a veces no estar disponible. Tuve una época en la que me di cuenta de que estaba mucho más enganchado de lo que parecía, así que ahora estoy en fase de regularización. 
La ventana abierta siempre ha simbolizado cosas buenas, principios, nuevas oportunidades… ¿Ironía?
Bueno, utilizamos el término Open Windows con bastante malicia. A fin de cuentas, son ventanas que se abren, pero hacia dentro: alguien que te está mirando desde fuera. Son ventanas que permiten a la gente observar sin ser observada, lo cual siempre genera situaciones maliciosas. Efectivamente, la connotación positiva de las ventanas abiertas aquí se ha ido un poco al garete.
Muchos han calificado tu película como una especie de remake desatadamente libre de La ventana indiscreta de Hitchcock… ¿Somos los humanos ‘voyeurs’ por naturaleza?
Sí, es una fantasía que yo creo que todos resolvemos de una u otra manera. Algunos tienen más suerte que otros a la hora de controlar esa fantasía. No creo que esta película sea un remake de La ventana indiscreta; jamás me atrevería a hacerlo porque me parece una película demasiado grande. Sí que tiene una inspiración directa en películas que a su vez se inspiraron en Hitchcock, como Impacto, de Brian De Palma, una cinta que tuve muy presente. ¿Es todo el mundo un voyeur en potencia? Al menos, todo director de cine sí que lo es.
James Stewart tenía en La Ventana Indiscreta unos prismáticos y Elijah Wood tiene en Open Windows un macroconjunto de servidores de Internet y cámaras. ¿Es peligroso poner la tecnología al servicio de estas pulsiones humanas?
A veces hablamos de la tecnología como algo que está a parte del hombre y que puede ser bueno o malo en sí mismo. En realidad, la tecnología somos nosotros y lo que hacemos con ella. No creo, por ejemplo, en esas teorías que hablan de ‘la esencia de Internet’. Internet no tiene esencia, su esencia somos nosotros. Sí que es interesante cómo determinadas herramientas pueden alterar nuestros valores y nuestras conductas hasta extremos en los que hace pocos años nos resultaba impensable vernos.
Ahora parece que se está tratando de regular el uso de las redes sociales para según qué comentarios, incluso con arrestos. ¿Qué opinas?
Me parece peligroso que las detenciones que ha habido tienen un sesgo ideológico. Son detenciones a gente de un único lado del conflicto, cuando he visto cosas bastante pavorosas en los dos bandos. Es feo hablar de bandos, pero es para entendernos. Me preocupan ciertas detenciones, pero me preocupan más ciertas impunidades.
Un vez más, tu película sale premiada de su estreno en el Festival de Austin. ¿Qué crees que va a pasar en taquilla?
No lo sé. Yo estaré agradecido con que venga a verla el mayor número de personas posible. Pero para mí es tan valioso un espectador como un millón. Me gusta pensar en los espectadores, no en la taquilla.
¿Qué diferencia hay entres espectador y taquilla?
Supuestamente, los espectadores que ven la película dentro de cinco años ya no son taquilla, y para mí esos son tan importantes como los que la ven el primer fin de semana. Me gusta comunicarme a través de mis películas, da igual en qué momento. Digo esto porque disfruto mucho viendo cómo han envejecido mis películas y cómo se perciben con el paso del tiempo; para mí eso es un sentimiento muy dulce. Eso sí, es cierto que cuanta más gente vaya el primer fin de semana, más fácil me lo podrán a la hora de hacer otra.
¿Es difícil rentabilizar una película como esta, de tres millones de euros?
Bueno, la taquilla es la principal fuente de financiación, pero una película como esta tiene más fácil distribución en los mercados de otros países. El casting nos permite distribuir la película en países donde hasta ahora no había distribuido ninguna. Los tiempos de las películas no son como los de antes y ya no halamos del desgaste tradicional del primer fin de semana, hay más opciones.

¿Ves Internet como una de esas opciones?
Lo veo como una opción normal fuera de España. Aquí todavía no hay un mercado tan potente, pero espero que lo sea dentro de poco. Hasta entonces, nos toca concienciar al público español de que pague por ver cine en Internet, para que sea sostenible hacer películas independientes en España. No es cierto que el cine, en general, no sea sostenible hoy en día. Lo que no es sostenible es un cierto tipo de cine por ser demasiado peligroso. La piratería no puede acabar con el cine pero sí puede hacer que sea solamente ‘mainstream’. Llegar a esa situación sería una pena porque cuando el cine brilla más es cuando hay diversidad. En Estados Unidos estamos asistiendo a una recuperación muy bonita del cine independiente gracias a las plataformas VoD (Video On Demand), que están funcionando de maravilla. Para mí, lo deseable sería el estreno simultáneo: que cualquier persona pueda ver la película desde el día del estreno en cualquier punto de la geografía española, algo que es imposible con las salas como única opción. Pero para que esto se asiente y se solidifique tenemos que poner todos de nuestra parte, tanto la industria como el público.
Sí que hay ejemplos, como ha pasado este año con Ocho Apellidos Vascos, de que el cine español busca a su público…
Pero el tópico de que el cine español no engancha a su público se mantiene siempre, incluso en años con taquillazos. Creo que es consecuencia de algo que me llama mucho la atención: en el cine español se personalizan los triunfos y se colectiviza el fracaso. Nadie habla del triunfo del cine español, se habla del triunfo de Ocho apellidos vascos, del triunfo de Torrenteo del de Lo Imposible. Creo que el cine español actual tiene una conexión con el público a años luz de la que podía tener hace veinte años.
¿Qué crees que quiere el público?
Si tuviese la respuesta a esa pregunta, ahora mismo sería multimillonario. No lo saben ni los que consiguen hacer taquillazos. Mi misión es ser honesto y sincero con las pelis que hago y no pretender engatusar a alguien más tonto que yo. Mientras hagas películas que respeten al público, tratándolo como un igual en vez de cómo a un niño que hay que atontar, adelante.
¿Qué es lo mejor de tu trabajo?
No lo sé… me siento muy afortunado de cómo rodamos, el equipo que tengo y nuestras dinámicas de rodaje. Habrá un momento en el querré dejar de hacer películas pero las seguiré haciendo para poder seguir rodando. Es una cosa muy placentera y muy excitante. Creo que rodar es lo que más me gusta en esta vida.