Charlamos con el realizador donostiarra sobre su última y polémica película. Por Laura Crespo
Quienes acudieron a su estreno en el Festival de San Sebastián hace un par de semanas coinciden en que la proyección cedió paso al silencio, la conmoción y, desde algunas butacas, pitos y aplausos a partes iguales. La tercera película del realizador donostiarra
Pablo Malo está en boca de todos tras llevar a la gran pantalla
el caso Lasa y Zabala, el primer acto terrorista de los GAL, perpetrado en 1983 y destapado doce años después. El cineasta sabía donde se metía, pero confiesa que mantenía cierta “ingenuidad”. No había mucho que hacer:
con Lasa y Zabala, lo político se ha comido a lo cinematográfico. Arriesgada, polémica, quizás prematura. Malo reconoce que este trabajo le ha demostrado que los sentimientos en torno a Eta están aún “a flor de piel” y que quedan “muchas generaciones” para que el tema empiece a tratarse “con cierta naturalidad”. A unos días de su estreno en salas (17 de octubre), charlamos con el realizador sobre el revuelo que ha causado su película.
Pregunta.- Lasa y Zabala es un encargo del productor Joxe Portela. ¿Qué te llevó a aceptar el trabajo?
Respuesta.- Lo que me hizo decidirme fue darme cuenta de que tenía los suficientes elementos como para ser un thriller político. Como cineasta, lo que vi es que tenía un potencial cinematográfico lo suficientemente interesante. Además, me sentía cómodo sabiendo que estábamos hablando de un caso que ya estaba juzgado, sentenciado y ratificado por tribunales internacionales. Basarnos en un sumario me daba la garantía de que no íbamos a hacer una película contra nada ni contra nadie, sino que estábamos contando un hecho real y demostrado.
P.- Desde que se estrenó la película en el Festival de San Sebastián has lamentado en más de una ocasión que se hable sobre ella en clave política y no cinematográfica. Supongo que, de alguna forma, sabías a lo que te exponías…
R.- Sí, lo que pasa es que mantengo cierta cuota de ingenuidad. Sabía que, lógicamente, iba a tener esas connotaciones políticas porque es un tema delicado, relativamente reciente y tremendamente doloroso por todos los lados. Pero es una película que ha ido a la sección oficial del Festival de Donosti y que, objetivamente, creo que está muy bien. Al final el manto político lo acaba cubriendo todo y a mí me da un poco de pena porque tengo la sensación de que me he metido en política más que en hacer cine. Sé que es algo que necesariamente tiene que existir, pero la política no es algo que me encante. No me gusta verme metido en ese bucle en el que me paso el día respondiendo a temas políticos, pero sé que es lo que hay, me lo tengo que comer y apechugo con ello.
"No hemos estado dos años preparando una película para que al final sea utilizada como arma arrojadiza, para esta cosa tan nuestra del 'y tú más'"
P.- La politización de
Lasa y Zabala vino, en realidad, desde antes del estreno. Por un lado, habéis contado las trabas con las que os encontrasteis para rodar en determinadas localizaciones y, por otro, hay quien ha puesto el acento en la ayuda de 100.000 euros concedida por la diputación guipuzcoana en partida extraordinaria…
R.- Lo que siento con todo esto es un poco de pena. Nosotros no hemos estado dos años preparando una película para que al final sea utilizada como arma arrojadiza entre la gente, para esta cosa tan nuestra del ‘y tú más’. Esto reafirma que hemos hecho una película sobre un tema muy delicado en el que los extremos están todavía muy alejados el uno del otro. Entiendo que han sido años en los que se ha sufrido muchísimo y que las sensibilidades siguen estando a flor de piel. Nos quedan muchas generaciones para que la historia de nuestro país en ese sentido se pueda normalizar. ¿Se ha politizado? Creo que sí, pero desgraciadamente pienso que era inevitable.
P.- ¿Hay algo de la historia que te infundiera mayor respeto o te evocara más sensibilidad a la hora de trasladarla a la gran pantalla?
R.- Al hablar de cualquier historia real tienes que intentar, de entrada, no ser nada maniqueo, no hacer un panfleto ni utilizar la película para hablar de buenos y malos. Eso sería demasiado simplista. Este caso es, por sí mismo, lo suficientemente evidente como para que cada uno tome sus conclusiones sobre lo que pasó en aquellos años y cómo se ha funcionado en algunos momentos en este país. En cuanto a algo más concreto, yo no quería ser excesivamente explícito con el tema de las torturas y los asesinatos, pero tampoco podíamos dejarlos de lado, no podíamos contar eso desde el otro lado de la puerta. De no haber mostrado las torturas sí que estaríamos falseando la realidad del caso. Tenemos que asumir que en este país también se han hecho este tipo de cosas para poder empezar a funcionar en base a la paz, al diálogo y a la convivencia.
P.-
En la película, un Guardia Civil le pregunta al policía alicantino que reabrió el caso que en qué bando está. Como cineasta, ¿es inevitable tomar, de algún modo, parte de las historias para poder contarlas?
R.- Yo siempre digo que cuando tú pones la cámara en un sitio y no en otro, en cierto modo ya estás tomando partido. He tenido muy claro que estos chavales sufrieron una salvajada y una barbaridad. En este sentido, cuando alguien está sufriendo sí que tengo claro del lado de quién estoy. Para mí, la violencia no tiene ningún sentido. Existe una cosa maravillosa que se llama diálogo, en el País Vasco tenemos incluso dos lenguas para comunicarnos, y no entiendo que se pueda vivir o gestionar las cosas a través de la violencia.
En este caso, dos personas son secuestradas, llevadas al Palacio de la Cumbre (San Sebastián) y torturadas durante cuatro o cinco semanas, hasta que son asesinados. A eso no se le puede buscar justificación alguna. Y eso es lo que hemos contado: solo un episodio concreto y definido. Parece que si haces una película sobre el conflicto vasco tiene que ser ‘LA’ película que lo englobe todo, que cuente los cincuenta años de horror que ha vivido este país. Eso es imposible. Hemos tenido cien minutos para contar una historia muy concreta en un tiempo muy concreto y en la que participó gente muy concreta.
P.- Está claro que ese episodio que se aborda se deja claro desde el propio título de la película, pero hay quien ha echado en falta una contextualización más incisiva, una mayor presencia del horror de los atentados de Eta en los años ochenta…
R.- En los créditos salen los atentados y a lo largo de la película hay frases y diálogos que hacen referencia a ese horror. Siempre pensamos que nos teníamos que centrar en lo que fue el caso concreto de Lasa y Zabala. Si hubiésemos metido en la película un atentado suelto puede que se nos hubiese criticado por pasar de puntillas sobre ese tema. Aquellos fueron unos años de plomo, en los que Eta perpetraba un atentado casi cada tres días. Son unas cifras brutales y nosotros teníamos muy claro que teníamos que centrarnos en lo que íbamos a contar. Se alude a Segundo Marey, a Amedo… pero el guionista tuvo que discriminar mucho. O contábamos la historia en sí o empezábamos a ramificar tanto que al final teníamos que hacer una serie de televisión. Por otro lado, estos chavales no habían atentado contra nadie, sino que habían atracado un banco hacía dos años. Si hubiesen atentado, los guionistas lo habrían incluido porque eso sí hubiese sido necesario para contextualizar su historia.
Esto es solo un capítulo y alguien se encargará de contar el resto. Quizás lo haga yo mismo, pero dentro de unos años. Por el momento tengo suficiente de este tema, uno acaba psicológicamente muy agotado. Sí que creo que quedan muchísimas cosas que contar desde todas las perspectivas, y estoy seguro de que se irán haciendo esas películas.
P.- Hablemos de cine. ¿Cómo se convierte un sumario judicial, colmado de fechas y nombres, en una película atractiva, en ese thriller político que querías hacer?
R.- Dando muchas vueltas. Creo que llegó a haber hasta ocho versiones de guión. Yo trabajé también con el guionista porque, por encima de todo, quería hacer un thriller político, una historia de ficción que resultara sugerente y atractiva para el espectador, independientemente de que fuese una historia real. Si te limitas a contar los hechos como tal, el resultado es un documental y ya hay suficientes sobre este asunto, no habríamos aportada nada. Nos servimos, sobre todo, del personaje de Unax Ugalde. Necesitábamos a alguien que llevase la historia desde el principio hasta el final y el abogado es el único que estuvo en todo el proceso. Hay quien nos ha comentado que con este esquema se presenta a este personaje casi como el héroe. Nosotros siempre hemos defendido que si hay algún héroe en la película, en todo caso serían Jesús García, el policía que se involucró en esta historia sin venirle a cuento, y los jueces y fiscales que siguieron adelante a pesar de las presiones.
Otro hándicap que teníamos es que los juicios que hacemos en España no son como los americanos. Ellos se levantan, tienen esa teatralidad que queda muy bien en cine pero que nosotros no podíamos utilizar en esta película. Me daba miedo que eso se nos quedase un poco aburrido. Sin embargo, la gente ahora nos dice todo lo contrario: que los momentos del juicio alternados con los flashbacks ayudaban mucho a la historia. En ese sentido sí que creo que ha sido un logro haberlo rodado de esta manera.
P.- ¿Has tenido la oportunidad de hablar con alguna persona joven, para quien el caso sea algo lejano o incluso desconocido, y haya visto la película?
R.- Algunos chavales que han visto la película salen muy impactados pensando en que esto ocurrió de verdad. A los chavales que ahora tienen 18 o 20 años les resulta muy chocante que esto haya podido ser cierto. Incluso haciendo el casting para elegir a los dos actores que iban a hacer de Lasa y de Zabala me di cuenta de que ya hay mucho desconocimiento sobre estas historias. Los chicos sabían algo por sus padres, pero tenían informaciones muy difusas. Y esto en el País Vasco.
Hay mucho que contar. Esa es una de las razones por las que hemos hecho esta película, para que quede constancia de que esto, como tantísimas otras cosas, no tenía que haber ocurrido. Estaría bien que, con los años, se siguieran poniendo estos episodios en imágenes, que poco a poco la historia desgraciada de este país quede ahí, para que no se vuelva a repetir.
P.- ¿Habría sido posible hacer esta película mientras Eta seguía en activo?
R.- Seguro que no. Basta con ver que, en el año 2014, todavía se están haciendo comentarios como que está descontextualizada o críticas de gente que cree que he contado una historia de dos etarras y no de las mil personas que han muerto por el otro lado. Haber perdido a alguien en toda esta barbaridad, lógicamente, es irreparable, y quizás es aún una historia muy reciente. Queda mucho para que puedan contarse estas historias como se cuentan las de la Guerra Civil. Siempre he dicho que todas las películas que se hagan sobre el conflicto vasco están condenadas a no gustar a nadie porque todos echarán cosas de menos. Pese a que la actividad de Eta, afortunadamente, ha desaparecido, aún quedan muchas generaciones para que esto se pueda ver con cierta naturalidad, que los extremos empiecen a acercarse un poco, para entender que esto no tendría que haber ocurrido nunca. Todavía ha habido gente que a mí me ha defendido que lo que ocurrió con estos chavales estaba justificado. No puedo participar de eso y cualquier persona con un mínimo de sensibilidad entiende que aquello no era forma de que un país funcionase.
"Aún quedan muchas generaciones para que esto se pueda ver con cierta naturalidad"
P.- Pero, ¿es todo una cuestión de tiempo? Los americanos, por ejemplo, hacen cine de sus desgracias con unos plazos mucho más breves y no hay polémicas…
R.- También tiene que ver con las culturas. La cultura americana, en ese sentido, digiere de otra manera sus historias, las vive con otra naturalidad. Aquí necesitamos pasar unos años de duelo para que uno se pueda acercar a según qué cosas, y no me parece mal. Por lo menos hace falta distanciarnos y ver las cosas desde otra perspectiva. Aún así, creo que si lo tratas con respeto y con la suficiente delicadeza, todas las historias son susceptibles de ser contadas.
P.- De cara a los Goya y debido al tema que trata la película, ¿puede verse de alguna manera perjudicada o beneficiada?
R.- Beneficiada seguro que no. Yo soy cineasta, quería hacer una película y es lo que he hecho: un thriller político basado en un hecho real. Todo lo que se ha generado alrededor, puedo entenderlo desde el dolor. Aunque también he percibido comentarios malintencionados. Nunca me habría embarcado en una película con una intención política. Ni me lo planteo. Igual que ha estado en la sección oficial de Donosti con todos los merecimientos, es una película que tiene muchas posibilidades de que guste. Lo que nos dice el espectador de la calle es que sale conmovido.
P.- Después de tanta repercusión política, ¿te has arrepentido en algún momento de haber aceptado el encargo?
R.- No, no me he arrepentido porque estoy muy satisfecho de la película que hemos hecho. Si antes era de la opinión de que los extremos se me quedaban muy lejos, después de haber hecho esta peli y de haber oído hablar a tantas personas de tan distintas sensibilidades, cada vez me sitúo más en el mismísimo centro. Esta historia viene a reforzar que ninguna palabra relacionada con estos cincuenta años merece la pena ser rescatada como positiva. Todo han sido asesinatos, secuestros, torturas, extorsiones, dispersión, odio, sufrimiento… todo ha sido una barbaridad.