Difícilmente podrás, lector, tener en tus manos un libro que te cause un impacto mayor que éste que publica ahora Hiperión, traducción al español, en edición bilingüe, de otra anterior japonesa. Haikus en el corredor de la muerte recoge una selección de composiciones escritas por condenados a muerte, en su mayoría ejecutados ya, y algunos en espera de revisión de sentencia.
A la conmoción que provoca el leer tan delicadas piezas escritas “bajo la guadaña de la muerte”, se une la extrañeza de una práctica que, según leemos en el prólogo de Fernando Rodríguez-Izquierdo, es habitual en Japón. Su tradición cultural hace que el japonés tenga asimilada, al menos oída, la enseñanza de que ante la adversidad se debe responder escribiendo un poema: “¿Estás disgustado?”, “Tu persona querida ha muerto”, “¿Estás preocupado porque te hallas a punto de morir dejando cosas inacabadas?” Entonces sé valeroso, y compón un poema sobre la muerte. Cualquiera que sea la injusticia o la desgracia que te turbe, renuncia cuanto antes a tu resentimiento o a tu pena y escribe, como ejercicio moral, algunas líneas de versos sobrios y elegantes”. Así pues, estos haikus “fluyen a una con toda esa corriente”. Bajo esta mirada, podremos disfrutar el libro en lo que tiene de poesía y de belleza, sin que por ello cada página deje de estremecernos, pues acompaña a cada poema una breve nota sobre el autor, aclarando las circunstancias, edad y fecha del ajusticiamiento -que lo es siempre en la horca- más un índice de autores con la edad que tenían en el momento de la ejecución. Entre ellos encontramos desde personas que han asesinado a su madre, hasta aquellos cuya inocencia se descubrió después.
Los poemas se han organizado por temas en cinco capítulos, según el tono dominante en ellos: “La soledad”, “Lazos-madre-pueblo natal”, “Mi culpa”, “Vivir”, “Despedida”. La nota común que subyace en todos es la de la aceptación de ese destino. No sé si nuestra sociedad actual, que sólo soporta el placer y la satisfacción inmediata de toda necesidad, real o instalada socialmente como tal, entendería que alguien, en este caso el poeta Issa, en 1826, antes de morir de frío en medio de una nevada, escribiera un haiku (encontrado junto a él) dando gracias al cielo y al dios Amida (Buda de la misericordia): “Gracias al cielo: / la nieve en mi jergón / viene también de Amida”; o que el condenado a muerte Kazuyuki escriba: “Cuerda, para no ensuciarla / me limpio el cuello. / Agua de Kan” (Kan hace referencia a la lluvia de la época mas fría del año).
Otro acierto del volumen, que apreciará todo amante de la escritura japonesa y el simple curioso que se acerque a ellos, es presentar una “Lista de Kigos”, caracteres que se incluyen tradicionalmente en el haiku, con la indicación del poema en que lo podemos encontrar.
Esta antología, traducida y editada por Elena Gallego y Seiko Ota, se publica con la encomiable intención final de “mostrar una realidad desconocida del mundo japonés en el mundo hispánico”: la realidad de unas ejecuciones que se han venido y se siguen haciendo en Japón, con el agravante del silencio social sobre un tema que se considera tabú. Con la pequeña contribución de esta reseña, quisiera sumarme al propósito de sus autoras. Una mayor difusión puede avivar el debate y quizá contribuya a desterrar, no sólo de Japón sino del resto de países donde sigue vigente, la pena de muerte.
“Inclino mi cabeza en reverencia hacia la existencia de seres humanos”, dice en el Prefacio el crítico y filósofo Tsurumi Shunsuke. Yo la inclino igualmente ante la humanidad de todos los responsables de que este volumen esté en la calle: sus compiladoras, prologuista y editorial, así como a los que lleguen al final de la lectura de esta reseña y después hablen y comenten sobre el libro; porque los pequeños gestos son siempre los más importantes, y quizá suceda aquello de que el aleteo de las alas de una mariposa provoque un Tsunami al otro lado del mundo. Un aleteo de mariposa es este Haiku, entre otros, de Kikusei, ejecutado a los 43 años, que aprendió a escribirlos en la cárcel: “Golondrinas, /palomas y gorriones, /adiós.”