El cineasta Alberto Rodríguez acude este sábado a la gala de los Goya con la satisfacción y la responsabilidad de que su película, La isla mínima, parte como favorita con 17 nominaciones, incluyendo la suya como mejor director. El contundente thriller del sevillano ha enamorado a público y crítica por su atmósfera sutilmente asfixiante, sus brillantes interpretaciones y una fotografía brutal. A pocas horas de que se entreguen los premios del cine español, Rodríguez confiesa en una entrevista con El Imparcial que está en un momento en que “odia” su película.
Desde su estreno en San Sebastián, La isla mínima ha conseguido un respaldo transversal: una taquilla excelente, críticas casi unánimemente positivas y 17 nominaciones a los premios Goya. ¿Esperabas algo así?Como bien dices, no ha podido tener más apoyo y la verdad es que no, no me lo esperaba. Cuando haces una película, la única guía real que tienes es hacer algo que a ti te gustaría ver u ofrecer una historia que tienes la necesidad de contar. Ahí acaba el truco de todo. No puedes intentar hacer una película que tenga éxito de público o que vaya a funcionar en los premios. Por más que tú hagas, nada de eso tiene porqué ocurrir. Cuando empecé con La isla mínima, sí que tenía claro que era la historia que yo quería contar y creí que, además, podía interesar al público. Pero de ahí al éxito que ha tenido, pues no. Algunas películas tienen más suerte y otras menos, pero todas las haces con la misma ilusión.
¿Cómo se te atrapa esta historia?Fue un proceso extraño. La película empieza en una exposición de fotografías de Atín Aya, un fotógrafo sevillano, a la que fui en 2001 con Álex Catalá, el que finalmente ha sido el director de fotografía de
La isla mínima. Eran fotos sobre los paisajes de Las Marismas y retratos de la gente que vive allí, y nosotros ya salimos de aquella exposición con la idea de algún día rodar una película en ese escenario. Fue en 2005 cuando hice un primer tratamiento con el coguionista, Rafael Cobo. En principio era un ‘¿quién lo hizo?’, una historia negra, policiaca, desarrollada en Las Marismas. Sin haber terminado aún el guión, decidimos aparcar el proyecto y no lo retomamos hasta 2012. La idea de volver a ese guión partió cuando alguien nos dejó dos documentales de los hermanos Bartolomé, Atado y bien atado y No se os puede dejar solo. Eran documentales sobre la Transición, pero hechos y editados durante la Transición. Es decir, que no tenían el filtro histórico ni la historia oficial de la Transición, cuando se hicieron, las cosas no estaban claras. Y al verlos, nos dio la sensación de que la España de 2012 y la de 1980, de una manera o de otra, se parecían mucho. Quitando cuestiones como la tensión de los militares y el terrorismo, que afortunadamente ya no están ahí, había muchos problemas, económicos y territoriales sobre todo, que seguían estando vigentes en 2012. Daba la sensación de que en treinta y tantos años las cosas habían avanzado muy poco, y eso nos pareció muy interesante. Nos planteamos hacer una película que, en ese escenario de Las Marismas, fuera una metáfora de todo eso.
“La España de 2012 y la de 1980, de una manera o de otra, se parecen mucho”
Los dos policías protagonistas, interpretados por Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, ¿son la encarnación de esa metáfora?La película es toda una metáfora, igual que lo son los dos policías, sí. Uno representa el antiguo régimen, o lo más oscuro del antiguo régimen, que se está muriendo. Y el otro viene con los nuevos vientos que impulsa la democracia, y además quiere formar parte activa de ese nuevo futuro que se abre. Ambos representan diversos roles de la transición.
La España de 1980 y la de 2012 os resultaron parecidas, y tres años después, esa capa de corrupción que recubre la película y la sensación de impunidad en ciertas esferas también nos resultan deudoras del presente…
Lamentablemente, hay una serie de vicios, quizás sean inherentes al ser humano, que estuvieron muy presentes durante la dictadura y que no han cambiado hasta ahora. Creo que el problema ha sido el mantenimiento de determinadas formas de pensar o de actuar, extensibles incluso a muchos comportamientos sociales. Lo que pienso, no como cineasta sino como ciudadano, es que hoy por hoy estamos abriendo un camino nuevo, que debemos hacerlo y que se va a empezar a percibir pronto.
Todos los intérpretes de La isla mínima han conseguido colarse en las nominaciones. Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, con un doblete en la de mejor actor protagonista; Nerea Barros como mejor actriz revelación y Antonio de la Torre y Mercedes León en las categorías de reparto. ¿Cómo se consigue un reparto así de inmenso? De esto tienen la culpa las directoras de casting, Eva Leira y Yolanda Serrano, que son las que realmente impulsaron este casting tan poderoso. Llevamos cuatro películas juntos, me conocen muy bien y saben cómo trabajo con los actores, pero el gran mérito suyo. Esta categoría, la de director de casting, debería esta en los grandes premios porque es fundamental en una película.
Las dos películas que parten con más opciones en los Goya, La isla mínima y El Niño, tienen detrás a Atresmedia Cine y a Telecinco Cinema, respectivamente. ¿Qué implica el respaldo de estos grandes grupos de comunicación?Es fundamental. Aportan un extra en promoción y publicidad, una fase del proceso cinematográfico a la que las películas suelen llegar exhaustas. Dentro de un análisis que se puede hacer de las películas de este año, está claro que las más taquilleras están ligadas a canales privados de televisión que las han promocionado. Y ayudan mucho, en todos los sentidos. Nosotros además tuvimos la suerte de que Atresmedia ha estado muy al margen, nos ha dejado trabajar con muchísimas libertad en el plano artístico, y eso también es importante.
Pero con este escenario, a la larga, ¿podría resentirse la diversidad en la industria española del cine?Esa es precisamente una de las razones por las que tiene que haber apoyo público. Necesitamos mantener la diversidad que tenemos en este momento y para ello es fundamental el apoyo de las televisiones públicas y del Estado en forma de ayuda, de una manera o de otra. Tenemos que dejar de pensar que el cine se puede hacer sin eso, porque no es verdad. Se podría hacer otro cine, pero no el que estamos haciendo ahora, caracterizado por la variedad. Sin la ayuda pública, la cosa se terminaría polarizando: o grandísimas producciones apoyadas por las cadenas privadas, o películas muy, muy pequeñas, minoritarias y hechas prácticamente sin dinero. En definitiva, se perdería diversidad y riqueza.
“Tenemos que dejar de pensar que el cine puede hacerse sin apoyo del Estado porque no es verdad. Se perdería diversidad y riqueza”
Creo que eres el director que la prensa especializada más veces ha “consagrado”. Primero se dijo que 7 Vírgenes, tu tercera película, fue tu “consagración como director”. Una consideración que volvió a repetirse en 2012 con Grupo 7 y de nuevo ahora con La isla mínima…Es cierto… pero yo sigo pensando exactamente lo mismo que cuando hice la primera película. Que para hacer cine tienes que guiarte con la única brújula que tienes: la de sentir la necesidad de contar una historia en una pantalla para que la gente la vea porque a ti te gustaría verla. Y que el éxito de una película se mide por el grado en que te abre las puertas para hacer la siguiente.
Creo que las puertas las tienes abiertas ahora de par en par. ¿Hay ya alguna historia que ya sientas la necesidad de contar?Hay una. En este caso fue un encargo, pero la acepté porque me parece que es muy interesante. Por el momento, estamos trabajando en la adaptación del guión de un libro sobre Francisco Paesa, un personaje ligado a los servicios secretos españoles que fue responsable, entre otras cosas, de la entrega de Luis Roldán.
Se oye en cada corrillo, pero tú personalmente, ¿piensas que La isla mínima es tu mejor película?Yo no termino de verlo así. Me cuesta mucho trabajo ver desde fuera lo que estoy haciendo en cada momento, no tengo perspectiva. Cuando termino una película, normalmente la odio; porque me ha llevado un montón de tiempo de trabajo, la he visto miles de veces y ya no me sorprende. Es cierto que
La isla mínima me está dando una alegría detrás de otra, pero yo no tengo todavía las cosas claras. Necesita tiempo para volver a verla antes de decidir si, efectivamente, es buena o si me he equivocado totalmente. Esta película fue particularmente laboriosa en la edición. Estuvimos seis meses montándola porque, aunque no lo parezca, tiene muchos efectos digitales, mucha ‘truca’, y hubo que desarrollarla poco a poco. La he podido ver unas cuarenta veces, así que estoy en ese punto en que es normal que la odie.
“El éxito de una película se mide por el grado en que te abre las puertas para hacer la siguiente”
Volvamos a los Goya. ¿Echas en falta algún título en la categoría de mejor película?Lo que ocurre este año es que la calidad ha sido muy buena, así que creo que hubieran cabido perfectamente un par de películas más. Seguro que
Carmina y Amén podría haber estado ahí, por ejemplo. Tenemos que estar contentos, primero porque las cinco que hay son muy buenas, pero también porque hay otro montón de películas maravillosas.
¿Qué sensaciones tienes con las nominaciones de La isla mínima? El año de
Grupo 7 teníamos 16 nominaciones y ganamos dos. No sé si es que ya soy un veterano, pero la verdad es que voy muy tranquilo. Es la cuarta vez que voy a los Goya porque, aunque es mi tercera nominación como director, a Rafael Cobo y a mí nos han nominado cuatro veces como guionistas. Ya empiezo a tener, quizás, cierta experiencia y voy más sereno que otros años. Lo que tenemos que hacer es tratar de disfrutar todos el estupendo año de cine que hemos tenido, variado y con una calidad extraordinaria. Y luego, que gane el que tenga que ganar.
¿Algún deseo confesable antes de la gala?Esta película era muy complicada de hacer porque, aunque no lo parezca, tiene un presupuesto muy ajustado, no es una superproducción. Así que me encantaría que ganara Manuela Ocón en dirección de producción.
El año de Alberto Rodríguez
Alberto Rodríguez Librero (Sevilla, 1971) iba para periodista, pero algún sabio ya metido en esta profesión le disuadió. Y entonces descubrió otra forma de contar historias, quizás más apasionante y, seguro, más sugerente: la imagen. Así que fue imagen y sonido lo que estudió en la universidad. El suyo fue un estreno a lo grande. Son sólo un corto a sus espaldas, la primera vez que estuvo en un rodaje profesional fue para dirigirlo. Se trataba de la cocina de su ópera prima El factor Pilgrim (2000).
Después vendrían El traje (2002) y la que muchos vieron como su consagración en el cine español, 7 Vírgenes (2005), con Juan José Ballesta y Jesús Carroza y responsable de su primera nominación al Goya como mejor director. Sin embargo, su siguiente película, After (2009), pasó muy desapercibida, hasta que con Grupo 7 (2012) volvió a colocarse entre los nombres más destacados del panorama cinematográfico y muchos quisieron señalar a esta cinta policiaca sobre la Sevilla pre-Expo del 92 como un punto de inflexión en su carrera. Ya en 2014, Rodríguez se ha vuelto a superar con La isla mínima, considerada su mejor película hasta la fecha pero que, visto lo visto en una trayectoria que no ha hecho sino una pirueta ascendente, probablemente no será la mejor de su carrera.
En 2012, Grupo 7 sumó 16 nominaciones a los Goya, incluyendo la segunda del cineasta sevillana. Finalmente, la “familia” que desde hace tres lustros Alberto Rodríguez reúne periódicamente para sus proyectos se fue a casa con dos premios. Aquella vez no pudo ser: Rodríguez afronta en estado de virginidad su tercera nominación en un año en el que la sensación que desprende el mundillo es que “le toca”.