Unos piensan que desde una cómoda barrera transpirenaica algunos escritores se volvieron incómodos frente aquella piel de toro de la dictadura. Es una banalización de la situación dramática de desarraigo en los tiempos grises que atravesó nuestro país durante el siglo XX. Fernando Arrabal hace de su escritura y persona toda una pose sardónica, inteligente casi siempre, áspera las más. Muchos le recuerdan por una pequeña boutade televisiva para aminorar en vano una obra que se cuenta entre las grandes europeas, junto a Ionesco o Becket, ni más ni menos. Sin embargo, no estamos ante un fantoche, su Carta al general Franco (1971) le valió pena de cárcel. Escritor de plena conciencia: “El artista que ha elegido el exilio/ para no conformarse con su sistema/ verá sus obras y su vida como tragadas por la tierra. La España oficial le perseguirá sin tregua dentro/ del país”. Por tanto, otra mirada debemos poner en este volumen que recoge las distintas cartas dirigidas a famosos líderes políticos por parte del provocador artista. Y no solo en su valor de denuncia, sino ya de documento literario e histórico insobornable las Cartas de Arrabal (Al general Franco, Al Rey de España, A los Comunistas, A Fidel Castro, A Stalin) son al fin recopiladas como merecen. Representan un apéndice genial e interesantísimo a su importante obra.
Carta al general Franco fueescrita sin odio pero es contundente denuncia de la falta de crítica en un país cuyo clamoroso silencio plural fue cómplice de una tragedia que duró demasiado. Esas cuartillas plenas de sutileza evidencian, entre varias verdades dolorosas, la represión tan dura contra la mayoría de militares, que en gran medida abrazaron la legalidad republicana en la guerra incivil. Los párrafos finales, cuando reproduce una carta clandestina de un hombre condenado a muerte por el franquismo, debieran ser hoy lectura obligada en la asignatura de Historia de España de cualquier bachillerato. En ella, el filántropo personaje escribe a sus hijos, entre otras verdades con hermoso y sencillo encaje: “Cultivad y controlad siempre vuestra conciencia, que siempre seréis dichosos aunque tengáis mala suerte, tomad conciencia de que nadie torcerá vuestro buen proceder”. El colofón del desterrado Arrabal por desgracia tiene vigencia actual: “¿Hasta cuándo España tendrá que morder el brazo amigo para sufrir en silencio?”
La Carta al Rey camina también sin desmayo alguno. El mismo cantar en esa fortísima y necesaria Carta a los militantes comunistas españoles, denuncia implacable contra muchos. Entre otros contra ese villano de Santiago Carrillo. Allí se pone altavoz al asesinato de Trotski, la detención de Andrés Nin, el “gulag ibérico de checas” que advirtió George Orwell en su comentario aquí citado: “Se puede comparar muy justamente las checas a las mazmorras de los castillos de la Edad Media”. Y más cruel si cabe, el asesinato de socialistas, trotskistas y anarquistas en nuestra guerra cainita por no seguir las líneas estratégicas del Partido o el de la inmensa plana de los mandos rusos que actuaron en la guerra de España por parte de Stalin. ¡Cuánta lucidez para escarbar la raíz de dolor hispánico! Otras líneas representan un encendido y muy justo elogio de Jorge Semprún otro desterrado y gran escritor injustamente preterido. Baste recordar su inmensa Autobiografía de Federico Sánchez.
A algunos pudieran parecer simples estas cartas. Yerran de pleno. Confundirán la simpleza con la sencillez. Esa sencillez de pensamiento cristalino tan difícil de verbalizar y, más si cabe, de escribir con aliento. Criticar, razonar, reflexionar, discutir es lo que se hace con inteligencia en estos textos. Verbos hoy tan necesarios y que, a decir verdad, se echan algo en falta en más de uno de nuestros intelectuales, si aún tiene sentido tan denostado término.
Como guinda unas breves semblanzas intelectuales, testimonios al cabo de Arrabal de mano de Camilo José Cela, de Vicente Aleixandre (más de circunstancias, pero con alguna línea de plena sabiduría) o de Juan Goytisolo. Otro testimonio de un lúcido Samuel Becket, con defensa apagada y pasión encendida de amor por la literatura en la estima de un colega de oficio y arte; de Milos Forman, de Milan Kundera, exacto y de obligada lectura para comprender la obra de Arrabal: ese juguete de absurda claridad al rozar “la luminosa claridad de la sinrazón”. En definitiva, sabiduría a raudales que nos vuelve a confirmar que todo gran escritor, como los mencionados, es antes que nada, excelente lector. Fernando Arrabal fue socio con título de Trascendente Sátrapa del exclusivo Colegio de Patafísica,y voz necesaria en este derrumbe de nuestra sociedad española. La casualidad caprichosa quiere que otra comprometida escritura, la de Rafael Chirbes, hoy justo nos abandone para volver al polvo de estrellas. Andamos de luto, más a tientas que antes. Fernando Arrabal, una voz a la que el Régimen y otras fuerzas oscuras después quisieron poner sordina en vano, sepultado entre bocinazos estridentes. Pero la mordaza del destierro no ha acallado el temple de una voz tan subversiva como lúcida. Un gran escritor.