La mayoría parlamentaria obtenida por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) frente al régimen chavista ha alentado el lógico deseo de neutralizar al incompetente y despótico presidente Nicolás Maduro. Algo inequívocamente saludable para recuperar la democracia en Venezuela e indispensable para revertir la situación catastrófica en la que el país se halla sumido. Pero vistas las circunstancias con mayor serenidad, posiblemente el objetivo prioritario no sea jubilar al sátrapa que se ha adueñado de Miraflores -y que, llegado el caso, el chavismo puede sustituir por otro, quizá del estamento militar, más hábil y poderoso que Maduro-, sino que el nuevo Parlamento debería antes desmontar todos los mecanismos antidemocráticos introducidos por la revolución bolivariana, con el fin de evitar que Nicolás Maduro o cualquier otro político venezolano, sea del signo que sea, pueda apoderarse de ellos y utilizarlos en su beneficio.
El régimen chavista quiso dar a esas herramientas dictatoriales un tinte revolucionario comparándolas con la “guillotina” tan profusamente empleada por Robespierre en la época del terror. Y el caudillo Hugo Chávez promovió un programa televisivo donde se nacionalizó castizamente la guillotina con el título de “La Hojilla”. La hojilla es la cuchilla de afeitar. Y el espacio de la pequeña pantalla era en sí una cuchilla mediática donde se señalaba a políticos y empresarios a batir, y se instalaba el terror revolucionario en el conjunto de la población. Esta cuchilla revolucionaria tenía poco de mediático y mucho de anticipo de decapitaciones políticas reales y efectivas. Basta hacer una breve recapitulación de las áreas clave en las que esa cuchilla se ha aplicado a fondo, para constatar el inmenso poder que le ha reportado al chavismo y el efecto demoledor que ha tenido en sus oponentes. El nuevo Parlamento debe desmontar esa guillotina, quitársela de las manos al poder ejecutivo, como medida preliminar y propedéutica para que resulte posible avanzar después en las profundas reformas que Venezuela reclama con urgencia.
El ámbito más evidente donde la guillotina chavista ha decapitado políticamente a la oposición democrática radica en la inhabilitación sistemática de sus líderes. El caso más sonado y sangriento es el de Leopoldo López, encarcelado e incomunicado en condiciones infames, cuando se encontraba en el trance de sustituir a Henrique Capriles como la cabeza visible de la disidencia. No menos repulsivo fue el modo de retirar de la circulación a María Corina Machado expulsada de la Asamblea Nacional, sin respetar las papeletas de los electores que la votaron como su representante.
Tras ellos hay una larga lista -más extensa de lo que a primera vista parece-, de políticos descabezados por no someterse a los dictados del caudillo de turno en el Palacio de Miraflores. Daniel Ceballos, mientras era alcalde de San Cristóbal; Carlos Vecchio, número 2 del partido Voluntad Popular de Leopoldo López, que logró dar el salto al exilio en Miami: Manuel Rosales, exgobernador del Estado de Zulia; Antonio Ledezma, regidor metropolitano de Caracas; Enzo Scarano; Pablo Pérez; César Pérez Vivas… Todos pasados por la guillotina de la inhabilitación, acompañada en algunos casos del exilio o la prisión. Durante la última campaña electoral, Maduro tuvo el cinismo de repetir una y otra vez en sus mítines: “¿Qué ocurre? ¿Es que ustedes no tienen líderes?” Obviamente no, pues los había decapitado con su singular guillotina. Urge que la Asamblea Nacional reciente salida de las urnas decrete una amnistía y devuelta sus derechos políticos a estas víctimas sojuzgadas por la cuchilla chavista. En todo caso, la amnistía que hoy parece inminente resulta una solución insuficiente si no se remueven las personas e instituciones judiciales que han permitido este atropello.
Otra guillotina muchísimo más peligrosa, si cabe, hasta el punto de constituir una amenaza guerracivilista la constituye las milicias chavistas, copiosamente armadas y estratégicamente situadas en emplazamientos decisivos del país. En su momento, obedecían de manera ciega al caudillo Hugo Chávez, que las diseñó y pertrechó. Han sido responsables impunes de asesinatos de reporteros, policías y manifestantes, así como protagonistas de acciones de delincuencia común. Desde hace tiempo, las Fuerzas de Seguridad venezolanas no tienen el monopolio de la violencia, pues las milicias portan legalmente armamento y cada día poseen un grado más amplio de independencia para usarlo. Esta guillotina revolucionaria supone un auténtico polvorín que está en disposición de desencadenar en cualquier instante un baño de sangre.
Se trata de una espada de Damocles que no se puede conjurar solo con medidas legislativas. Haría bien la nueva Asamblea Nacional en combinar las iniciativas legales con un diálogo en profundidad con las Fuerzas Armadas, que en su mayoría miran con recelo o directamente se oponen a organizaciones que escapan a su control. Es vital que solo las Fuerzas Armadas dispongan de armas, para que se elimine la amenaza de las milicias bolivarianas. No únicamente porque componen un instrumento homicida al servicio del chavismo, algo inadmisible. También porque la altísima criminalidad de la Venezuela de hoy proviene de las milicias, bien actuando por sí mismas o bien revendiendo su arsenal a organizaciones criminales del país. La violencia no política atosiga hasta límites intolerables a una ciudanía atribulada.
No queda aquí el recurso a la cuchilla revolucionaria del chavismo. La guillotina se ha empleado por igual contra empresarios, comerciantes y medios de comunicación. Las expropiaciones arbitrarias, el encarcelamiento caprichoso de personas vinculadas al comercio se ha manejado al azar con el propósito de intimidar, doblegar, aterrorizar o desviar la atención de los auténticos y graves problemas en los que el chavismo ha sumido a Venezuela. La decisión de Maduro de detener al dueño de unos almacenes porque vio desde su comitiva que había una larga cola para acceder a los escasos bienes de primera necesidad a la venta, lo dice todo. El mito de los acaparadores creado durante la Revolución Francesa, ha sido reciclado del modo más burdo sin que deje de poseer su siniestra eficacia dictatorial. Obviamente el primer paso en esta dirección consiste en no renovar la Ley Habilitante que expira este mes de diciembre que proporciona poderes extraordinarios al presidente Maduro, sustrayéndolos de la Asamblea, con el subterfugio de llevar adelante una supuesta “guerra económica” sin sentido.
La guillotina ha caído también con particular virulencia sobre los medios de comunicación que no se han arrodillado ante la tiranía chavista. Un instrumento útil para hacer funcionar esta
cuchilla ha sido las calculadas restricciones de papel, que en solo los dos últimos años han “ejecutado” a publicaciones como El Impulso, Antorcha, Caribe, La Hora, Versión Final, Los Llanos, Diario de Sucre, El Guayanés, El Expreso, Notidiario, El Sol de Maturín… La nueva Asamblea Nacional tiene el reto de revertir esta situación y restaurar una libertad de prensa, que por la vía de los hechos consumados, la guillotina de la revolución bolivariana.
La tentación de anteponer la jubilación de Maduro, puede hacer perder la perspectiva del apremio de desmontar estas guillotinas chavistas. Paso previo e imprescindible para restablecer un verdadero juego democrático y acometer reformas aún más hondas. Desarticular el mecanismo resulta más perentorio que los cambios de las caras que están al mando de él. En cualquier caso, el que la MUD haya arrasado al chavismo afrontando las cuchillas de estas guillotinas políticas roza la heroicidad.