A través de veintiséis cortos capítulos con título de otras tantas mujeres, Joxemari Iturralde (Tolosa, 1951) narra la peripecia vital, humana y profesional de dos púgiles míticos y legendarios, como fueron Paulino Uzcudun e Isidoro Gaztañaga.
En el mundo actual y desde hace unos veinte o treinta años, el boxeo ha quedado devaluado por la mentalidad en la que la exhibición de la fortaleza física, la superación de la adversidad y las opciones de regeneración social y económica, se topan con un sociedad en la que los valores de la épica y el heroísmo cotizan no solo a la baja, sino que son vistos por las predominantes mentes como políticamente incorrectas y fruto de sociedades atrasadas y refugio de minorías étnicas.
Quienes en su día fuimos admiradores de la elegancia de Ray Sugar Robinson, de la esgrima increíble de Cassius Clay, de la fuerza bruta de Mike Tyson, de la pegada de Rocky Marciano y seguidores de nuestros “Fred” Galiana, Luis Folledo, Perico Fernández, Pedro Carrasco o José Legrá, somos vistos como seres carentes de valores humanos y contrarios a la “bien pensante” mentalidad, supuestamente moderna.
Este libro evoca la trayectoria de ambos púgiles desde que salieron para comerse el mundo de sus modestos caseríos de Regil e Ibarra, distantes apenas diez kilómetros, hasta que cayeron uno en la miseria -Uzcudun- retratado así por el cineasta Manuel Summers en la película documental Juguetes rotos (1966)-, y otro asesinado de tres tiros por un marido despechado a los treinta y siete años en la pulquería de una modesta población argentina de nombre La Quiaca.
Iturralde nos va relatando como en París, Nueva York, La Habana, Berlín, o Buenos Aires, sus puños sirvieron para tumbar a fornidos rivales de todas las etnias, y como sus impresionantes manos acariciaron a las más famosas mujeres de su tiempo. En los brazos de Uzcudun se refugiaron actrices de la fama de Clara Bow, Dolores del Rio, Lupe Vélez y las más exquisitas pasajeras de los impresionantes trasatlánticos de aquellos años. En los de Izzy -como le bautizaron los americanos- cayeron rendidas vedetes de revista, cubanas de marmóreo cuerpo y sopranos eslavas. Ambos malgastaron los miles de dólares que ganaron y ambos se dejaron vencer por todas las tentaciones prohibidas para un deportista profesional. A Uzcudun lo remató un joven púgil de color -Joe Louis- que se haría mundialmente famoso como “El Bombardero de Detroit”, que le dejó KO en el 4º asalto en una pelea disputada el 13 de diciembre de 1935 en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, después de que el que fuera cortador de troncos hubiera resistido en pie quince y más asaltos a Primo Carnera, Max Schmeling y Max Baer. Fue el único KO de Uzcudun. A Gaztañaga lo recibió así un periodista del New York Time: “Ha llegado a Nueva York el hombre capaz de derribar de un puñetazo el Puente de Brooklyn” (pág. 156) y su último combate fue frente al bravo chileno Arturo Godoy, que le derrotó en julio de 1943 por K.O técnico en el 5ª asalto.
Los caminos de ambos coincidieron pero nunca llegaron a enfrentarse en un ring. Los separó la Guerra Civil que hizo de Uzcudun un comprometido falangista, sobre el que cayeron todo tipo de leyendas denigratorias. Habían ido a por él al estallar la guerra -“era un fascista peligroso” según la FAI- (pag. 132) y tuvo que sobornar a sus carceleros, y pudo esconderse en casa de unos amigos de Zarauz próximos al PNV. Uzcudun se integró en el comando que se disponía a liberar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante pero la operación se canceló por una filtración. A Gaztañaga se le atribuyeron ideales más próximos a la República pero lo cierto es que vivió la guerra desde los países de América donde fue malgastando su salud, sus fuerzas, su impresionante cuerpo y su cada vez más menguantes ingresos.
Iturralde acierta a crear un cierto misterio inicial pero la descripción del triunfo y caída de ambos púgiles adolece de monotonía al reiterar el argumento de las debilidades por las mujeres, el alcohol, la noche y la mala vida. En todo caso, obra curiosa y muy sugerente por el dinamismo del relato y la evocación de aquel tiempo en el que no solo dos boxeadores se enfrentaban con sus puños a combatir a un enemigo sino que todo un país era el que se pegaba en una pelea fratricida.