Este libro narra las peripecias intelectuales de un profesor canadiense de Filosofía que viaja por el mundo. Dialoga al modo socrático con grupos de personas islámicas en Palestina, con grupos también islámicos en Indonesia, con judíos (ultra)ortodoxos en Nueva York, con cristiano-animistas en Brasil y con representantes de la etnia mohawk (firmes partidarios de la integridad de su cultura) en Canadá. A través de este recorrido el autor trata de poner en pie una idea básica: “Los talleres me proporcionaron un conocimiento de primera mano de lo divididos que estamos en temas morales, religiosos y filosóficos. En la segunda parte del libro argumentaré que, aunque muchas personas encuentran descorazonadores estos desacuerdos, pueden ser buena cosa… si conseguimos transformarlos en una cultura del debate”.
El leitmotiv de Enseñar Platón en Palestina. Filosofía en un mundo dividido transmite la perplejidad que causa a la mirada secularizada occidental descubrir que ostenta un rasgo de excepción en la realidad global, ampliamente dominada por la sujeción a creencias religiosas muy vivas. Desde su aparente sencillez, una de las virtudes del texto es que nos fuerza a plantearnos cuál es el auténtico sentido que aún puede restarle a la filosofía en nuestras sociedades: ¿mantener activo el potencial autocrítico de una cultura que cada vez se ensimisma más en un relativismo autocomplaciente? ¿Tratar de promover el desarrollo de una ética secular de la ciudadanía, en la medida en que aún quepa esperar algo así como progreso en este ámbito?
A esta segunda posibilidad apunta claramente la cultura del debate que Fraenkel trata de legitimar en este trabajo. Mantiene por tanto estrechos vínculos (no confesados en ninguna página) con el proyecto de ética comunicativa que puso en pie Habermas en los ochenta. La posibilidad de alcanzar consensos racionales parece quedar, sin embargo, cuestionada desde su base por los conflictos culturales religiosos e identitarios centrados en doctrinas comprehensivas, carentes de capacidad suficiente de autocuestionamiento. En estos contextos la apelación a la filosofía se circunscribe a una llamada a la autorreflexión: “Si somos falibilistas, tomarnos a nosotros mismos en serio no anula nuestro respeto por las creencias y valores de aquellos con los que estamos en desacuerdo: […] asumiendo que nosotros podemos estar equivocados y ellos pueden tener razón. La actitud que yo apoyo, pues, puede describirse como ‘etnocentrismo crítico’”.
En la segunda parte del volumen se trazan algunos rasgos que permiten perfilar el debate entre las posiciones relativistas (multiculturalismo) y las que tratan de propiciar el diálogo intercultural. Los presupuestos gnoseológicos y éticos están débilmente trazados, como corresponde a los objetivos de un libro de carácter señaladamente divulgativo, si bien llama la atención el poco espacio dedicado a valorar los presupuestos políticos de una cultura del debate. Quizá el autor considere que la capacidad rectora de la filosofía se acredita mejor si situamos sus directrices en un supuesto ámbito suprapolítico. No obstante, los “ejemplos prácticos” que se exponen en la primera parte giran en todos los casos en torno a preocupaciones prepolíticas (identidades nacionales, culturales y religiosas) que inciden siempre en ordenamientos políticos ya establecidos.
Hay una notable excepción al “apolitismo” metodológico de la obra: la reivindicación de la presencia de la Filosofía como materia necesaria en el currículum de las enseñanzas secundarias: “Dándoles a los estudiantes las herramientas semánticas y lógicas básicas que necesitan para aclarar sus intuiciones y analizar argumentos a favor y en contra de sus opiniones, la filosofía podría ayudar a extender y depurar el debate que surge naturalmente en una sociedad plural […]. Y también puede ayudar a los ciudadanos a hacer un uso más sabio del poder que tienen en democracia […]”. Hoy asistimos a un nuevo intento (llamado LOMCE) de reducir al mínimo (o extirpar directamente) la presencia de la Filosofía en el sistema educativo, para alivio de proyectos políticos que requieren de la amplia y sumisa indiferencia popular mecida en una amoralidad que oscila entre lo resignado y lo cínico. Ante lo cual enseñar Platón en Palestina resulta un propósito tan pertinente como enseñarlo aquí en España.