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MEMORIAS

Juan Luis Cebrián: Primera página. Vida de un periodista 1944-1988

domingo 15 de enero de 2017, 18:43h
Juan Luis Cebrián: Primera página. Vida de un periodista 1944-1988

Debate. Barcelona, 2016. 448 páginas. 21,90 €. Libro electrónico: 11,99 €.

Por Carlos Abella

He aquí un importante libro de memorias. Por la condición y categoría de su autor y por la calidad literaria del texto. Juan Luis Cebrián, (Madrid, 1944) ha escrito una autobiografía que le rinde honor por el intrínseco interés del periodo relatado- hasta 1988 momento en que abandonó la dirección del diario El País-, por la ironía y malicia con la que se describen a cientos de personajes bien conocidos y por la versión -a veces incómoda - con la que ha relatado episodios que la mayoría de sus lectores y contemporáneos conocemos tan bien como él y que también hemos vivido.

Me ha sido muy grata la lectura de las 200 primeras páginas de estas Memorias -ocho capítulos- , que revelan la formación y la gestación del “personaje” Cebrián, su anclaje religioso, su timorata vida juvenil, su hasta ahora no revelado acoso sexual por parte de un indigno maestro, su desenfadada adolescencia, el cierto peso de su ascendiente familiar, sus primeros escarceos viajeros, sus amistades de colegio, universidad y periodismo, en Cuadernos para el Diálogo, Pueblo e Informaciones y sus ocho meses como director de Informativos de Televisión Española, bajo el primer Gabinete del presidente del Gobierno Carlos Arias.

Pero en la página 203 empieza otro libro, y se gesta el Juan Luis Cebrián que muchos admiran, otros detestan y todos admitimos como gran hacedor de un gran periódico de tremenda influencia en la vida política española desde 1976 hasta nuestros días y de referencia en el mundo. En este sentido y desde el punto de vista de aportación a la historia, el capítulo 8 es clave para conocer con minuciosidad el acierto en la gestación de El País, la elección de los colaboradores, y los equilibrios entre el variado y plural accionariado.

Aquí encontrará el lector la batalla por el control del diario desde la idea original a su decantación definitiva, relatada sin trampa ni cartón y que confirma la sólida alianza de Juan Luis Cebrián con la potencia de ánimo y espíritu empresarial de Jesús Polanco, quienes sellaron un frente inexpugnable a la inicial tutela que José Ortega pretendía ejercer, a la influencia liberal de Julián Marías, y a la creencia de Manuel Fraga Iribarne de ser el “inspirador” del diario y que ve frustradas sus ambiciones al aparecer el primer número el 4 de mayo de 1976, en una conversación telefónica que Cebrián revela en este párrafo de la página 203: “Este no es el periódico que queríamos- bramó- no es mi periódico, no es un periódico liberal” y colgó antes de que yo pudiera argumentar nada”.

Pese a ello, Cebrián no oculta cierta debilidad afectiva por el veterano político gallego al que visitó con frecuencia en su embajada en Londres cuando se gestaba su retorno y al que califica de “animal político”, adjetivo mucho más benévolo que el que dedica a otros personajes de la vida española con los que es implacable y a veces cruel, porque contestar cuando le preguntaron por la designación de Adolfo Suárez como primer ministro. “Es un fascista, aunque no lo sabe” es mucho más que un error político, que él admite más adelante -página 217- al escribir: “A estas alturas de mi vida en que escribo estas líneas no repetiré un juicio semejante. Mi análisis fue precipitado y poco acorde con la realidad”.

Cebrián detalla muy bien los pulsos y conspiraciones iniciales de José María de Areilza, y de Darío Valcárcel, que según él también se sintieron “engañados” en cuanto al objetivo inicialmente previsto de la línea de El País. De todos esos pulsos, salieron victoriosos el tándem Cebrián-Polanco - “si no me fallas no te fallaré” (pág. 185), le dice Cebrián al arrancar el proyecto- . También describe con descarnada pluma el atentado sufrido por el diario, su participación como depositario de mensajes y amenazas del secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo y del general Villaescusa en enero de 1977 -en plena conspiración de la extrema derecha franquista contra la democracia-, y los sucesivos causas y demandas en las que se vio envuelto como director, asi como su inicial mediación en el secuestro del diputado Javier Rupérez.

Duele que muchos de los grandes aciertos de la Transición carezcan en sus “memorias” de reconocimiento y de autor, así: “Tarradellas se había presentado casi sin avisar en el aeropuerto del Prat” (pág.250), obviando los esfuerzos del Gobierno Suárez y de tantos protagonistas en su regreso, y al mismo tiempo el nulo espacio dedicado a la ardua negociación de la Constitución entre UCD, PSOE, y los nacionalistas catalanes y vascos, que parece haberse redactado de forma anónima, o la escasa importancia que concede a la decisión del presidente Suárez de “legalizar el Partido Comunista”, que le reveló en exclusiva aquel sábado santo de 1977 el ministro de la Gobernación Rodolfo Martín Villa, acontecimiento al que solo dedica veintiocho líneas de la página 246.

Esa falta de generosidad sorprende en comparación con la debilidad con la que relata la peripecia del juez Garzón del que dice en la página 309: “El único error de este consistió en ampliar su campaña contra el crimen organizado cuándo este se fraguó en el cuartel general del partido en el gobierno, y pretender también investigar los delitos de la dictadura y ofrecer reparación a las víctimas”, y con la vida social y aristocrática de Jesús Aguirre, el “peculiar” duque de Alba, a quien dedica casi cinco páginas.

Pero es el capítulo 15 el que ya ratifica quién es Juan Luis Cebrián, porque es en este cuando estas memorias no pueden dejar indiferente a nadie ni sorprender que en ellas, admita sin rubor su debilidad por Felipe González -acreditada en todos los años en los que ejerció la dirección de El País- y sin que el lector conocedor de la Transición salga de su tumba o se levante de su sillón, al leer en la página 321: “Casi dos años estuvimos sin apenas dirigirnos la palabra, en realidad sin hablarnos en absoluto, encabronada nuestra antigua proximidad por los editoriales de El País sobre el terrorismo de Estado y el referéndum de la OTAN”.

En este capítulo, Cebrián nos sorprende con la constatación de que para él fue más importante permanecer en la OTAN -problema de Felipe González- que haber ingresado en ella -mérito de Leopoldo Calvo Sotelo-, y con el hecho de que esa distancia con Felipe González radicaba en que estaba “enfadado con los editoriales del periódico”. En este capítulo, Cebrián dedica más de un mandoble a Pedro J. Ramírez, quien desde El Mundo destapaba la corrupción socialista en el ministerio del Interior, la guerra sucia de los GAL, el caso Roldán, las escuchas del Cesid, etc… Más adelante el lector puede encontrar justificación a esa falta de generosidad con los esforzados y admirables autores de la Transición, cuando la noche de la victoria socialista, el 28 de octubre de 1982, Cebrián se presentó en el Hotel Palace: “Deseaba asistir al primer acto poselectoral de Felipe, convencido de que se trataría de un evento histórico. Nos encontrábamos nada menos que ante la ocupación democrática del poder por parte de la izquierda después de tres años de Guerra civil. Cuarenta de dictadura militar y un lustro de incierto devenir gobernado por los herederos del franquismo, periodo que había desembocado en una intentona golpista” (pág. 323). Calificar los cinco años de UCD, como protagonizados “por los herederos del franquismo” es injusto y una forma burda y sectaria de desvirtuar la Historia, dado el importante bagaje de democratización de derechos y libertades de España, la redacción y aprobación de una Constitución ratificada por el pueblo y la legal convocatoria de dos elecciones democráticas en 1977 y 1979, llevadas a cabo por los Gobiernos de UCD.

Como conclusión, Cebrián ha escrito -con errores y aciertos- un magnífico libro de memorias, que debe ser de imprescindible lectura para quienes quieran conocer parte de la entraña de la vida política y periodística española de 1960 a 1988 y lo ha escrito con vitalidad, agilidad y calidad académica, sin indultar ni conceder indulgencia a su carácter, ni a idealizar su propia vida y sin ocultar los muchos demonios que rondan su cabeza.

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