Las sociedades de pueblos negros no fueron destruidas en su cohesión tradicional a pesar de que sufrieron desgracias -cuatro siglos del comercio esclavista, un siglo del colonialismo imperialista, y los desastres de sus regímenes políticos tras las independencias- que hubieran roto otras sociedades menos fuertes que las africanas.
Los europeos, responsables en gran medida de la “trata de negros” (los árabes y otros grupos islámicos practicaron el comercio de esclavos en menor medida), y responsables enteramente del reparto colonial de África, a partir de la conferencia de Berlín en 1884 (¡el único represente africano que estuvo en la conferencia patrocinada por Bismarck fue el rey de Bélgica, Leopoldo II (1835-1909), como propietario del Congo y de sus sojuzgados habitantes!), los europeos, repito, tienen en África una deuda humanitaria tan clara como necesaria. La independencia de los Estados africanos se hizo, en muchos casos, con fórmulas ideológicas que en Europa produjeron violencia, supresión de los derechos humanos y guerras civiles.
África enfrentó ideológicamente a los europeos. V.I.Lenin publicó en 1916, en plena Guerra Mundial y antes de la revolución rusa, un libro titulado “El Imperialismo, última fase del capitalismo”. Su tesis fue que el reparto librecambista del mundo, practicado por el Reino Unido, Alemania, Francia y EEUU, iba a dejar paso al imperialismo, que sería la política de un capitalismo monopolista, y que caminaba inexorablemente a su crisis definitiva, bien que en medio de guerras internacionales. La Segunda Guerra Mundial pareció confirmar el análisis leninista, y al estallar la Guerra Fría, los soviéticos, y los grupos anticoloniales, inspirados por los comunistas, basaron su política en una denuncia del capitalismo monopolista que lo situaban en EEUU y en sus empresas multinacionales.
El imperialismo fue lo que enfrentó durante años a los políticos e intelectuales europeos, y ese fue un conflicto ideológico que procedía de la tesis originaria de los comunistas, según la cual la Guerra de 1914 había tenido lugar por culpa de los socialdemócratas, cuando todos ellos votaron en sus parlamentos respectivos la declaración de guerra y los fondos presupuestarios necesarios para llevarla a cabo.
Esas tesis se vinieron abajo por la terquedad de los hechos y por estudios que echaron por tierra los análisis de Lenin. Desde el libro “Africa and the Victorians: The Official Mind of Imperialism” de Ronald Robinson, John Gallagher y Alice Denny ya no se pudo sostener científicamente que el capitalismo necesitó del colonialismo y del imperialismo para desarrollarse. La obra de Robinson, Gallagher y Denny demuestra que los gobiernos europeos se embarcaron en una política colonialista presionados por la prensa y por una opinión pública que sintió sus problemas en África como si fuesen atentados a su honor nacional. Son los mismos años en que España perdió Cuba ante Estados Unidos por efecto de la prensa en uno y otro país. La amalgama de medios de comunicación y política irresponsable desencadenaron entonces (¡lo mismo que ahora!) nefastas orientaciones políticas.
Las Guerras Mundiales se produjeron porque las potencias europeas, singularmente el Reino Unido, ya no fueron capaces de mantener un orden mundial, y los Estados Unidos se inhibió de hacerlo, lo que ocurrió desde 1918 hasta que entraron en la guerra como aliados de los británicos, en diciembre de 1941. (La renuncia de Trump a seguir manteniendo el orden mundial creado en 1945 es lo más grave que ha sucedido desde entonces).
¿Cómo resistieron las sociedades africanas estos acontecimientos durante siglos? Contestemos la pregunta con Guinea Ecuatorial como microcosmos. La trata y el colonialismo europeo, como se limitaron sólo a extraer mercancías (aunque fueran seres humanos), no alteraron las estructuras profundas de su sociedad. Veamos el caso de los fang, la etnia dominante -política y demográficamente- en ese país. El clan -o la tribu, como la llamaron los primeros antropólogos europeos (como Günter Tessmann)-, o “ayong”, en lengua fang, sigue siendo hoy el sentido de pertenencia más importante y operativa de la sociedad ecuatoguineana (y este hecho condiciona decisivamente su política actual). El “ayong” supone unas reglas importantísimas para las relaciones familiares y las uniones de los hombres con las mujeres. Resumidamente, un hombre no puede desposar a una mujer del mismo “ayong”. Estas normas -que se respetan hoy en día-, deben verse dentro de una sociedad fang en la que la propiedad de la tierra no existía (los cultivos se hacían en parcelas del bosque que se desplazaban continuamente según se iban agotando), y la propiedad entre los fang se medía sólo por el número de mujeres. Joaquín Mbana Nchama, un reputado antropólogo de Guinea Ecuatorial (que hoy es embajador de su país en la Santa Sede), sostiene que en la sociedad tradicional fang había ricos, con muchas mujeres, pero que no había pobres. En consecuencia, el dinero no era importante entre los fang tradicionales. El único dinero -“ekuele”- que contempló ese pueblo de cultivadores, cazadores y guerreros, que utilizaron el hierro desde los siglos homéricos europeos, fue el que sirvió únicamente para el pago de las dotes matrimoniales. Y su alejamiento del dinero hizo que los fang, aunque sufrieron la trata, nunca capturaron o vendieron esclavos, ni siquiera sus enemigos vencidos, pues la ferocidad de sus guerreros estaba reñida con el comercio. Veremos más permanencias sociales en los próximos artículos.