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NOVELA

Edogawa Ranpo: El lagarto negro

domingo 19 de febrero de 2017, 16:12h
Edogawa Ranpo: El lagarto negro

Traducción de María Lourdes Porta Fuentes. Salamandra. Barcelona, 2017. 192 páginas. 16 €. Libro electrónico: 9,99 €.

Por José Pazó Espinosa

Edogawa Ranpo es el pseudónimo del patriarca de la novela detectivesca y de misterio japonesa. Su nombre es un tributo a Edgar Allan Poe, y esconde el más japonés de Hirai Taro, su nombre real. Edogawa Ranpo (1894-1965) fue un Edgar Allan Poe oriental e industrial, un hijo de la magia y el ilusionismo, un escritor almodovariano y nipón, casi media década antes de que el de La Mancha se lanzara con Pepi Luci y Bom. Escritor de novelas y cuentos de misterio (el más conocido trata de un sillón humano), crítico, coleccionista y autor de obras “queer” de la época, Edogawa Ranpo es simplemente un hombre que nació antes de su tiempo, o que llevó su tiempo a un futuro siempre imperfecto. Su obra no es una obra fina, sino una obra cincelada a base de fantasía, de exploración de los recovecos sexuales del individuo, de giros de tuerca propios de un número de magia del París decimonónico. Es un autor de sombra alargada, que llega hasta Tsutsui y sus distopías lisérgicas y tecnológicas, pero siempre con el sexo como forma de transporte suburbano del alma. Un autor casi necrofílico, que habría hecho las delicias de los productores de Hollywood por su dominio de los giros más inesperados e inverosímiles que uno pueda imaginar, siempre con una vampiresa cruel y plenamente sexuada de fondo.

Salamandra nos ofrece ahora El lagarto negro, una obra tan poco seria como divertida. Su cuna podría haber sido la movida madrileña, si no fuera por el hecho de que su autor era natal de Mie, junto a Nagoya, y de que su primera ocupación fue de hombre de negocios, o algo parecido. El lagarto negro (Kuroi Tokage) es una novela de 1934, en la que “El lagarto negro”, una oscura, cruel y atractiva dama japonesa se enfrenta a Kogoro Akechi, un detective ingenioso e invencible, que utilizará, como la propia dama, todos los trucos de ilusionismo que uno pueda imaginar en su pugna por Sanae (una bella heredera) y un diamante único, “La estrella de Egipto”.

El libro fue escrito para ser publicado por entregas en el Asahi Shinbun, uno de los grandes periódicos de la época en 1936. La literatura japonesa, hasta la posguerra de los años 50, fue una literatura de entrega, y los grandes maestros escribieron sus obras para periódicos, con capítulos breves y ritmo rápido. El ritmo de El lagarto negro es casi frenético. Vamos de una vuelta de tuerca a otra, llevados por unas manos que, como Las manos mágicas televisivas de los años setenta, nos encandilan igual que nos divierten. Hay suspense, voces de narrador que nos esconden datos igual que nos los desvelan, y espejos literarios en los que se funden y combinan autor, narrador y lector.

Y hay un espíritu irreverente que pugna en todo momento por mostrarse, de las formas más inesperadas y travestidas. Edogawa Ranpo es un autor muy poco japonés si nos miramos en la ceremonia del té, pero extremadamente nipón si lo hacemos en cualquier barrio tokiota de moda, o en los extremos del manga, o en al arte más canalla, que a veces no es el más conocido. Como lectura, es un refresco con gas; como experiencia, un tren de la risa en el que uno sufre algún escobazo, pero quiere más.

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