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CRÍTICA ESTRENO ÓPERA

Bomarzo: los senderos del trágico destino en busca de la inmortalidad

martes 25 de abril de 2017, 11:22h

El Teatro Real ha estrenado este lunes la ópera de Alberto Ginasterra, Bomarzo, en una nueva producción que pone el acento en una intensa y elaborada dramaturgia en la que el enorme peso interpretativo recae sobre el tenor británico John Daszak, el más premiado de la noche.

  • Bomarzo

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Bomarzo no es una ópera fácil. No lo es su historia, ni la forma en que se narra. Después de medio siglo ausente de los escenarios europeos, desde su creación en 1967, el estreno de anoche en el coliseo madrileño era, por tanto, una apuesta arriesgada a la que, sin embargo, merecía mucho la pena dar una oportunidad. Porque el resultado en su conjunto supone la ocasión de ver sobre las tablas un magnífico trabajo interpretativo, escuchar desde el foso la calidad de la Orquesta Titular del Teatro Real dirigida con precisión por David Afkham, las voces del Coro Titular del Teatro Real y de los Pequeños Cantores de la ORCAM, dirigidos por Andrés Máspero y Ana González. Y, sobre todo, sentir esa tensión dramática que retuerce el corazón, tan propia del género. Por otra parte, la dificultad de la obra basada en la novela homónima de Manuel Mujica Lainez, inspirada a su vez en las esculturas del italiano Parque de los Monstruos de Bomarzo donde habitan las estatuas de piedra símbolo de la inmortalidad anhelada por el duque que mandó tallarlas, reside asimismo en la estructura de flashbacks del libreto escrito por el propio Mujica Lainez a través de los que el protagonista, Pier Francesco Orsini, va a reencontrarse, muy a su pesar, con un pasado que aborrece casi tanto como se odia a sí mismo. Lo hace, además, cuando creía haber ingerido la pócima que lo haría inmortal, en lugar del veneno con el que, al final, un miembro de su propia familia acaba por vengarse o, según cómo se vea, por hacer justicia. Porque el duque, atormentado por la joroba que deforma su cuerpo, provocando las burlas de sus hermanos y el desprecio de su propio padre, pero, sobre todo, por los monstruos que habitan – con razón o no - en su cabeza, ha ido regando el sendero de su existencia con la sangre de los que le rodean.

¿Por qué querría un hombre cuya existencia ha sido tan desgraciada seguir viviendo para siempre? Quizás la necesidad de que, en algún momento, su suerte cambiará. El protagonista se pregunta, para darnos una respuesta, «¿Encontraré la felicidad que se me escapa?». Y así, todo queda en manos del destino, como si en uno mismo solo residiera la posibilidad de darle más tiempo, para que al fin se vuelva benéfico con independencia de la maldad, en forma de complejo, envidia, inseguridad o simplemente miedo, que nos inunde el alma. La vida del duque de Orsini, para “explicar” el encargo de construir el tenebroso bosque de los monstruos que lleva siglos inspirando, a su vez, a creadores de todas las épocas y géneros, es en definitiva una de esas historias que merecen ser contadas sin ahorrar en tinieblas, más reales cuanto más tenebrosas. De modo que descarnada es la ópera, como lo es la acertada puesta en escena de Pierre Audi, que se aleja de la referencia física de las famosas estatuas y de la corte renacentista italiana de la época, para poner el foco en la torturada ensoñación del protagonista, que revive los episodios de su vida, desdoblándose en diferentes figuras humanas dependiendo de la edad y el momento de cada atroz recuerdo. Una especie de huida hacia adelante marcada por la recalcitrante tragedia, que interpreta con intensa calidad el tenor británico John Daszak, impecable en su retrato de doliente maldad, por lo que ha sido el personaje más premiado de la velada de un estreno menos concurrido, eso sí, de lo habitual. Junto al protagonista, destaca el personaje de la abuela, Diana Orsini, magnífica en su tutela del mal la contralto galesa Hilary Summers, en un reparto que se completa con Nicola Beller Carbone, dando vida a Julia Farnese, Germán Olvera, Damián del Castillo, James Creswell, Milijana Nikolic y los niños Ignasi Carci, Patricia Redondo, Hugo Fernández y Leandro Hollega, de los Pequeños Cantores de la ORCAM.

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