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AL PASO

Habermas: una biografía

Juan José Solozábal
martes 17 de octubre de 2017, 20:06h

Siempre es interesante dirigir una mirada hacia Habermas. Podemos hacerlo ahora cuando acaba de aparecer un libro sobre él (Habermas: a biography de Stefan Müller-Doohm, que se recensiona en un reciente número del Times Literary Supplement por Michael Geyer). Lo que resulta del retrato de Müller-Doohn es, antes de nada, la figura de Habermas como intelectual, esto es, un hombre que dedica la mitad de su tiempo a reflexionar en público sobre los problemas de su comunidad, desde una posición de independencia y solvencia moral; y que profesionalmente es un docente universitario cuya contribución al conocimiento, en concreto en el campo de la filosofía o de las ciencias sociales, es relevante y ha sido reconocido internacionalmente por la Academia. Habermas, a sus ochenta y pico años, ha recibido todos los homenajes y premios posibles en el mundo, aunque, apunta maliciosamente el recensionista del TLS, ello no suceda en el Reino Unido.

Si se considera a Habermas con la tradición filosófica alemana, podemos decir que Habermas se afirma frente a Heidegger, Adorno y la Escuela crítica, y Weber y la Teoría del Estado tradicional. De algún modo, Habermas destrona a Heiddeger y su propósito de hacer de la metafísica el centro de la reflexión filosófica. El objetivo de Habermas es, en efecto, menos especulativo y se trata de asentar las bases de la democracia como forma política vivida por los ciudadanos. El pensamiento de nuestro filósofo es, como el de la escuela de Franckfurt de la que procede, crítico pero no tiene un propósito revolucionario. Tampoco profesa como Max Weber y los teóricos tradicionales del Derecho público alemán el estatismo formalista y abstracto propio del positivismo. Habermas es un demócrata radical que reflexiona sobre las bases antropológicas de tal sistema político, a saber, el reconocimiento de los ciudadanos en la participación discursiva de las instituciones representativas, funcionando con respeto escrupuloso del Estado constitucional de derecho.

Aunque al público en general le interesan las contribuciones de Habermas a la discusión sobre las cuestiones candentes de la convivencia política, se trate del pasado nazi de Alemania, el lugar de la protesta y la desobediencia civil en una democracia, la identidad nacional versus la post-nacional y, por último, sobre la democracia en Europa, no debe ignorarse que las posiciones en la arena pública están basados en posiciones teóricas y morales afirmadas en sus obras sobre la opinión pública y, especialmente Hechos y normas: contribuciones a una teoría del derecho discursiva, en castellano Facticidad y validez. Solo si juntamos su trabajo como publicista y su obra teórica alcanzamos una idea total válida de Habermas, “pues la separación de géneros disminuye al autor”.

La obra de Habermas tratada en su conjunto puede verse como un esfuerzo admirable por afirmar el empleo de la razón en la política; y por cuestionar el alcance del nacionalismo como base congruente de los sistemas políticos democráticos.

1-La Democracia es un sistema que institucionaliza en el Parlamento el diálogo como mejor modo de averiguar lo que conviene a la comunidad, estableciendo, en consecuencia, lo que debe hacerse. No se acepta por tanto para la actuación política un anclaje en el dogmatismo ideológico, como pudiera pretender el marxismo, o la identificación emocional con un líder a quien seguir ciegamente, propia del romanticismo schmittiano o del populismo: participar es intervenir en igualdad de condiciones en la toma de decisiones comunes. Lo que justifica a la democracia es su base moral, que es la de los ciudadanos que se reconocen como iguales en la discusión pública, y su eficiencia, pues lo razonable o mejor para la comunidad resultará con mayor probabilidad de la intervención de todos en la discusión. Todo en una democracia es discutible y está al alcance de todos, salvo los derechos fundamentales cuya protección constituye el fin y el modo primordiales del sistema político. Los derechos fundamentales justifican el Estado y son la garantía de su funcionamiento, pues cuando se vulneran desaparece la democracia. Sin duda en la idea del reconocimiento de todos que implica el dialogo y la participación política, sin los que la democracia no es posible, hay una idea de la dignidad de la persona. Tal dignidad exige una forma política conforme a sus estándares morales, y se convierte así en un componente esencial de la idea habermasiana del orden político democrático.

Es conveniente insistir en el carácter dialógico del pensamiento de Habermas: lo que garantiza la razonabilidad de las posiciones políticas, y de su plasmación normativa, es que las mismas han sido sometidas necesariamente al procedimiento discursivo, en el que se acepta que prevalecerá el argumento mejor fundado en el debate público. El ejemplo máximo de diálogo político es la Constitución, ya no solo porque su interpretación deberá hacerse en una conversación, como han visto Dworkin o Levinson, sino porque es el resultado del acuerdo en su mismo origen. La dependencia del diálogo de la Constitución explica asimismo su apertura necesaria a la reforma, lo que manifiesta también su dinamismo o variabilidad, si aceptamos los términos de García Pelayo. Por último, hay que apuntar que Habermas entendía el dialogo también como un modo de progresar en el conocimiento. Su participación continua en seminarios, debates, conferencias públicas (quizás su última aparición relevante es un reciente debate con el, a la sazón, candidato a la presidencia de Francia Emmanuel Macron sobre el futuro de Europa) prueba, como dice Gilles, “que la ocasión de la comunicación- amistosa o conflictiva, plenamente académica en todo caso-generaba nuevo conocimiento”.

2-La desconfianza sobre las posibilidades integradoras del nacionalismo como base del Estado venían de lejos para Habermas: sin duda procedían de sus recuerdos del alineamiento político del nazismo y aun de la sensación de que las propias limitaciones físicas le excluían de la plena pertenencia a la comunidad. Cuando se produjo la reunificación alemana, y tuvieron lugar al tiempo fenómenos como la globalización y los procesos inmigratorios, se produjo en Habermas la conciencia de la necesidad de evitar recaer en los peligros del nacionalismo étnico y buscar la razón de la solidaridad política en los derechos de ciudadanía y la participación. Según hace constar el biógrafo de Habermas ,“No obstante la importancia histórica de la nación-estado a la hora de dar cuerpo a la integración política y la autodeterminación de los ciudadanos, es obvio hoy que el margen de maniobra de la nación-estado se ha limitado: en el ámbito interno por las condiciones de vida y el incremento de la diversidad étnica de la población; y externamente por la inexorable dinámica de la globalización que socava la soberanía de los estados”. Para Habermas, el único sustituto funcional de la nación estado es el proceso democrático mismo, complementado con la implantación institucional de un pluralismo que incorpore la autonomía cultural, derechos específicos de los grupos, políticas compensatorias y otros dispositivos protectores de las minorías.

Se trata, como se ve, del contenido elemental del patriotismo constitucional, o nacionalismo de los ciudadanos y no de la comunidad de sangre e historia. Este nuevo nacionalismo, que se reclama del nacionalismo sobrio de la Revolución francesa y de Sieyés frente a la tradición romántica, es plenamente compatible con la aceptación del vínculo político superior europeo. Pues Europa es, claramente para Habermas, una comunidad posnacional.

Juan José Solozábal

Catedrático

Juan José Solozabal es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid.

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