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Lula: ¿socialista fiable?

miércoles 26 de mayo de 2010, 20:34h
El prestigio de Luiz Inácio Lula da Silva, presidente del Brasil, ha crecido en forma meteórica. Recientemente la revista Time lo ha catalogado, entre los líderes más importantes del mundo. Ha ayudado mucho al fortalecimiento de su reputación, la eficaz política de promoción de su imagen que ha llevado adelante la diplomacia brasileña (que, valgan verdades casi linda con el culto a la personalidad). Tan eficiente ha sido esta labor, que Lula es más popular al interior del Brasil que varios de los jugadores del scratch, que disputarán próximammente el campeonato mundial de fútbol en Sudáfrica. Y, en el exterior, es considerado por muchos como un ejemplo de gobernante socialista fiable.

El presidente del Brasil ha logrado que su país, en el campo económico, siga el rumbo de crecimiento que se inició durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Aunque –como Alan García con Alejandro Toledo en el Perú- es mezquino en reconocerle los méritos que le corresponden.

En efecto, durante la administración de Lula se continuó con el modelo distintivo de las economías de mercado. Mediante la disciplina fiscal ha logrado detener la inflación que en el pasado ahogó a la economía del gigante de Sudamérica y también ha conseguido disminuir notablemente el índice de pobreza, incrementado las exportaciones, impulsado la fortaleza de las empresas privadas y generando un ambiente de confianza para la inversión nacional y extranjera. En síntesis: su gobierno ha ayudado a generar riqueza. Todo ello posiblemente convertirá al Brasil, en un corto plazo, en una potencia dentro de las economías desarrolladas.

En lo económico se puede afirmar, que Lula ha alcanzado el éxito, durante su largo mandato presidencial. Pero, ¿este hecho basta para calificarlo como un ejemplo de estadista a nivel internacional y modelo de socialista confiable? Por supuesto que no. Lula ha cometido graves errores. Uno de los más notorios y preocupantes ha sido su nulo apego para luchar contra la corrupción. No ha sido una prioridad ni para él, ni para su gobierno, que se ha visto envuelto en fétidos escándalos.

Pero acaso lo más censurable en el caso de Lula ha sido su manejo de las relaciones internacionales. Este antiguo líder sindical, que paradójicamente se enfrentó a las dictaduras en su país, ha sido cómplice de la dictadura más abusiva y longeva de América Latina: la de los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba. En lugar de trabajar en favor de la democratización de ese país, ha actuado con un cinismo propio de los incondicionales. En este aspecto la historia seguramente lo juzgará con severidad. También ha cohabitado políticamente de manera pragmática, con el gobierno autoritario de Hugo Chávez y ha sido complaciente con los de Evo Morales y Daniel Ortega. Últimamente se ha acercado al gobierno déspota de Irán, que lidera Mahmud Ahmadineyad.

En pleno siglo XXI no cabe justificación, tolerancia, ni defensa alguna de las dictaduras como forma de gobierno. Sean estas de derecha o de izquierda. El totalitarismo debe ser enfrentado sin temor. Esa es la obligación de un verdadero estadista democrático. No es suficiente tener las cuentas en azul. Lula ha demostrado que no es confiable, cuando se trata de defender la libertad. ¿La prueba? Su convivencia con tiranuelos, que violan los derechos humanos de sus pueblos.

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