columna salomónica
Michael Jackson y Mozart: muertes paralelas
lunes 12 de diciembre de 2011, 08:32h
Un cinco de diciembre de hace doscientos veinte años murió Mozart. Los periódicos de la época no se interesaron por la noticia. También entonces había una actualidad inaplazable y unos personajes importantísimos, de los que no se podía dejar de hablar. Aunque una y otros cayeron en el olvido, la música de Mozart sigue oyéndose hoy y su biografía, escrita mil veces, no deja de suscitar curiosidad.
Mozart murió con treinta y cinco años, en plena madurez creativa. La providencia fue cruel privándonos tan pronto de semejante genio. Ciertas anomalías ocurridas tras el óbito han alimentado la leyenda de que fue asesinado. Hay varios sospechosos del crimen: los masones, irritados con la revelación en La flauta mágica de sus secretos iniciáticos; su esposa, Constanza Weber, cegada por los celos, y Antonio Salieri, un músico incapaz de aceptar la superioridad de su rival. Todos tienen, sin embargo, una buena coartada. ¿Por qué los masones iban a eliminar al compositor de la ópera y no al libretista, Schikaneder?, ¿qué motivos podía tener Constanza para odiar a un hombre al que nunca quiso apasionadamente –ni Wolfgang a ella- y con el que se llevaba bien? En cuanto a Salieri, ¿imaginan ustedes a un artista en la cúspide de su fama envenenando a un don nadie?
De las tres hipótesis, la más extendida es la última, propagada por la película Amadeus. Peter Schaffer, autor del guión, recreó la leyenda, sustentada en el testimonio de un amigo de Mozart de que Salieri confesó en su lecho de muerte haberlo intoxicado. Antes que Schaffer, había hecho ya algo parecido Pushkin en su poema dramático Mozart y Salieri. El contraste entre la genialidad de Mozart y la mediocridad de Salieri, injustificado desde todo punto de vista, da pie a una historia muy atractiva, aunque inverosímil e históricamente falsa.
Pero: ¿y si Mozart no fue en realidad asesinado? Varios médicos contemporáneos han sugerido la posibilidad de que su muerte no se debiera a una maquinación malvada, sino a una enfermedad renal crónica. El hecho de que no presentara síntomas sería algo irrelevante a la vista de las limitaciones de la medicina de la época. Ahora bien, la suposición de que nuestros antepasados vivieron siempre en la ignorancia es una costumbre, una mala costumbre, no un argumento. La prueba es que en la Enciclopedia Clínica de Anton de Haen, publicada en Viena en 1770, las dolencias que supuestamente acabaron con el compositor (fiebres reumáticas, uremia, nefritis crónica o hidropesía) son descritas con rigor y precisión, lo que significa que los médicos estaban en condiciones de diagnosticarlas sin dificultad.
¿Qué sucedió entonces? Hoy se cree que Mozart murió, en efecto, envenenado, pero no a causa de ningún Mitrídates, sino debido a una intoxicación de mercurio, remedio habitual contra la sífilis. Aunque en la época había otras alternativas (el bolo italiano, el jarabe vegetal de Velno, las píldoras de Keyser, el tónico antivenéreo del doctor Kennedy), el tratamiento más común era el mercurio líquido, con el que se producían altas fiebres y abundante secreción salival a fin de que el paciente exudara la enfermedad. No obstante, los efectos no siempre eran positivos, pues el mercurio provoca daños serios en el hígado, los riñones y el cerebro. Un médico inexperto podía acabar con la vida de su paciente si no acompañaba el tratamiento con una dieta adecuada, dentro de la cual era imprescindible durante dos meses la ingestión regular de una solución de salitre. Administrado con pericia, sin embargo, el método iba bien y la prueba es que Casanova, que se sometió a él una docena de veces, tuvo una larga vida.
Lamentablemente no fue esto lo que, según E.W. Heine, le ocurrió a Mozart. El músico contrajo la sífilis, o lo que fuera, pero en vez de recurrir a un médico, quizás por vergüenza, se dejó orientar por un amigo, hijo de uno de los galenos más reputados de la época, Gerard van Swieten, quien le proporcionó sin las debidas precauciones un preparado a base de mercurio ideado por su padre. El resultado fue letal y para evitar problemas con las autoridades y no dar pábulo a los murmuradores, cosa que preocupaba a la viuda, se enterró el cuerpo a toda prisa, sin más indagaciones. El rápido velatorio, el triste sepelio, la siniestra fosa común y la posterior leyenda negra serían consecuencia de tanto apresuramiento.
Poca gente conoce la verdad de los hechos, pero entre los que están bien informados algunos han sentido la tentación de comparar el caso de Mozart con el de Michael Jackson. La coincidencia resulta desde luego asombrosa si se tiene en cuenta que ambos no sólo murieron a causa de una intoxicación de fármacos, sino que tuvieron también comienzos muy parecidos: niños prodigio, infancia espectacular, padres severos. El paralelismo acaba sin embargo aquí, y no porque sus vidas fueran muy diferentes y uno alcanzara el éxito y el otro no, sino porque se dedicaron a cosas muy distintas. Piensen que Mozart fue músico.