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RESEÑA

Luis García Montero: No me cuentes tu vida

domingo 06 de enero de 2013, 14:36h
Luis García Montero:No me cuentes tu vida. Planeta. Barcelona, 2012. 464 páginas. 20 €
Todos los jóvenes les han dicho alguna vez a sus padres “no me cuentes tu vida”, porque sienten que su discurso, su “vocabulario” es muy lejano y no se ajusta a su realidad, preocupaciones o expectativas. Éste es el planteamiento de base de esta segunda novela de Luis García Montero (Granada,1958), cuyo desarrollo se conforma en una línea similar a la de poesía de la experiencia, en la que el autor se ha movido, y donde el peso de la reflexión invade al de la acción, que se circunscribe al amor que surge entre Ramón, hijo de Juan Montenegro, militante de izquierdas, -la voz narrativa en primera persona en la mayoría de los capítulos-, y una inmigrante rumana que trabaja de “criada” en su casa. Son tres generaciones las que debaten y desarrollan está “memoria familiar para que el nieto de unos revolucionarios abrace a la nieta de una de sus víctimas”.

El protagonista defiende el derecho a contar su vida porque piensa que es una “barbaridad” haber permitido que la transición negara el pasado y lo borrara “como una vergüenza histórica”, y porque “los restos de la vida no son basura, son huellas, pertenecen a los paisajes y a los seres humanos, forman parte de sus ciclos y sus movimientos”. Quizás por eso, aun reconociendo que lo que está haciendo es “cantar una doina con la nostalgia de las hojas que mueren”, se cuestiona todavía, a pesar de la caída del muro de Berlín, de Ceau?escu, de Corea, de Cuba…, si “habría sido posible un comunismo democrático”.

Hay en estas páginas un discurso político, un discurso que defiende unas ideas aunque ponga sobre la mesa sus sombras y contradicciones. A Juan Montenegro le cuesta trabajo la denuncia descarnada de los totalitarismos de izquierda y, pese a que otras voces en la novela le replican y a que le resulta duro e incómodo “discutir de política cuando se ha visto por dentro el óxido de las grandes palabras”, no olvida que ha compartido en otro tiempo el compromiso sincero de muchos. Elige entonces volcar sus reflexiones en unos cuadernos a modo de diario en un intento de que su hijo entiendan su apego al pasado. Un hijo que le enseña que el presente está ahora en esos cadáveres de las pateras que aparecen en las playas de Cádiz, sobre la misma arena que en pocas horas invadirán “los veraneantes, las sombrillas, el olor a bronceadores y a felicidad”. Quizás la clave de este despropósito está en unas palabras que pone en boca éste: “Aquí hasta las desgracias deben ser nacionales”.

Lo más cómodo socialmente es tomar partido entre los buenos y los malos y eliminar matices y trasvases, mantener bien definida una gruesa línea de separación que nos libre de las incertidumbres de admitir que tal división no existe. La política, hoy día, donde lo que prevalece es la lucha por los cargos y la ambición de poder, quizás se parece más, dice Juan Montenegro, a “una patera con violadores” donde la mujer violada debe procurar no revolverse demasiado porque la balsa se volcaría y todos naufragarían. Pienso, situándome en nuestro desconcertante día a día, que, como a esa inmigrante violada repetidamente, se nos ha sabido instalar convenientemente el sentido de la culpa y la responsabilidad colectiva, en vez de sacudírnoslo y gritar sin pudores que la violencia la ejerce siempre el violador, es decir, quien está encima y tiene el poder para hacerlo.


Por Inmaculada Lergo

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