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¿Adiós a la crisis?

José Antonio Sentís
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directorgeneralelimparciales/15/15/27
miércoles 19 de junio de 2013, 19:48h
Hace tantos años que empleamos el concepto crisis como base para todos los análisis económicos, sociales y políticos, que sonaría rara su desaparición, que es en lo que sueña, cada vez con más urgencia electoral, el Gobierno. Por eso, hay gente que cree que se confunden deseos con realidades cuando se apunta (Montoro, Guindos, Rajoy) a que estamos en el punto de inflexión que marcaría la inversión de tendencia desde el pozo a la superficie.

¿Hay buenos datos recientes, como dijo Guindos, que permitan pensar que la situación mejora? Estoy convencido de ello porque, para empezar, los indicadores son conocidos por el Gobierno bastantes días antes que lo hace el resto de los mortales. Luego el mismo Gobierno que pronostica la bonanza de esos indicadores lo hace sobre seguro. No es que las cosas vayan a mejorar. Es que ya se sabe que lo han hecho. Exactamente como cuando las profecías de Moncloa apuntaban a una bajada del paro en mayo. Ya la sabían.

A partir de ahí, del hecho de que el Gobierno sabe que la recesión se ha detenido prácticamente, lo que se trata de inferir es si ello marcaría una tendencia positiva o simplemente se trataría de un espejismo. Y ahí existen más dudas para todos... menos para el Gobierno, cuyo discurso ha cambiado desde la escandalosa escena de los ministros económicos con caras de desolación anunciando casi el diluvio universal ¡apenas hace dos meses, en abril!

Muy posiblemente, el presidente Rajoy les puso entonces las pilas. Ese discurso de la venda antes de la herida que el Gobierno empezó nada más llegar, anunciando prolongados sufrimientos, ya no daba ni da más de sí. Parecía una buena forma de instruir a la sociedad para que asumiera la maldad de los tiempos que exigen sacrificios, pero nadie resiste impávido la ausencia de toda esperanza, que es un lema para la puerta del infierno.

Y no sólo por lo que la gente está dispuesta a aceptar, sino porque la propia desesperanza promociona la crisis, conclusión a la que, válganos el cielo, parece por fin alcanzada por un Ejecutivo del que nadie puede dudar sobre su determinación, pero sí muchas veces cuestionar su sensibilidad.

En las crisis se entra normalmente con una explosión como las de gas, después de que éste se acumule silenciosamente durante años. Pero su salida tiene poco de espectacular. Hay que ir drenando el combustible poco a poco, también durante años, y eso requiere mucha paciencia, proceso especialmente complicado para quienes lo han perdido todo, hasta la paciencia. Pero así son los procesos de salida. Lentos, premiosos, desesperantes. Y, a veces, con recaídas, con pasos atrás.

Estamos, probablemente, ahí. Una primera fase en la que no vamos a peor, antes de mejorar. Eso es lo que nos dicen los datos de déficit, de balanza comercial, de inflación. Eso es lo que apunta la consolidación financiera, con las excepciones de algunas entidades residuales en el alero. Es lo que nos dice que se empiezan a acabar las gangas inmobiliarias (aunque aún quedan las de la Sareb, si se dan prisa), y también los chollos en empresas cotizadas que han bajado tanto que empiezan a ser muy golosas para los inversores (véase las especulaciones sobre Telefónica).

Estamos en un momento, pues, en el que alguien puede empezar a dudar sobre si va a ser el tonto que deje pasar la oportunidad de invertir en España, porque mañana puede ser tarde. Momento en el que alguno puede sospechar que poner su dinero al cero por ciento en deuda alemana empieza a ser un negocio discutible, y más con lo que espera a algunos países hasta ahora encantados de haberse conocido (como Francia) cuando empiecen a mirar sus cuentas como han mirado las nuestras.

Pero hay algo más intangible que los datos macroeconómicos para apuntar a un cambio de tendencia en España. Y es un cambio de mentalidad. Porque igual que sucede ante las desgracias personales, aquí primero se produjo incredulidad; después rebeldía e indignación; después, aceptación quietista; y, finalmente, un impulso irracional por sobrevivir.

España, no me lo nieguen, ha pasado casi totalmente el momento indignación, el que estuvo ilustrado por huelgas generales, mareas blancas y verdes, ocupaciones y escraches, antidesahucios y anarquistas. Hasta el último indignado, el juez Elpidio José Silva, que pensó tener en su mano la espada flamígera contra los poderosos, escoltado por la sociedad enfebrecida, ha visto este mismo miércoles cómo le han dado un revolcón en la Audiencia en su "causa general" contra los responsables de la crisis, personalizados en Blesa y Díaz Ferrán.

Estamos ahora en las últimas dos fases de la crisis, desde el punto de vista de los que la padecemos. Pueden definirse así, de forma absolutamente científica: madrecita que me quede como estoy y al mal tiempo, buena cara. Es decir, que hemos llegado muy abajo, pero algo tendremos que hacer todos para salir de ésta. Porque, en vista de que nadie nos regala nada, pese a la contundencia y razón de nuestras protestas, pues habrá que tirar adelante, con el Gobierno o a pesar del Gobierno, que diría el inefable Rodríguez Braun.

Queda tiempo para que despeje la tormenta, pero ya podemos hacer un balance de daños bastante aproximado. En esta batalla han caído como tres de los seis millones de parados que tenemos y varias decenas de miles de empresas. Se ha perdido una inmensa cantidad de ahorro. Ha caído la credibilidad de los políticos, de los sindicatos, de la Administración pública (por su tamaño), de las instituciones del Estado nacionales y autonómicas, hasta de la Monarquía. Ha quedado tocada la fe en enteros sectores, como la Banca. Se han desbaratado modelos de negocio como la Construcción o la Prensa.

Pero también se ha puesto en evidencia el clientelismo social, el abuso de los derechos contra los deberes, la sumisión asistencial al Estado y al dinero de otros. Y la demagogia.

Y hemos descubierto que no queda otra que inventar, que formarnos, que improvisar, que mirar al exterior, que cambiar nuestro modelo de consumo, de endeudamiento, de exigencia.

No hemos acabado con la crisis, pero tenemos (del Rey a los políticos; de los sindicalistas a los empresarios; de los poderosos a los del común) bastante claro cuáles han sido sus consecuencias. Y es por eso, porque hemos tomado nota, por lo que sabemos que estamos ya ante la salida de la crisis.

José Antonio Sentís

Director general de EL IMPARCIAL.

JOSÉ A. SENTÍS es director Adjunto de EL IMPARCIAL

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