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ORIENT EXPRESS

“Non praevalebunt”

Ricardo Ruiz de la Serna
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ricardo_ruiz_delasernayahooes /22/22/28
domingo 25 de julio de 2021, 19:41h

Las ideologías totalitarias -el comunismo, el fascismo, el nacionalsocialismo- son hijas de la modernidad, es decir, del tiempo del ateísmo “científico” y del anticlericalismo como tendencia política. Desde que la Revolución Francesa declaró la guerra a la Iglesia católica, la ofensiva se fue extendiendo a todos los países de nuestro continente a lo largo del siglo XIX. Por supuesto, las raíces de este fenómeno se hunden en la Reforma y en la filosofía de los siglos XVII y XVIII – los déspotas ilustrados fueron los primeros, por ejemplo, en expulsar a los jesuitas- pero hasta el XIX no se hicieron habituales en España y en otros países las desamortizaciones, las expulsiones de religiosos de conventos, monasterios y abadías, las quemas de iglesias, los intentos de impedir la educación a cargo de congregaciones católicas, la ilegalización de órdenes religiosas, etc.

Desde entonces, todos los regímenes totalitarios han tratado de controlar a la Iglesia, de someterla y, en ocasiones, de destruirla. Los comunistas persiguieron a los católicos en todos los países donde llegaron al poder. No se trataba únicamente de acabar con los cuerpos -matar a los fieles, encarcelarlos, torturarlos, deportarlos a campos de trabajo- sino de arrasar las almas. Trataron de demoler la teología, la antropología, el arte y la filosofía que la Iglesia había alumbrado durante veinte siglos. Intentaron reescribir la Historia mancillando su memoria. La presentaron como la culpable de las desigualdades, las injusticias y la miseria de las clases populares. Buscaron caricaturizar su doctrina y su magisterio. Impidieron el culto público, la construcción de iglesias, la fundación de órdenes e instituciones. En Polonia, por ejemplo, en el distrito de Nowa Huta -en los alrededores de Cracovia, la ciudad de San Juan Pablo II el Grande- trataron de erigir una ciudad sin iglesias ni capillas. Por no tener, no tenía ni oratorios abiertos. Sin embargo, desafiando la prohibición de levantar templos católicos, los fieles fueron construyendo iglesias piedra a piedra. Los vecinos hacían colectas -eso sí que era “crowfunding” del bueno- y organizaban las cuadrillas. Los disolvían, pero regresaban. La policía los vigilaba, los fichaba, los amenazaba. Daba igual. Allí volvían esos polacos a seguir construyendo iglesias. Entre 1967 y 1977, por tomar un caso, levantaron en Nowa Huta la parroquia de Nuestra Señora Reina de Polonia, que consagró el obispo Karol Wojtyła.

También los nacionalsocialistas trataron de asfixiar a la oposición católica en Alemania, Austria y la Europa ocupada. A Clemens August Graf von Galen (1878-1946) lo consideraron una amenaza para el Estado por sus denuncias del programa de eutanasia que los nazis estaban ejecutando. Sus homilías se difundieron por toda Alemania. Consideraron acabar con él, pero temían la reacción de los católicos del Reich. Entre los conjurados de la conspiración de 1944 había varios católicos; entre ellos, uno de sus líderes Claus Schenk Graf von Stauffenberg (1907-1944). Unidos a protestantes, evangélicos y otros opositores al nazismo, los miembros del Círculo de Kreisau (1940-1944) concibieron una Alemania post-Hitler inspirada en los principios del cristianismo.

Los gobiernos totalitarios encarcelaron, torturaron y mataron a católicos en toda Europa entre 1917 y 1989. A algunos, como el Cardenal Mindszenty (1892-1975), las autoridades comunistas húngaras lo procesaron y lo encarcelaron. A otros, como el sacerdote polaco Jerzy Popiełuszko (1947-1984), muerto a manos de la policía política comunista polaca, directamente los asesinaron. Por todas partes, trataron de privar a la Iglesia de sus edificios, de sus colegios, de sus parroquias y, en fin, de todo aquello que le permitiese servir a sus fines: adorar a Dios, predicar a Cristo muerto y resucitado y, en suma, llevar el Evangelio a esos pueblos sometidos a los regímenes totalitarios.

Santa y pecadora, la Iglesia sigue siendo el valladar más firme contra las ideologías de la muerte y la servidumbre. Lo sabían los comunistas, los fascistas y los nacionalistas. Lo sabían los gobiernos socialistas de las democracias populares. Lo saben sus herederos, los nostálgicos de la II República Española que llegó incendiando iglesias y terminó fusilando a fieles en Paracuellos del Jarama, tiroteando al Cristo del Cerro de los Ángeles y profanando las tumbas de los enterrados en sagrado.

Este día del Apóstol Santiago, patrono de España, es una ocasión propicia para hacer memoria y, en la mejor tradición bíblica, emplearla como un trampolín que nos lance hacia el futuro. Durante más de dos siglos y medio, los enemigos de la Iglesia vienen queriendo destruirla, pero siempre han fracasado como los césares paganos, los califas y sultanes, los príncipes protestantes, los ilustrados que, como Voltaire, llamaban a “aplastar” a la Iglesia de Roma, Napoleón Bonaparte y los totalitarios del siglo XX incluido el Frente Popular.

El católico sabe que la Iglesia no es de los hombres. No pertenece al Papa, ni a los cardenales, ni a los obispos. No pueden disponer de ella ni los presidentes ni los ministros.

La Iglesia es de Cristo, que la fundó y la sostiene. La ha edificado sobre roca con la promesa de que, como se lee en Mt,16,18 “el poder del infierno no la derrotará” (“πύλαι ᾅδου οὐ κατισχύσουσιν αὐτῆς”, “portae inferi non praevalebunt adversus eam”). Contra eso, no hay quien pueda. Por eso, los polacos pudieron construir iglesias prohibidas en sitios prohibidos. Por eso, los húngaros mantuvieron la fe. Por eso hubo alemanes que soñaron con un renacimiento de esa nación que los nazis habían traicionado. Por eso hubo españoles que, durante la persecución religiosa del siglo XX, dieron testimonio de su fe como mártires.

Sin tener en cuenta esa fe, no puede escribirse de forma completa la historia del siglo XX.

Tampoco puede escribirse la historia de España.

Ricardo Ruiz de la Serna

Analista político

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