Un día, Éric Kherson, el protagonista de la nueva novela de David Foenkinos (París, 1974), La vida feliz, recibe un mensaje a través de Facebbok, proveniente de Amélie Mortiers, una antigua compañera de instituto, con quien perdido el contacto: “Se quedó cuando menos sorprendido de que Amélie le escribiera. Éric conservaba el recuerdo de una chica altiva cuya seguridad en sí misma rozaba lo desdeñoso. Tras los exámenes de acceso a la universidad, se trasladó a París para cursar unos brillantes estudios que acabaron abriéndole las puertas de la Escuela Nacional de Administración. Releyendo su mensaje, Éric se dijo que la había juzgado mal. La lucidez sobre los demás nunca había sido su fuerte. Una mujer que ocupaba un puesto así, que le escribía personalmente a través de Facebook con vistas a hacerle una oferta profesional, denotaba más bien un carácter sencillo y directo”.
En el momento en el que le llega el mensaje, Éric Kherson no se encuentra en su mejor circunstancia. Está divorciado, y apenas ve a su hijo adolescente. Tiene cuarenta años, pero ha perdido la ilusión por la vida y el fututo. Trabaja en una famosa empresa de artículos de deporte, donde, desde que entró como dependiente en una de sus tiendas ha ido escalando puestos hasta convertirse en director comercial.
Durante mucho tiempo, con esfuerzo y tesón, luchó por progresar. Pero ahora ha caído en una especie de hastío, como una falta de interés generalizada”, que está repercutiendo en su actividad laboral. Tal es así que la responsable de Recursos Humanos se reúne con él, pues está preocupada por si algo le sucede a quien era un empleado modelo. Por eso, aunque la propuesta de su antigua compañera le resulta un tanto extraña, la acepta. Amélie Mortiers le ficha para incorporarle a la Secretaría de Estado de Comercio Exterior.
Piensa que el cambio le aportará nueva ilusión e interés. ¿Pero será así? No comienza con buen pie. Piensa que ha dejado un puesto seguro y de prestigio para encontrarse en un despacho perdido, sin saber qué hacer: “De pronto lo asaltó una certeza: había cometido un error garrafal al aceptar aquel cargo. Todo lo angustiaba. Tendría que mostrarse sonriente, dinámico y hasta ambicioso, justo lo que no había tenido que hacer en mucho tiempo. Siempre había un elemento de peligro en el cambio”.
Y los cambios no terminarán ahí. Su reencuentro con Amélie Mortiers y su nuevo trabajo le abrirá las puertas a una experiencia que le marcará. En un viaje a Seúl descubre un curioso lugar llamado Happy Life. En él se ofrece algo que existe realmente en Corea del Sur y con notable éxito: la posibilidad de participar en tu propio funeral falso, incluido el escribir tu testamento y permanecer un tiempo dentro de un ataúd. Y no, no se vende como algo morboso, sino como una terapia de cómo encontrar un nuevo sentido a la vida, tras estar “muerto”. Una idea que ha nacido en el país que tiene casi el doble de suicidios del promedio mundial
Eric Kherson, de quien vamos conociendo su existencia, marcada por un suceso del que se siente culpable, participa de esa ceremonia de su propio funeral, que es descrita con profusión, y que le resulta como si le ofrecieran una segundad oportunidad. Una segunda oportunidad, una suerte de renacer, en la que, igual que había hecho antes, dimite de su cargo en la Secretaría de Comercio Exterior y “se propone levantar un poco el pie del acelerador”, a la vez que tomar las riendas de su vida. Y decide poner en marcha una empresa que brinde una terapia revolucionaria, ¿se imaginan cuál?
“Para amar más aún la vida, debíamos incluso morir una vez”. Con esta cita de Charlotte Salomon, pintora que murió en el campo de exterminio de Auschwitz, y a la que Foenkinos dedica la biografía novelada Charlotte, abre el escritor francés su nueva obra, tras títulos como, entre otros, La delicadeza, que fue un éxito de ventas mundial y se alzó con numerosos galardones; La biblioteca de los libros olvidados; Dos hermanas; La familia Martín, y Número dos. David Foenkinos encierra en sus novelas una inyección de optimismo, aunque no exenta de una cierta ironía y subrepticias aristas. Sea como fuere, nos obsequian con una más que grata lectura.