Sobre la usurpación
Enrique Aguilar
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enrique_aguilarucaeduar/15/15/19/23
miércoles 25 de febrero de 2009, 23:27h
Reiteradas veces he aludido en estas columnas al pensamiento de Benjamin Constant, quien hace poco fue recordado también por otro colaborador de El Imparcial con motivo de su famosa distinción entre la libertad antigua y la libertad moderna. Hoy quiero volver sobre este autor para referirme a su obra Del espíritu de conquista y usurpación (1814) que conserva, en mi opinión, una actualidad innegable para cualquier observador atento de la realidad de algunos países donde el ejercicio arbitrario de la autoridad se sufre pacientemente como un hecho cotidiano.
En particular, me interesa traer a colación las páginas donde Constant contrapone la imagen del monarca legítimo a la del usurpador. Si la gloria del primero se acrecienta con la gloria de quienes lo secundan, el usurpador, en cambio, desconfía del mérito ajeno, evita la competencia y se rodea, por lo mismo, de lisonjeros y obsecuentes. El monarca legítimo “accede noblemente al trono” mientras que al usurpador la ilegalidad “le persigue como un fantasma”. Uno se ve respaldado por el pasado; de ahí que sus innovaciones se produzcan gradualmente. El otro se fía sólo de su voluntad y sus trazados caprichosos: “promulga leyes y las cambia; establece constituciones y las viola....”. El primero es receptivo a las críticas; el segundo es intolerante, y donde el monarca ve apoyos él ve solamente enemigos.
Constant consideraba que la usurpación, como la conquista, eran dos formas de anacronismo. Pronto el comercio desplazaría a la guerra y el progreso de la ilustración evitaría que alguien accediera al poder por un mero golpe de suerte. En otros términos, esperaba que la razón revocase “mediante la duda la legitimidad del azar”. Se trató de una proyección ingenua. Las guerras no desaparecieron y las usurpaciones tampoco. Porque, según el propio Constant, no sólo es usurpador quien gobierna desprovisto de legitimidad de origen, sino aquel que, investido legítimamente de un poder limitado, traspasa los límites que le han sido fijados.
Como dije, se trata de una realidad que es todavía cotidiana. Sin embargo, no hay que perder las esperanzas. No sé si la razón terminará por imponerse. Pero en algunas naciones se advierten, al menos, signos promisorios. Los proyectos hegemónicos enflaquecen, se fracturan las filas del oficialismo, la oposición se afianza y las almas dignas se alejan. ¿Qué queda? Sólo hombres, respondería Constant, que serán “los primeros en cubrir de injurias, después de caído, al amo que hubieran adulado”.
Politólogo
ENRIQUE AGUILAR es director del Instituto de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica Argentina
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