Ortega y Gasset llamaba épocas “cumulativas” a los períodos donde las generaciones sienten suficiente homogeneidad entre lo propio y lo heredado. Donde el cambio conveniente se resiste y lo que debe ser nuevo se subordina a lo existente. Dichas eras solo son alternadas cuando se impone un espíritu de cambio. Hoy los retos globales de la humanidad, imponen a esta generación la necesidad de una nueva perspectiva. Aunque una generalizada convicción es que la actual atomización partidaria parece no permitir consensos específicos en todas las áreas de la vida política occidental, al menos es necesario definir parámetros que representen rutas generales o rieles por donde deben encarrilarse, tanto las políticas públicas como las iniciativas legislativas. Son una suerte de diques de contención. Cualquier iniciativa política que pretenda ir en sentido contrario a dichos parámetros, se expone a chocar contra la nueva historia que se escribe. Como una pequeña contribución al foro público, enuncio cinco parámetros que percibo deben orientar la visión occidental. El primer parámetro a reconocer es,
a) el del Estado participativo. Sucesora directa de la revolución industrial, la revolución digital de los últimos cincuenta años prepara un escenario pasmosamente diferente. Ante la magnitud del desafío, los Estados deben repensar estrategias graves que permitan sentar las bases de una nueva cultura constitucional. Los cambios que se propongan en el modelo de Estado, deben orientarse en función de otorgar mayor poder de decisión a la ciudadanía. El empuje provocado por el nuevo paradigma, detona las bases mismas de la democracia de representación y la hace tambalear en dirección hacia su inexorable sustitución. Vamos hacia cambios participativos como el de la administración pública electrónica, hacia una capacidad comunicativa y de toma de decisiones democráticas de tipo bidireccional, en la que el habitante no solo accede fácilmente a la información, sino que puede tomar decisiones a corto plazo. Una adecuada sistematización jurídica debe catalizar esa mayor y mejor interacción de los ciudadanos con el Estado, en función de democratizar aún más el poder. Este es el primer parámetro. El segundo parámetro,
b) está relacionado con el desafío ambiental. Las políticas públicas deben orientarse en función del objetivo de la promoción de energías limpias. El sistema de desarrollo energético, de transporte, o de infraestructura urbana, -entre otros aspectos-, debe implementarse en función de ello y en pro de objetivos como el del ideal de países libres de carbono. Sostener y promover el chantaje petrolero es transitar en contra vía del futuro. En esta materia, otra prioridad de Estado debe ser, por una parte, una política general de reforestación mucho más ambiciosa que la que hoy se promueve en el mundo, y por otra, orientar la política de repoblamiento hacia los centros urbanos y de vivienda vertical. De continuarse con la actual tendencia, centrífuga y enfocada en el desarrollo urbanístico horizontal, se cierne una amenaza ambiental inminente. Ahora bien, igualmente es indispensable reconocer que la pobreza y la escasez económica atentan seriamente contra el ambiente. Esto hace que, -en forma paralela a una buena política ambiental-, sea menester dinamizar la economía. Para esto debe revertirse la excesiva propensión de imponer, -por motivos sustentados en la ecología-, una infinita sucesión de regulaciones prohibitivas del desarrollo. El ambiente se protege atacando una de sus mayores amenazas: la pobreza y la limitación cultural, que surgen precisamente allí donde se estanca el desarrollo. Este razonamiento nos lleva a enunciar el tercer parámetro para una adecuada visión occidental,
c) el de la necesaria inserción occidental en la economía global. Este parámetro implica reconocer la necesidad de una política sostenida de atracción de inversiones, de promoción del libre comercio, y una reconversión educativa que priorice en la educación tecnológica. Valga anotar que promover el dinamismo de la economía de tal forma que la inversión y el libre comercio sea posible, implica reconocer la actual necesidad de empezar a transitar un camino de deflación legislativa, porque en la era global, es imposible sostener la competitividad de las naciones, con la actual inflación de normas, regulaciones y cargas impositivas que asfixian la dinámica económica. El propósito de la autoridad y el poder, no es el de restringir, inhibir, demorar u oprimir el potencial nacional y los talentos que están a su cuidado. Más bien consiste en crear y proporcionar la atmósfera que promueva el despliegue de los talentos y las fuerzas de los individuos de la sociedad que dirigen. El cuarto parámetro para una visión occidental es
d) la aspiración de un Estado rector. Estamos urgidos de una revolución copernicana respecto de como concebir el Estado. En esta era de la información, la única forma de que el Estado vaya al veloz compás que la sociedad civil impone, es permitiendo que las mismas fuerzas sociales que dirige, coadyuven en el alcance de sus objetivos. Esto implica reconocer la necesidad de sustituir el Estado ejecutor en función de uno rector. Liberar la potencia y la iniciativa de la misma sociedad civil a través de organizaciones no gubernamentales, asociaciones y colectivos cívicos que progresivamente lo sustituyan en la ejecución de acciones que ordinariamente ha venido realizando el Estado con cada día mayor costo y menor eficacia. Finalmente, el quinto parámetro, se refiere
e) al fundamento que constituyó los valores de occidente. Es el parámetro más importante de todos. Sustenta a los demás. Es piedra fundacional que inspira tanto nuestra cultura como al núcleo más importante de la sociedad, la familia. Al igual que sucede con las personas, el sentido existencial de las sociedades no se circunscribe a su éxito material. Este último parámetro se fundamenta en la herencia espiritual de nuestras nacionalidades occidentales: sus valores cristianos. El que una nación promueva la libertad de pensamiento, no debe implicar que renuncie a los valores espirituales que por siglos han esculpido sus anteriores generaciones. En una sociedad abierta como las nuestras, en la que las actuales generaciones batallan con una andanada de modas filosóficas, cosmovisiones pasajeras, exóticas creencias y en la que debe pervivir el libre juego de fuerzas intelectuales y sociales, no es sabio que nuestras naciones renuncien a lo que por siglos ha representado la orientación existencial de nuestros pueblos.
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