Seamos políticamente correctos: nada de pronombres
domingo 08 de julio de 2012, 22:01h
Hay en Harvard cosas que evocan a Pedro Salinas. La más concreta, quizá, su archivo personal en la Houghton Library que incluye la correspondencia con Katherine Withmore, musa y destinataria de “La voz a ti debida”, el largo poema-libro donde figuran esos dos versos con la idea de la pareja enamorada reducida a la sola y suficiente identidad de un tú y un yo: “¡Qué alegría más alta// vivir en los pronombres!”.
Ha sido imposible no acordarse de tan logrado par de versos los pasados días mientras se desarrollaba una peculiar peripecia en esa siempre sorprendente universidad. Hace cosa de un año, Harvard, invariablemente dispuesta a no dejarse ganar por nadie, y a consta de lo que sea, en fomento y protección de la “diversidad”, decidió abrir una oficina de apoyo a los estudiantes bisexuales, transexuales y homosexuales en todas sus variantes; es decir esas formas más bien combativas y narcisistas de entender o practicar la sexualidad que se suelen identificar con el acrónimo BGLTQ y que representan un grupo de presión de peso en ciertos espacios sociales norteamericanos, y no sólo norteamericanos. Se designó para la dirección del nuevo negociado a una activista que venía haciendo función similar en otra de las pequeñas universidades de Massachusetts, pero algo debió de pasar, quizá una de esas luchas de poder que son comunes entre sectas y asociaciones de minorías, porque dimitió a las pocas semanas de llegar. Durante todo el curso la oficina de estudiantes BGLTQ ha estado a cargo de una alumna de la Facultad de Teología con desazón de quienes querían algo de más autoridad, pero finalmente se ha dado con la persona adecuada para dirigirla y Harvard la ha contratado. No sin sus tufos, ha hecho público que de tan delicada tarea de encargará desde ahora alguien procedente de una de las universidades californianas, Vanidy “Van” Bailey. Y aquí ha surgido el problema, porque en las comunicaciones escritas publicadas para notificarlo se habla de Vanidy como “ella” y usando las formas pronominales femeninas, y Vanidy ha hecho saber que no quiere que su identidad se designe con ninguno de los marcadores gramaticales de género, particularmente en los pronominales de tercera persona, tan categóricamente distintivos en inglés: he/his, she/ her. O sea, que a Vanidy habrá que referirse con perífrasis o quizá con las formas de género común o epiceno. Incluso donde estas cosas, por convicción o por temor a las consecuencias de no hacerlo, se toman tan en serio como en Harvard no ha dejado de haber su rechifla con el asunto.
La ideología de género parece estar apuntándose una victoria frente al sentido común en la retorsión de la gramática y el léxico para forzar la inclusión de las formas con marca femenina frente o junto a las inclusivas con desinencias masculinas. Hasta al Boletín Oficial del Estado ha llegado la obligatoriedad de mencionar a “las estudiantes” junto a “los estudiantes”, o “las ministras” junto a “los ministros”. Como no tienen problemas de los que ocuparse, las administraciones y las universidades han creado puestos para entender del asunto y han producido antológicas guías de “lenguaje no sexista” o no discriminatorio que en ocasiones parecen parodias hechas ex profeso para ridiculizar a quienes tanto empeño ponen en defender que el lenguaje común es un instrumento aviesamente diseñado para la subordinación de la mujer y la perpetuación del machismo. Que filólogos y académicos expliquen el sentido del género común o el epiceno y el valor del inclusivo masculino de nada sirve frente al prejuicio de quienes, en aras de la corrección política, no tituban en pisotear las reglas gramaticales y las de la lógica para imponer a todos (y a todas) su manera de ver el mundo y la prioridad de la identidad de género.
Hasta ahora la presión ha sido para duplicar innecesariamente artículos o sustantivos haciendo mencionar siempre los dos géneros, casi nunca de modo necesario para la perfecta comprensión de los enunciados. De lo que se trata, ideológicamente, es de poner en pie de igualdad y hacer presentes a los dos sexos, o por mejor decir a las personas de uno y de otro, en cualquier locución. De diferenciar identidades reconociéndolas ambas al hablar y escribir haga falta gramaticalmente o no. Lo que indica el caso de Vanidy, que no es por otra parte el primero, es algo distinto y más grotesco, porque se trata no de señalar un género u otro, una identidad sexual frente a otra, sino de todo lo contrario, de hacerla ambigua e indistinguible. Y no solo la suya, sino que el propósito es extenderlo a cualquiera, borrar del lenguaje, por discriminante, la diferencia de género. Más o menos de vivir sin pronombres. Es dudoso que a Salinas, hombre sensato y sensible, esto le moviera a muy alta alegría.
Catedrático de Historia del Pensamiento Político
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