Música que viene del Báltico
sábado 12 de enero de 2013, 19:23h
Hoy voy a hablarles de Arvo Pärt, un músico estonio al que sigo desde hace tiempo con interés. El disco que me encontré junto a los zapatos el día de Reyes es su última grabación. Se llama Adam´s Lament y contiene ocho piezas. La que da título al conjunto se estrenó en 2010 en Estambul, entonces capital europea de la cultura. Tallin, capital de Estonia, la sucedería en 2011. El homenaje de que fue objeto el compositor, la figura de más renombre de la república báltica, simbolizó el traspaso.
Arvo Pärt tiene setenta y ocho años y parece un fraile mendicante. Ni su aspecto ni sus vestimentas hacen pensar que se trata de uno de los mayores músicos del momento. Formado bajo la influencia de Shostakóvich y Prokófiev y luego de Schönberg, la adopción del serialismo y el dodecafonismo le acarrearon problemas con las autoridades soviéticas que tiranizaban su país y también consigo mismo. En los setenta, tras una profunda crisis que le hizo adherirse a la Iglesia ortodoxa, decidió estudiar los orígenes de la música occidental, ligados a la religión. Fruto de estas indagaciones fue un cambio de estilo, una suerte de depuración. El nuevo estilo, que él llama “tintineante”, en alusión a las campanas, frecuentes en Estonia, lo ha convertido en un artista contracorriente, hecho que no le ha impedido alcanzar notoriedad ni crear a su alrededor una escuela de primer nivel. Lepo Sumera, ministro de cultura en la época en que las Repúblicas Bálticas se independizaron de la Unión Soviética (la llamada “Revolución Cantante”, uno de los acontecimientos más conmovedores del siglo XX), ha sido quizá el más destacado de sus discípulos.
Arvo Pärt no es el único compositor báltico en activo. La lista, de hecho, es larga, casi asombrosamente larga. Aunque ninguno parece haber tenido mucha prisa por llegar al futuro, presumo que desempeñarán un papel importante en él. Estoy pensando, por ejemplo, en el letón Peteris Vasks, mi favorito. Yo soy incapaz de hallar una explicación al fenómeno de la fecundidad musical de aquellas tierras. Se mezclan, supongo, diversas cosas: la huella dolorosa de la guerra mundial, el atroz dominio soviético, la importancia social de la religión, la labor de los maestros (el olvidado Heino Eller, entre otros), el sentimiento patrio, encarnado en el canto … Repito que no lo sé, pero quizá tampoco importe.
Toda esa gente que galopa en el carrusel vanguardista encuentra poco revolucionaria la música del compositor báltico. No se equivocan porque Arvo Pärt no pretende desbordar la tradición, sino dar expresión a ciertos problemas que le interesan. Su fuente de inspiración es la fe, la convicción de que la soledad del hombre no es absoluta. Esa fe, sin embargo, es en su caso más una necesidad que una certeza dogmática. Pärt es un hombre de hoy, acorralado como todos por el vacío. Su renuncia parcial al lenguaje contemporáneo no significa añoranza del pasado. Nada más alejado de él que las maravillosas idealizaciones de la tradición. Si, pese a todo, sus composiciones evocan los largos y silenciosos crepúsculos del invierno, el tañido de las campanas de las pequeñas iglesias estonias o los destellos de las velas sonrosando vidrieras que, contempladas desde fuera, invitan al recogimiento, es porque todavía se aferra al mundo, un mundo, el suyo.
Adam´s lament es una pieza basada en un texto de San Siluan del Monte Athos, monje ruso cuyos escritos encierran, a juicio de Pärt, un gran poder poético, aunque no haya en ellos nada ornamental o literario. La elección de un texto de tales características no es casual. “El encuentro ocurre cuando el texto deja de tratarse como literatura u obra de arte y se lo ve como punto de referencia o modelo” –escribe Pärt. Centrada en el desvalimiento y el dolor del hombre que ha perdido a Dios, la pieza tal vez resulte difícil para oídos poco entrenados. Entre esta obra y, por ejemplo, La caída de Adán de Galuppi, parece que hayan transcurrido no dos siglos, sino dos milenios. El lector curioso debería empezar quizás por páginas más accesibles: Spiegel im Spiegel, Für Alina, Mozart-Adagio, Berliner Messe o Canto en memoria de Benjamin Britten. Comprobará, en cualquier caso, que todavía hay compositores para quienes la música es nada más, pero también nada menos, que música.