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RESEÑA

Jon Juaristi: Renta antigua

domingo 24 de marzo de 2013, 16:45h
Jon Juaristi: Renta antigua. Visor. Madrid, 2012. 78 páginas. 16 €
Jon Juaristi (Bilbao, 1951) es un autor tan polifacético como brillante. En el ámbito ensayístico ha publicado, entre otros títulos, El linaje de Aitor, El bucle melancólico, El bosque originario y La tribu atribulada, en los que lleva a cabo un esclarecedor y lúcido análisis del nacionalismo vasco, con sus tergiversadores mitos. Ha dado también a la imprenta la novela La caza salvaje, los libros de memorias Cambio de destino y A cambio del olvido, este último firmado junto a Marina Pina, y una biografía de Miguel de Unamuno. Ha realizado, asimismo, labores de traducción y colabora habitualmente en prensa con incisivos artículos. Su obra le ha valido importantes premios, como el Nacional de Ensayo, el Fastenrath, el Azorín de Novela y el Mariano de Cavia.

Por otro lado, la poesía no le ha sido ajena a lo largo de su trayectoria literaria y la ha cultivado acorde con unas precisas y personales señas de identidad que atraviesan toda su producción y están marcadas por la libertad creadora y el necesario y saludable alejamiento de lo “políticamente correcto”. Así, aunque llamado por otros géneros y otros menesteres, han ido apareciendo varios poemarios, tras darse a conocer en este género en 1986 con Diario de un poeta recién cansado, al que siguieron, entre otros, Arte de marear (1988), Tiempo desapacible (1996), Prosas en verso (2002) y Viento sobre las lóbregas colinas (2008), hasta llegar a Renta antigua.

El propósito de Renta antigua se señala desde el poema que abre el volumen, “No es como lo temías”, explicándose el significado de su título: “Te asombra la dulzura del declive, / la paz del cuerpo, / la ausencia de rencor en la memoria. // Como un piso tranquilo y espacioso / o una digna mansión de renta antigua / te acoge la vejez”. Así, podría decirse, que en cierto sentido este poemario es una meditatio mortis, pero sin la terrible angustia que eso implica en autores como su paisano Unamuno –uno de los poemas de Renta antigua se titula “Amor y pedagogía”-, con quien Juaristi mantiene una relación contradictoria, como se aprecia en su magnífica biografía sobre el rector de la Universidad de Salamanca y en su novela La caza salvaje, donde aparece como personaje. Evidentemente, al poeta no le resulta agradable la idea del envejecimiento y la inevitable muerte, pero, frente a la crispación, la desesperación, la ansiedad o cualquier tipo de desmelenamiento, prevalece un muy logrado tono crepuscular, de raigambre estoica, pues, no es baladí que el poema que cierra el libro, “Canto de frontera” -uno de los más extensos de la obra-, se encabece con una cita de Marco Aurelio. Y, sobre todo, será la ironía y el humor los que hagan posible que esa meditatio mortis no esté atravesada por el más absoluto desconsuelo, convirtiéndola en más cotidiana y menos solemne, aunque, en el fondo, no menos inquietante. Al respecto, es tan espléndido como significativo el poema “Encuentro”, en el que el poeta dialoga con la Parca, a quien “le habían confiscado la guadaña”, la invita “a un caldo en Lhardy, por cumplir” y le dice: “¡Es que estás en los huesos, compañera!”.

Asimismo, de asuntos como el nacionalismo vasco –tan tratado por Juaristi, especialmente en sus trabajos ensayísticos-, o momentos clave de nuestra historia, se da cuenta en poemas como “A un gudari de 1968” y “Dos de mayo”. En Renta antigua, Juaristi mantiene su gusto por las referencias y guiños literarios y los juegos de palabras, con ingeniosas modificaciones, ya presente, desde su propio título, en su primer poemario: Diario de un poeta recién cansado (recuérdese el juanramoniano Diario de un poeta recién casado). Y nos sigue ofreciendo, en el que es sin duda uno de sus mejores poemarios, una poesía culta y de honda profundidad, pero sin que ello precise revestirse de vacua retórica y engolamiento. Una poesía que nos sitúa en el mismo corazón de la vida y, especialmente en este caso, de su inapelable corolario y reverso, el declive y la muerte.


Por Carmen R. Santos
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