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Crónica económica

Volver a una moneda sin banco central

jueves 03 de octubre de 2013, 00:43h
Se ha pasado por Madrid Seorge Selgin, economista, experto en teoría e historia monetaria. Es uno de los máximos exponentes, junto con Lawrence H. White, de la teoría de la libertad bancaria. Es decir, la idea de que el mercado puede regularse mejor que con un órgano central.
Selgin ha ofrecido una conferencia en la Fundación Rafael del Pino sobre los 100 primeros años de fracasos de la Reserva Federal. Seguramente se podría hacer un seguimiento de cada uno de esos años, incluyendo el 2013 en el que termina su centenario, en el que se hiciera acopio de las decisiones erróneas que ha adoptado esa institución.

En otro contexto le he prestado atención a la historia del dinero y la banca en los Estados Unidos. Es una historia de intervenciones fallidas, y de una cierta libertad bancaria, que se fue perdiendo paulatinamente con el tiempo. Es muy interesante ver cómo un banco privado hace las funciones más necesarias de un banco central, y cómo se van dando pasos hacia una centralización del sistema, hasta crear la Reserva Federal. Lo que llevó a la creación de este banco central fue la colisión de los intereses de Wall Street con los mecanismos del poder, el poder centralizador del Estado.

Selgin y White dicen que hay un modo distinto del mercado monetario y crediticio, que es mejor. No una centralización, sino una competencia entre bancos privados. La historia bancaria en Canadá hasta la I GM, país en el que había una amplísima competencia bancaria, lo muestra. Eso sí que era un sistema desregulado y no la hiperregulación en los EEUU antes de la crisis, con todos los bancos actuando además bajo la batuta de la Fed. Y en Canadá no se produjeron las crisis que sí se dieron en el país del sur, más regulado y con un sistema más centralizado.

Otro caso es el de la libertad bancaria en Escocia entre los años 70’ del siglo XVIII, más o menos cuando se publicó La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, y 1845, cuando entró en vigor la malhadada Ley Peel no sólo en Inglaterra, sino también en Escocia. En aquéllos años, el sistema monetario y crediticio escocés fue mucho más estable que en Inglaterra.

¿Cómo es eso posible? Abandonados a su suerte, ¿no prestarían los bancos tanto como fuera posible? ¿No estarían creando burbujas permanentemente? No. Tal como dice Selgin en si libro, traducido al español, La libertad de emisión del dinero bancario, “las grandes inflaciones siempre han tenido lugar a impulsos de la oferta de dinero, no de su demanda. Y un sistema de oferta descentralizada nunca hubiera podido orquestarlas”. ¿Por qué?

Imaginemos un sistema con estas características. La base del sistema, el dinero, consiste en oro. Hay una unidad de cuenta; pongamos que esa unidad es de la onza de oro. La onza, para que nos hagamos una idea, vale en la actualidad 1.316,30 dólares. O, supongamos, para facilitar la exposición, que la unidad monetaria es el gramo, el gramo de oro. En su cotización actual, un gramo equivaldría a 42,32 dólares, o 31,30 euros, para que nos hagamos una idea. La unidad de cuenta no sería el dólar o el euro, sino el gramo. Con sus divisorios (décimo, centavo) y sus múltiplos: diez gramos, 50 gramos, y demás. No diríamos que una casa cuesta 180.000 euros, sino que diríamos que cuesta 5.751 gramos de oro.

En este sistema descentralizado, los bancos podrían emitir billetes, con la denominación común (centavos, décimos, gramos, 100 gramos…). Los billetes tendrían el mismo anverso para cada cantidad de oro a la que diesen título. Por ejemplo, en el anverso de los billetes de un gramo, habría un diseño común para ese tipo de billete, seguramente con la inscripción “un gramo” y “1gr”. En el reverso, el diseño variaría en función de cada banco emisor: Cada banco tendría un diseño propio, exclusivo, clara y distintamente identificable. Y, para el caso de un banco que se llamase “Banco de San Carlos” vendría la leyenda “El Banco de San Carlos pagará al portador la cantidad de un gramo (1gr)”.

Si un banco, que llamaremos Banco de San Dimas, emite más billetes de los que puede respaldar el oro que mantiene en sus depósitos, con ello puede ganar un importante señoreaje. Pero se enfrenta a un riesgo. Si sus emisiones son excesivas y el mercado se da cuenta, los consumidores, que tienen billetes del Banco de San Dimas, desconfiarán, y acudirán al banco para redimir esos billetes; es decir, para reclamar la cantidad de oro que se corresponde con ellos.

Ningún banco puede negarse a redimir los billetes emitidos con su impronta en el reverso. Es decir, ningún banco puede suspender los pagos. Si lo hace, irá a la quiebra, y sus activos se trocearán y venderán. En definitiva, el Banco de San Dimas desaparecerá. Como ningún banco querrá cerrar, se verá obligado a mantener unas reservas que sean siempre suficientes para hacer frente a cualquier problema de liquidez.

Así como ningún banco puede negarse a redimir los billetes emitidos con su impronta en el reverso, ninguno está obligado a aceptar los billetes de otros bancos. El Banco de San Carlos puede aceptar los billetes de San Dimas como reserva. Y puede exigir su redención a su rival en cualquier momento. De este modo, los propios bancos, buscando su interés, presionan a los otros para que mantengan unas reservas adecuadas. De este modo, se controla la emisión de dinero, y los medios de pago, que generalmente no será el propio oro sino los billetes que dan título al oro, no crecerán de forma desbocada.

Aunque es un poco más complejo, se puede hacer el mismo tipo de razonamiento para el crédito. Este tipo de procesos, que tienen lugar en un sistema de libre mercado, y sin necesidad de fijar una reserva del 100 por ciento. Este es el gran mensaje de autores como Selgin y White.
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