El corpus crítico y creativo de Fernando Pessoa recibe en los últimos tiempos un interés renovado que rellena los distintos espacios que dejaron las antologías de textos publicadas en aquel fervor pessoano de la década de los 80 del siglo extinto. En esta misma columna comentamos hace poco el sugestivo
Iberia. Introducción a un imperialismo futuro, y en estas mismas calendas ven luz sus apuntes políticos:
Política y profecía. Escritos políticos 1910-1935 así como estos
Escritos sobre genio y locura.
Siempre hubo pseudónimos entre los escritores, baste recordar entre los nuestros nombres como
Fernán Caballero,
Clarín o
Azorín y Schlegel teorizó a conciencia sobre el concepto de apócrifo; toda una vía de experimentación en la obra de Antonio Machado. Sin embargo, la heteronimia pessoana es de otro orden mayor. No es un desdoble del autor sino una personalidad nueva con pulso y aliento propios. Pessoa fue un hombre del Renacimiento, en el sentido más profundo de la expresión, con ansia dispersiva del sujeto: el espejo del portugués mostraba al menos cuatro rostros. Pero siempre fue dueño consciente de esa multiplicidad.
Dramma em gente la llamó. Es decir, un diálogo de personajes, como apuntó el poeta Ángel Crespo, buen estudioso del autor. Pessoa heterónimo, discípulo de otro heterónimo, Alberto Caeiro, y más allá los heterónimos de Ricardo Reis y Álvaro Campos, amén de otros. Sin embargo, hay cierto mito pessoano que tergiversa su biografía. Pessoa no renunció jamás al imposible de seguir todos los caminos en cada encrucijada.
A una sucesión de muertes, del padre, del hermano, opuso en tierna edad un amigo imaginario, Chevalier de Pas. Más tarde escribirá bajo pseudónimos, Alexander Search o Charles Robert Anon. Seguía acorde la lectura de las circunstancias de un siglo XX nacido con profunda crisis de conciencia cuya metáfora inmediata fue la I Gran Guerra Mundial de 1914, fechas entorno a las que Pessoa, no por casualidad, comenzó a llamar heterónimos a ciertas figuras de su espejo. La atomización del yo era un hecho artístico digno de narración, de experimentación, quizá el más radical. Y el portugués abrazó la unicidad a través de una conciencia fragmentada en múltiples personalidades. Su obra desmigaja el yo lírico de la modernidad en vigorosos yoes dramáticos. Debemos insistir aún en la propia distinción que el autor atajó entre ortónimo, heterónimo (ese autor extraído de su propia persona) y pseudónimo. No en vano Octavio Paz recordó que
Pessoa quiere decir persona en portugués, es decir, la máscara usada por los actores latinos.
El presente libro,
Escritos sobre genio y locura, es traducción y selección del séptimo volumen de la edición crítica de las
Obras de Fernando Pessoa. Transcribe los documentos registrados bajo el epígrafe “Ensayo sobre la degeneración (genio y locura)”. Por suerte, su metódico editor, Jerónimo Pizarro, añade muchos otros trabajos afines al tema ocultos en esa fantástica maraña de los “cajones desordenados”. Para eso, y para mucho más dan aún los famosos baúles de Fernando Pessoa, tan llenos de gente, como escribiera el italiano Tabucchi.
Se ha trillado en exceso aquel pasaje del portugués: “El origen de mis heterónimos es el profundo rasgo de histeria que existe en mí […] el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación”. Por eso y para entender cabalmente tales palabras resultan necesarios estos apuntes aquí ordenados cronológicamente, desde 1906 hasta 1932.
Pessoa escribió excitado por las lecturas de Lombroso y de Max Nordau. La locura como motor de la genialidad es un tópico y ha sido tratado con prurito obsesivo como tema recurrente literario. El autor de
Mensagem entendía el genio como una enfermedad “grande y gloriosa”, como un grado máximo de la reflexión, la conciencia y el esfuerzo. El hombre de genio poseería una visión más clara que el hombre normal y por ello “pertenecen al futuro” porque pueden “preconocer” lo que será. Y así es, en parte al menos, con los verdaderos artistas y su verdad estética. El portugués entiende que el genio es un inadaptado, individual e innovador y es capaz de arrojar una mirada sencilla sobre las cosas, de entender el misterio de un “tirador de la puerta”, observarlo con toda la ingenuidad del alma. Pessoa está en consonancia con la teoría poética del
fanciullino compuesta por Giovanni Pascoli a inicios de siglo por la cual el poeta es aquel hombre capaz de escuchar esa voz interior del niño que fuimos un día y que todos llevamos. Ese niño que aún siente todo por primera vez “con su risa y su lágrima” parece responder al deseo de Álvaro de Campos de albergar en sí todos los sueños del mundo y descubrir que la “mejor manera de viajar es sentir […], sentirlo todo de todas las maneras”. En efecto, el pensamiento poético como “amor a la belleza” es matizado por Pessoa ya que la percepción de la belleza en las cosas “es sólo una cara de la percepción de su misterio”. Es en breves palabras la teoría clásica del poeta como ser humano hiperexcitado. Aquí la excitación en forma de histeria o neurosis, anormalidades a la postre del genio.
Estos apuntes dirigen siempre a la idea de locura como superconciencia, asocial claro: “Lo anormal sería lo subnormal o lo supernormal. No, no hay nada
supernormal o
subnormal; solo existe lo
anormal. No hay un
arriba o un
abajo en la normalidad, pero hay un
alejarse-de”. El genio como maldición pero también como superación de la normalidad que con su rodillo nos iguala, nos informa, nos hace masa y no sujeto.
Hay algún pasaje que no evito transcribir: “Claridad, intensidad (o profundidad), extensión: éstas son las tres características de la mente. La intensidad del pensamiento sin claridad y sin extensión (o comprensión) es locura. La intensidad y la extensión con o sin claridad son inspiración. La extensión y la claridad (¿o intensidad y claridad?) son talento. La claridad por sí sola es normalidad. […] la intensidad no es inhibición, su naturaleza es la expansión y, por lo tanto, la locura”.
En bosquejo quedaron la
Historia de una dictadura o el de
Etopatología (centrada en la etiología de la degeneración), el problema Shakespeare- Bacon y varias decenas de largas anotaciones y proyectos que una vida corta dejó al capricho del aire. Como vaticinará el propio Pessoa “pero todo fragmentos, fragmentos, fragmentos”, donde retumba actualizada en clave moderna la sentencia shakesperiana “
Words, words, words”.
Escribir, al igual que leer -¿son acaso en esencia actividades distintas?-, digo, escribir es cuestión de profundidad y no de superficie lo cual se aviene con dificultad a estos tiempos nuestros que laten a ritmo de
guasap y en los que la inmediatez y la banalidad imperan. Más cuando el consejo del crítico es desatendido, la voz del profesor silenciada y parece cobrar pleno sentido la admonitoria prevención de Pessoa: “El único prefacio a una obra es el cerebro de quien la lee” (recordemos como el portugués aquel verso de E. B. Browning
“The silence of my heart is full of sound”). Buena suerte.
Por Francisco Estévez