2014: España, en juego
José Antonio Sentís
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directorgeneralelimparciales/15/15/27
miércoles 01 de enero de 2014, 19:48h
No parece ésta una buena época para tomar decisiones, ni siquiera para no tomarlas. En este sentido entiendo a Rajoy. Los debates nacionales están tan abiertos sobre todos los asuntos que casi habría que abordarlos en conjunto y con mayúsculas como un único Debate Nacional. Un magma hiperbólico de conflictos existentes o inventados y una avalancha de "soluciones" para ellos, en general contradictorias y no menos hiperbólicas en su mayoría.
Tenemos en España enfermedades reales e imaginarias, pero hay tal cantidad de médicos con diagnósticos y recetas contrapuestas que es imposible congeniarlos a todos. Podemos hacer un repaso somero a alguna de ellas, de índole política (y dejemos por esta vez la economía), gracias a la feliz coincidencia de que este artículo se escribe a caballo entre el obviamente funesto 2013 y el imprevisible 2014.
Estos asuntos pueden resumirse en el problema territorial, con Cataluña como protagonista; el ordenamiento constitucional; el prestigio de la política; la corrupción; y las dudas sobre las instituciones, empezando por la Monarquía. Hay más, por supuesto, como el futuro del Estado de las Autonomías, la Educación, el Estado del bienestar o el papel de España en el mundo. Pero empecemos por lo urgente.
En relación con la "cuestión catalana", parece destinada a dominar los tiempos presentes y los inmediatamente futuros. Y es que hay sitios en el mundo que tienen terremotos de verdad, pero nosotros en España preferimos los imaginarios, no sé si porque los demás eligieron primero. En todo caso, el debate catalán está abierto y ante él se puede escuchar sucintamente lo siguiente (y me refiero a quienes quieren buscar soluciones, no a quienes han generado el conflicto, a quienes doy virtualmente por perdidos):
Primera posición: tenemos un problema real por aspiraciones catalanistas en mayor o menor medida, desde las que proponen más autonomía fiscal a las que simplemente exigen la independencia, por lo que estamos obligados al diálogo, a soluciones imaginativas, a que Rajoy no diga siempre que no y a buscar nuevos modelos de encaje territorial en lo que a Cataluña se refiere (y sólo a Cataluña, porque las demás comunidades no importan en lo absoluto). Quienes esto propugnan creen que hay algo que dar ante lo mucho que se pide: un poco de Constitución, un poco de Concierto Económico, en fin, algo que aquiete a las fieras.
Segunda posición: tenemos un desafío de una dirigencia territorial a la integridad del Estado, por lo que el Gobierno, y concretamente Rajoy tiene que actuar de forma proactiva, tanto con mensajes claros y directos (fórmula moderada) o directamente por amenazas concretas, sanciones económicas e incluso suspensión de la Autonomía.
Hay una tercera posición que quisiera poner en valor también, aunque es minoritaria: la de quienes opinan que ni el diálogo sirve de mucho (porque la contraparte nacionalista ha dejado clara la altura de su listón), ni la amenaza o la sanción son justas ni convienen en lo absoluto. Esta opinión es optimista, aunque pasiva, y se basa en el hecho de que la realidad de las leyes del Estado, la Historia y el estatus internacional de España se impondrán, y lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Hasta ahora, creo que Rajoy ha estado en esa posición (que yo mismo elogio) aunque no sé lo que pasará en el futuro.
Vistas estas posiciones ¿cómo salimos del "debate catalán"? Y repito, eso vale para quienes quieren encontrar una solución, no para quienes han generado el problema, que no parecen dispuestos a dar un sólo paso atrás en su calendario separatista, aunque sospechen que poco a poco se deslizan al desastre, porque es difícil aspirar a un Estado, pero más difícil aún que te lo regalen.
¿Cómo, pues, salimos de ésta? ¿Con diálogo o con confrontación? Ése será un reto para Rajoy en 2014, pero yo me atrevo a predecir que el problema para España va a terminar por trasladarse al problema para los nacionalistas que han generado el conflicto. Que la fórmula es el sostenimiento de las convicciones y la legalidad, además de la paciencia y la cintura. Pero son tantas las fuerzas que piden la confrontación y tantas las que desean las cesiones del Estado por temor a las "esteladas", que nada se puede asegurar hoy.
Lo único que puede animar al optimismo es que, primero, el Estado y su Gobierno no han cedido nada ante la provocación; que el mundo económico no ha visto aún peligroso el desafío secesionista (y por eso, por ejemplo, no sube la prima de riesgo); que las instituciones internacionales han confirmado la esterilidad de la aspiración independentista.... y que la propia sociedad catalana oscila entre la aspiración sentimental por su identidad y el temor a la radicalidad secesionista.
Vayamos a una segunda cuestión: el debate sobre la vigencia o reforma de la Constitución.
Ahí, los abanderados parecen ser los socialistas, pero no sólo ellos. Hay quien considera que la sociedad española debe renovar sus "votos" constitucionales para que las últimas generaciones se sientan concernidas por el ordenamiento clave del sistema.
Bien, veamos si hay que cambiar la Constitución y, sobre todo, veamos en qué sentido hay que cambiarla y cómo se puede lograr mayoría suficiente para hacerlo.
Yo creo que no hay español (a quien le interese un poco lo público y lo político, claro) que no vea algún aspecto mejorable en el producto del consenso del 78. A unos le molestará el Título VIII y la falta de definición del límite de lo transferible a las Autonomías. A otros les subyuga la idea de cambiar el nombre a las cosas, como el de las Comunidades, para ver si esto es suficiente para los nacionalistas. Otros abominan de la propia constitucionalidad del Rey, o al menos quieren cambiar el formato de sucesión. Otros consideran desastroso el actual orden electoral (subdivididos, a su vez, entre quienes quieren mucha más proporcionalidad de la que hay, y quienes aspiran a un sistema simplemente mayoritario). Otros discuten los Conciertos vasco y navarro. Y algunos piden Confederación, otros Federación y otros recentralización.
¿Alguien piensa, de verdad, que se puede abordar un debate constructivo sobre la Constitución cuando ésta se quiere cambiar en sentidos contradictorios? O, incluso, algunos de los agentes políticos que también están en las Cortes, como los nacionalistas, carecen de interés en cualquier Constitución porque a lo que aspiran es a la ruptura de lo constituido, es decir, de España.
Hablemos también del desprestigio de la política y de la corrupción. Hay un escándalo legítimo sobre lo segundo, y una percepción injusta sobre lo primero. Los políticos no son más que reflejo de la sociedad. No todos están en la excelencia, pero tampoco todos son ladrones. Lo que sí son, los políticos, es imprescindibles en una sociedad democrática. Puede (y debería) ser mejorable su sistema de elección y de selección, para no depender endogámicamente de una elite profesional que designa las listas electorales cerradas y bloqueadas; puede (y debería) mejorar el proceso de elección de los poderes del Estado, para hacerlos independientes y vigilantes entre sí. Pero los políticos (Ejecutivo y Legislativo) son imprescindibles, como es imprescindible la Administración y lo es el Poder Judicial.
Entiendo que la vigilancia agudizada hacia los políticos (resultado secundario de la crisis y de la angustia social) ha sido un afortunado resultado del malestar ciudadano. Pero los políticos tendrán que ser parte de la solución, porque cualquier solución sin política es el desastre. En este gran debate contra los políticos, muchos han ladrado pero ninguno ha mordido la solución, luego, a lo mejor, no la hay, salvo el máximo control judicial y de la opinión pública, que es en lo que estamos.
Daño colateral del desprestigio político e institucional ha sido la Monarquía. No porque esté instalada en la sociedad española la alternativa republicana, que no lo está, sino porque se ha producido una decepción sobre lo que hay, sin tener relevo para ello. Las andanzas de familiares cercanos al Rey (y algunos comportamientos personales de éste) han dejado a muchos españoles huérfanos de referente moral en el Estado.
Mi impresión es que esta enfermedad ha hecho crisis, y que los comportamientos en la Alta Institución han reaccionado. No es fácil decir si a tiempo o demasiado tarde, pero han cambiado. Y, en todo caso, en esta parte del antedicho debate nacional habrá que analizar si es conveniente para España la recuperación de la figura del Rey (y su heredero) o hacer tabla rasa con sus adyacentes incógnitas.
La corrupción, genéricamente considerada, ha estado detrás del desprestigio de la política y las instituciones. 2013 ha sido el año en que ésta ha sido la noticia sustancial. Probablemente, ha sido el año de la gran catarsis. Pero hay que decir también que la percepción sobre la corrupción ha sido mayor porque se ha decantado en muy poco tiempo la que ha existido durante mucho.
No ha habido más corrupción en 2013 que en los años anteriores. Me atrevo a decir que bastante menos (aunque sólo sea porque la gran fuente de corrupción que ha sido el negocio inmobiliario se ha derrumbado). Pero es ahora cuando nos hemos enterado de todo. De grandes corruptos y pequeños ladronzuelos. De Bárcenas y Urdangarín, de los sindicalistas de los Eres y de los nacionalistas del Palau. De industriales de la golfería a rateros de comisiones. Pero, aún con retraso, la Justicia ha ido llegando a este oasis y son cientos los que tienen la soga al cuello (y, por lo tanto, muchos miles que harán lo posible por no tenerla).
En fin, sólo he repasado algún capítulo del Debate Nacional. Podría ampliarse esto bastante, por ejemplo por el progresivo poder centrífugo de las Autonomías, que cada vez basculan más hacia organismos con envidia del Estado y menos hacia entes de servicio ciudadano gracias a la descentralización.
Y es curioso que en un mundo cada vez más globalizado, y donde hace falta cada vez mayor personalidad nacional para no ser irrelevantes, aquí, en esta España de 2014, hayamos decidido el ensimismamiento y la esterilidad de confrontar posiciones irreconciliables y de desatar pasiones como si anduviéramos por la adolescencia política más sentimental. Una adolescencia que vive, como todas, en tiempo presente, y no ve ninguna posibilidad de mejorar.
Sin embargo, y a sabiendas de que se han generado y se generarán heridas de difícil cicatrización, España saldrá a rastras de la crisis, no se romperá en absoluto, nadie se atreverá a reformar la Constitución salvo en lo cosmético y los ciudadanos volverán a votar a los denostados políticos, porque es lo que hay y alguien tendrá que representarnos. España estará en juego en 2014, pero ganará.
La crisis ha depurado mucho más de lo que se creía. Y ha puesto en el escaparate muchos errores ajenos y también propios. Pero nos queda bastante por sudar. Especialmente porque cuando no estamos satisfechos de los problemas que tenemos, buscamos ávidamente otros nuevos. Demasiada paz, tal vez, porque esto en Siria o en Sudán no pasa: ahí se matan. Pero bendito tiempo en el que nuestro problema político es el desafío de un vendedor de alfombras que jamás podría aspirar a un sueño de poder por su infinita cobardía. Un tiempo en el que las amenazas contra España también han recordado a muchos españoles el valor de lo que podrían perder. Un tiempo de escarmiento para los sensatos, y de aviso para los insensatos, aunque éstos, pongamos Mas y Junqueras, no lo entenderán, porque para eso son insensatos.
Director general de EL IMPARCIAL.
JOSÉ A. SENTÍS es director Adjunto de EL IMPARCIAL
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