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Crear fuentes de trabajo para los jóvenes

Alejandro San Francisco
lunes 17 de febrero de 2014, 20:18h
Acaba de aparecer el interesante informe “Trabajo Decente y Juventud en América Latina. Políticas para la acción” (13 de febrero de 2014). Contiene un gran material que conviene revisar con atención. Una primera mirada permite ver algunas noticias positivas, como el hecho de que el desempleo juvenil se redujo entre el 2005 y el 2011 desde un 16,4% a un 13,9% en el continente. Pero también hay varios aspectos negativos: uno de cada cinco jóvenes no estudia ni trabaja (los famosos “nini”), una gran cantidad de ellos tiene empleos informales (pocos tienen seguro de salud y cotización para sus pensiones) y el desempleo es mucho mayor entre los jóvenes que en los adultos. Otro indicador relevante señala que el desempleo juvenil es mayor en los sectores más pobres, manteniendo el círculo vicioso de la pobreza.

El tema es de gran relevancia. El trabajo es medio privilegiado para salir de la pobreza y sobre todo para desarrollarse como persona. Por lo mismo, carecer de trabajo limita el desarrollo personal así como muchas veces condena a millones de personas a vivir en la marginalidad o sin los bienes mínimos necesarios, así como genera desánimo personal y desencanto social. España y otros países han sufrido el mismo problema y las cifras de desempleo juvenil resultan alarmantes.

Como en casi todos los temas sociales, sobre el particular podemos optar por la crítica social sin propuestas o bien abordar el tema con rigor y generar políticas públicas que permitan un giro en la situación actual del paro juvenil. Crear fuentes de trabajo es quizá la más importante de las tareas de una sociedad, considerando todos los beneficios adicionales que tiene en generación de riqueza para el país y para la propia familia. ¡Trabajo, trabajo, trabajo! se convierte así en uno de los fundamentos del progreso social.

Hay muchos factores que permiten o dificultan la creación de fuentes de trabajo. Seguramente el primero es el crecimiento económico y el fomento de la inversión. Cuando una sociedad progresa, tiene dinamismo en sus diversas áreas y se advierten oportunidades, rápidamente aumentan las oportunidades y disminuye el paro. Cada persona asimismo aumenta sus posibilidades laborales y su aspiración salarial. Un segundo aspecto se refiere a la flexibilidad laboral y las exigencias del mercado de trabajo. Muchas veces se exige “experiencia laboral” a personas que nunca han tenido empleos; se protege el trabajo con sueldos mínimos relativamente altos, pero que muy pocos reciben porque la mayoría está desempleada; la enseñanza y el mundo del trabajo aparecen como mundos inconexos, con las consecuencias negativas que eso conlleva.

No debemos dejar de mencionar en este tema la importancia de promover el emprendimiento juvenil, no sólo como alternativa a la ocupación, sino que también como una necesidad de ampliar las oportunidades y promover la innovación. En numerosos países parece que la gente estuviera esperando pasivamente oportunidades, mientras en otras sociedades la vocación de emprender aparece a cada paso. Al respecto ideas como el start up u otras son valiosas y han tenido resultados positivos, pero de lo que se trata no es simplemente de hacer proyectos específicos, sino de generar una verdadera cultura del emprendimiento.

Todo esto tiene, finalmente, dos aspectos cruciales a considerar.

El primero es que estamos frente a la generación joven que ha recibido mejor instrucción y educación en la historia de la humanidad, y ciertamente de España y América Latina. En las últimas décadas ha disminuido el analfabetismo, son millones las nuevas personas que completan su enseñanza escolar y se ha ampliado considerablemente el acceso a la educación superior. La cantidad y calidad de los profesionales en los distintos países no tiene parangón si miramos hacia el pasado. Condenarlos al desempleo es una pérdida de recursos inmensa y un problema social en desarrollo.

Lo segundo es que la ausencia de oportunidades –no trabajar o no estudiar en el caso de los jóvenes– genera problemas que exceden largamente las dificultades personales de quienes no han tenido acceso al mercado laboral o a los estudios superiores, y afecta derechamente las bases del orden social y del régimen democrático. La vida en sociedad debe facilitar el mayor desarrollo espiritual y material de las personas, y la carencia de oportunidades de estudio o laborales perjudica radicalmente ambos aspectos.

Finalmente, enfrentar este problema es un asunto complejo y que requiere determinación y trabajo conjunto. En primer lugar, de la empresa, motor del desarrollo en las sociedades dinámicas; se requiere más inversión, innovación y generación de riqueza, y en ello los empresarios tienen un papel decisivo. En segundo lugar, del Estado, que debe generar las normas y condiciones que permitan la generación de empleo y el acceso al mercado laboral por parte de la población. En tercer término de las instituciones educacionales, que no sólo deben dar formación sino que, en la medida de lo posible, es preciso que faciliten la información y muestren las oportunidades de trabajo después de los estudios. En último término, y muy especialmente, de los propios interesados, de los jóvenes, cuyas condiciones de vida han cambiado radicalmente en relación a lo que vivieron los jóvenes en el pasado. Ellos deben tener la determinación de contribuir con su esfuerzo y talento al desarrollo personal y social. Hace exactamente cien años una generación entera de jóvenes se aprestaba a partir y a morir en la guerra; en otros momentos la miseria del mundo determinaba la pobreza en que transcurría la vida de los propios jóvenes; qué decir de las bajísimas tasas de escolaridad que acompañaron a los países de América Latina, de España y otros lugares del mundo durante gran parte del siglo XX, limitando las oportunidades de la población de por vida.

Hoy todo eso ha cambiado, y felizmente para mejor: las oportunidades que tiene la juventud a nivel mundial son muy superiores a las que tuvieron los jóvenes en el pasado. Sin embargo, sabemos que no todo es color de rosa y que su baja participación laboral perpetúa la cadena de la pobreza y dificulta una adecuada inserción en la vida social. Eso es inaceptable y debe cambiar, si no queremos lamentar las consecuencias de no haber actuado a tiempo. Hay que recuperar el sentido de urgencia y renovar la esperanza en el futuro de los jóvenes y de la sociedad.
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