Nueva Ucrania, vieja Rusia
Francisco Delgado-Iribarren
martes 04 de marzo de 2014, 20:24h
Rusia se ha saltado todas las reglas internacionales habidas y por haber con su invasión de la península de Crimea. El miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU ha infringido el artículo 2.4 de la Carta de San Francisco: “Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas”.
Paradójicamente, el derecho de veto de Rusia en el Consejo de Seguridad impide que este pueda adoptar resoluciones drásticas contra el país que ha contravenido de manera tan flagrante sus normas y principios. Una muestra de la ineficacia, en ciertos casos, de la ONU. Quizá habría que buscar una fórmula que permitiera “castigar”, incluso en el seno de dicho Consejo, a quien incumple las normas y principios más básicos de la organización, de forma que se generaran efectos disuasorios mucho mayores.
El pretexto de Vladimir Putin es absurdo e inquietante: habla de proteger las vidas de los rusos en Ucrania, cuando lo cierto es que hasta ahora los únicos que han muerto en Ucrania han sido varias decenas de manifestantes pro-europeístas a manos del régimen corrupto y represivo de Víktor Yanukóvich, el “hijo” de Putin. Más bien al contrario, es Vladimir Putin quien está poniendo en peligro muchísimas vidas con su puñetazo sobre la mesa. Otra paradoja: Rusia en los conflictos internacionales es partidaria de la no intervención… excepto cuando quiere intervenir ella.
El opositor ruso Garry Kasparov tenía razón cuando predijo hace una semana: “Putin se va a vengar por haber perdido esta batalla en Ucrania”. En una entrevista concedida a El Mundo, la leyenda viva del ajedrez calificaba la situación política de Rusia como de “dictadura brutal, sin una oposición real”. Y el Ogro de Bakú vaticinaba: “El gran desafío de Ucrania es frenar el intento de Putin de dividir en partes el país. Él no quiere dominar todo el país, sino zonas. No creo que tenga éxito en el este de Ucrania, pero sí en Crimea y en dos ciudades: Sebastopol y Kerch”.
Ahora urge encontrar soluciones pacíficas a través del ramillete de propuestas que ofrece la misma Carta de las Naciones Unidas en su artículo 33: “La negociación, la investigación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección”. En esta tarea va a la cabeza la eficaz Angela Merkel, que trabaja para impulsar la negociación en el marco de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa y bajo la supervisión del Consejo de Europa. Un éxito en esta dirección consolidaría el creciente peso político internacional de Alemania.
Una cosa es el principio de legalidad y otra es el principio de realidad. Lo que quiero decir con esto es que quizá la península de Crimea no fuera un precio tan alto para la nueva Ucrania a cambio de su libertad “europea”. Al fin y al cabo Crimea fue rusa hasta 1954, cuando al entonces líder analfabeto de la URSS Nikita Jrushchov le dio por regalársela a la entonces República Socialista Soviética de Ucrania. A la larga, un regalo envenenado.
En el derecho civil español existe una cláusula llamada rebus sic stantibus, en virtud de la cual las estipulaciones de los contratos se pueden modificar si las circunstancias varían. “Los pactos deben cumplirse, mientras las cosas sigan así”. Quizá este sería un punto de partida para la negociación entre la nueva Ucrania y la vieja Rusia. Al fin y al cabo Jrushchov –que participó en las purgas estalinistas- y Putin –que se considera heredero universal y a perpetuidad del imperio- representan todo lo que la llamada nueva Ucrania, con toda la razón, repudia.