TRIBUNA
Mas e Ibarretxe comparados
Juan José Laborda
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1718lamartingmailcom/12/12/18
jueves 16 de octubre de 2014, 20:15h
En mayo de 2009 cité el famoso verso de Miguel de Cervantes para ironizar sobre la intervención parlamentaria de Ibarretxe en el debate de investidura de su sucesor, el lehendakari Patxi López: <i>“luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”. Efectivamente, a las horas, declaró que dejaba la política activa, y que se marchaba a su pueblo en Álava para descansar y meditar sobre su futuro. ¡Demos gracias, una vez más, a la maravillosa capacidad de la democracia por trivializar actitudes, como las de Ibarretxe, que con otros regímenes no acabarían de esta forma suavemente inofensiva!>
Comparar a Artur Mas con Juan José Ibarretxe, dos “vidas paralelas” a lo Plutarco, resulta útil en estos momentos, y en cualquier caso resulta agradable para construir un texto para mis lectores.
Como Ibarretxe, Mas fue considerado sobre todo un técnico económico -de ideología neoliberal- más que un ideólogo político. Ambos intentaron convertirse en héroes nacionales, del modelo de Thomas Carlyle, un escritor escocés del diecinueve, pero efectivamente los héroes románticos han desaparecido para siempre (lo mismo que las gestas nacionalistas del pasado europeo).
Artur Mas hizo una rueda de prensa, verdaderamente heroica, para explicar que en el 9-N haría un sucedáneo de la consulta prometida. Su malabarismo político ya no sirve después de tres errores mayúsculos para un líder de un partido estrictamente electoralista: disolvió el Parlament y sacó menos escaños que antes de la disolución; se alió entonces con los radicales de ERC y ahora ha hecho estallar el frente común con los demás “soberanistas” (eufemismo por independentistas); y la errónea maniobra final: proponer una lista electoral única de “soberanistas” con él colocado de cabeza electoral.
Demasiado para el cuerpo de un político que desea salvarse y que no está fuera del mundo democrático actual: Josep Antoni Duran i Lleida, el jefe de Unió, la otra pata de la coalición que apoya a Artur Mas. Duran, cuando escribo este texto, busca entenderse con los socialistas catalanes para evitar un final anticipado de la legislatura catalana, la ruina de CiU, que sería aplastada por los independentistas republicanos de Oriol Junqueras.
Los partidos, como las instituciones, no se suicidan. En este caso, la coalición que creó Jordi Pujol tendría que prescindir de Artur Mas, como hizo el PNV con Ibarretxe. La diferencia entre un caso y el otro es que el PNV fue siempre un partido mucho más fuerte que la coalición nacionalista catalana, y que pudo resistir su alianza con el conglomerado de ETA en Lizarra, mientras que Artur Mas está a punto de perder la hegemonía nacionalista frente a los radicales de ERC.
Una segunda diferencia reside en el hecho de que en Cataluña no existe, por ahora, una alternativa de gobierno sin CiU, mientras en Euskadi, los partidos constitucionales, PSOE y PP, pudieron alcanzar la mayoría cuando Ibarretxe disolvió el Parlamento Vasco en situaciones parecidas a las de Mas ahora.
La tercera diferencia consiste en que el PSC, el partido afín al PSOE, no puede cumplir la función estabilizadora de los socialistas en Euskadi, ya que el socialismo catalán aún no ha tenido tiempo de superar la imagen de los gobiernos de Maragall y Montilla, y también, en mi opinión, porque nunca tuvo la necesidad de criticar el nacionalismo, algo que sí sucedió entre los socialistas vascos, cuando tuvieron que hacer una dura defensa ideológica frente al nacionalismo de ETA (y del PNV cuando pactó con ETA en Lizarra), que amenazaba con exterminarlos.
Por eso el futuro de Cataluña y de Artur Mas no está escrito. Sin embargo, este confuso tiempo, mezcla de amenazas y de charlotadas políticas, hoy está generando cambios en Cataluña, como los produjo en Euskadi después de la derrota de Juan José Ibarretxe y de su política soberanista (por cierto, la terminología de los independentistas catalanes se acuñó durante el mandato de Ibarretxe, como el “derecho a decidir”, etcétera).
En Euskadi, un gobierno, y todo su poder administrativo, también se volcó con una estrategia secesionista. Aunque el pacto de Lizarra, el sostén programático del gobierno vasco de entonces, mantuvo a ETA sin asesinar a los opuestos a sus doctrinas, su amenaza mantuvo firmes a los partidos, y a los ciudadanos vascos, que vieron en la Constitución Española su propia defensa y supervivencia.
Como la violencia terrorista, afortunadamente, no forma parte del frente soberanista catalán, podemos pensar que los cambios políticos en Cataluña no conducirán, como en Euskadi, a la derrota y renuncia de Artur Mas, como ocurrió con Ibarretxe. Sin duda -a pesar de sus injustas, irresponsables y provocadoras frases sobre que el Estado español era el primer enemigo de Cataluña-, la tradición política catalana ha frenado los excesos de otras partes de España.
Sin embargo, yo pienso que los cambios en Euskadi no se limitaron a la desaparición política de Ibarretxe, y lo que él significó. El cambio más importante, el que silenciosamente impulsó la sociedad civil vasca, fue que ETA perdió definitivamente sus apoyos, y hasta su funcionalidad para los nacionalistas. El gobierno del lehendakari Patxi López fue la expresión y la última causa de aquel cambio histórico, el hundimiento definitivo de la ideología de la violencia. Pero la legitimidad de aquella violencia se basaba en ideas secesionistas, que también consideraban al Estado español como el primer enemigo a batir. La sociedad civil vasca se situó definitivamente dentro de las concepciones y la moral de la Unión Europea.
¿Esas ideas, por cierto típicas de Cataluña hasta la actual locura rabiosa (la rauxa), podrán impulsar allí un cambio político de parecida naturaleza? Existe una sociedad civil catalana que es receptiva al diálogo, pero diálogo con argumentos, convicciones e ideas, en suma, receptiva al debate y a la transacción, pero que se active, como se activó la sociedad vasca, dependerá de la inteligencia y altura de miras de nuestros (¿nuevos?) dirigentes políticos.
Consejero de Estado-Historiador.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.
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