TRIBUNA
Crisis de la izquierda europea
lunes 15 de diciembre de 2014, 20:46h
Las presentes dificultades de los Gobiernos de Francia e Italia, ponen de nuevo de relieve la crisis que afecta a los socialismos europeos, especialmente a los del sur, ribereños del Mediterráneo. Ambos países han sido advertidos por la Comisión Europea de que sus presupuestos para 2015 quedan lejos de las reglas establecidas en la UE (Pacto de Estabilidad y Crecimiento) y a los dos se les ha dado un plazo hasta marzo para que introduzcan cambios que hagan más aceptables sus cuentas públicas. Debe reconocerse, sin embargo, que los dos países están afrontando -gracias al decidido empeño de sus primeros ministros, Manuel Valls en Francia y Matteo Renzi en Italia- unos ambiciosos planes de reforma, cuya ejecución e incluso su previa aprobación por los Parlamentos tropieza con la oposición de sus propias bases políticas y sociales. Los partidos que apoyan a estos Gobiernos y los sindicatos, que son una parte fundamental de su apoyo y de su clientela electoral, boicotean estos proyectos de reforma y tanto desde el Parlamento como desde la calle claman contra esas medidas, indispensables si quieren sacar a sus países de su presente estancamiento.
El caso francés es especialmente significativo. Ya hace algo más de un año primero el Presidente Hollande y después su nuevo primer ministro Manuel Valls pusieron en marcha un “pacto de responsabilidad”, que suscitó la protesta de los socialistas “clásicos” aferrados a los viejos discursos estatistas y que, por razones muy distintas, ha provocado también el rechazo de los empresarios. Ante la sorpresa de los parisinos, acostumbrados a ver manifestarse a los trabajadores por sus calles, hace unos días fueron los pequeños y medianos empresarios los que se manifestaron protestando por unas estrictas reglas laborales que hacen muy difícil el despido pero también la contratación de nuevos empleados. Los impuestos y los costos laborales no salariales –afirmaban estos empresarios- reducen sus márgenes hasta extremos increíbles y a veces se convierten en pérdidas que les obligan, en el peor de los casos, al cierre y al consecuente despido de toda la plantilla.
Como ha declarado hace poco el ministro francés de Hacienda, Michel Sapin –molesto por ciertas críticas procedentes de Alemania- las reformas hay que hacerlas no porque lo pida la Comisión Europea o la canciller Merkel, sino porque son beneficiosas para los franceses, aunque a éstos, debemos añadir, les cueste trabajo entenderlo. La mala situación de la economía francesa, que este año va a crecer sólo un 0’4% y que en 2015 se calcula que su crecimiento será del 1%, ha obligado a Valls y al nuevo ministro de Economía, Emmanuel Macron -que ha sustituido al dimitido izquierdista Montebourg y que para horror de los viejos socialistas procede de la banca Rothschild- a presentar una nueva serie de medidas, todavía no aprobadas por el Parlamento, que pretenden dinamizar la economía, impulsar el crecimiento y crear empleo.
Esas medidas son de una modestia notable. Se trata de una limitada libertad de horarios comerciales, especialmente en domingos y en zonas turísticas y de la liberalización parcial de los transportes y de ciertas profesiones, como notarios y subasteros, que también se han echado a la calle. Asimismo el Gobierno se propone vender activos públicos por un valor de entre cinco y diez mil millones de euros. La protesta socialista contra la medida sobre los horarios comerciales ha sido ruidosa y de alto nivel. La primera secretaria del Partido Socialista, Martine Aubry, ha puesto el grito en el cielo y se preguntaba en un artículo en Le Monde “en qué clase de sociedad queremos vivir” y otras han protestado porque estiman que abrir los comercios los domingos “amenaza el modo de vida francés”. No hay más remedio que preguntarse si quienes rechazan estas moderadas medidas, que pueden generar muchos puestos de trabajo, son socialistas o, más bien, archiconservadores de la más vieja escuela. Y eso que el Gobierno francés no se ha atrevido, todavía, con la deplorable ley de las 35 horas semanales, que ha sido desastrosa para la economía y que fue obra, precisamente, de la señora Aubry.
Problemas muy similares afectan a Matteo Renzi, a quien algunos han comparado con Tony Blair, cuya ley para liberalizar el mercado de trabajo ha producido también en Italia sonoras protestas, a cargo sobre todo de los sindicatos, pero que ya ha sido aprobada por el Parlamento. Italia está de nuevo en recesión y Renzi, que ha adoptado como lema “cambiar o morir” y que, por el momento, es muy poco lo que le han dejado hacer, no se ha parado en barras y ha dicho que “no se trata de hacerlo mejor que Grecia sino mejor que Alemania”. Afirma que su modelo es Obama cuya política económica ha funcionado pues ha relanzado el crecimiento y creado empleo. Está de acuerdo en que n o hay que culpar a Merkel “si no a nosotros, que si hubiéramos hecho las reformas hace diez años, como Alemania, estaríamos mucho mejor”. Pero se rebela contra la austeridad que, desde Bruselas imponen “la dictadura de los burócratas y tecnócratas, incapaces de entender que la política es el reino de la flexibilidad”. Está por ver que consiga que se acepte esa “flexibilidad” que, en buena medida ha sido causa del caos europeo, como bien sabemos en España.
En ambos casos se trata de líderes que, en cuanto han llegado a las responsabilidades del poder, se han dado cuenta de que las añejas recetas socialistas no valen para salir de la crisis ni para adaptarse al presente mundo globalizado, que plantea nuevos retos por la competencia de los países emergentes, que los viejos santones socialistas no habían previsto. Valls incluso ha dicho que había que abandonar el adjetivo “socialista”. Dejándoselo, añadimos nosotros, a los Maduro y demás corruptos tiranuelos del Caribe o de cualquier otro mar, que están con el agua (o el petróleo) al cuello porque, por definición, todos los populismos, incluso los que ahora proliferan en Europa, solo pueden producir ruina, miseria y sufrimiento para los que, ingenuamente o a sabiendas, les bailan el agua y confían en su falsas e imposibles promesas. Está por ver si dos líderes bien intencionados, como Valls y Renzi, podrán liberarse del peso muerto del viejo socialismo político-sindical y de sus añejos e intocables dogmas, que siempre han tenido una neta dimensión populista y que, ahora más que nunca, no es más que una antigualla incapaz de afrontar los retos del presente.
Lo malo para los españoles es que el socialismo de aquí está tan inadaptado al mundo actual como esos viejos socialismos mediterráneos, pero con la diferencia de que aquí no hay un líder comparable a Valls o Renzi que sepa que no se trata de cargar culpas sobre Europa, sobre la canciller Merkel o, más cerca todavía, sobre el Presidente Rajoy. La ciencia política estima que, cuando un partido importante está en la oposición, es el momento adecuado para analizar su trayectoria, comprender sus pasados errores y reformarse a fondo para mejor servir al país y ponerse en condiciones de ejercer responsablemente el poder. Pero no hay más remedio que constatar que el PSOE no solo no ha corregido sus patentes errores anteriores sino que parece aferrado a todo lo peor que su partido ha dado a este país y que está sintetizado en la etapa Zapatero.
A estas alturas es evidente que Pedro Sánchez es un líder débil, incapaz y discutido, sin ningún programa, porque sus cotidianas ocurrencias no merecen ser consideradas como tal. Ya hemos analizado aquí la vacuidad de su manía federal y otro tanto se puede decir de su monserga acerca de la reforma constitucional que nunca dice a qué aspectos del texto vigente afectaría –salvo su ocurrencia de cargarse el artículo 135 que defendió y votó- ni que con qué consensos cuenta para abordarla. A veces parece que lo que quiere es una nueva constitución: ¿para bautizarla con su nombre? Sólo hay una idea que se trasluce en todas y cada una de sus intervenciones: “Nada con el PP…salvo que se avenga a pasar por “mi” aro”. La sombra del Pacto del Tinell es alargada, aunque él no lo firmó. Todo hace pensar que se quedó con las ganas. Una sugerencia: Que vaya al notario. Hay precedentes.
Catedrático de la UCM
ALEJANDRO MUÑOZ-ALONSO es senador del Partido Popular
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