A principios de 2003 tuve varias conversaciones con un inteligente socialista catalán que, precisamente por inteligente, no veía ninguna contradicción en su doble identidad catalana y española. Es un hombre de cultura superior a la media, comprometido políticamente desde la izquierda y con una amplia experiencia en cargos y funciones de muy distinto nivel. En un momento concreto le pregunté qué creía que iba a suceder en las elecciones catalanas, que habían de celebrarse a finales de aquel año. Tras un breve y reflexivo silencio me contestó sentenciosamente: “Me temo lo peor”, y calló, sin elaborar el contenido que le daba a esas cuatro palabras. Aunque imaginaba por dónde iba le pregunté: “Y ¿qué es lo peor?”. Rápidamente se explicó: “Pues que ganen ‘los míos’ y se alíen con Esquerra, con ERC”. Inevitablemente, recordé aquella conversación cuando, varios meses después, ganaron las elecciones ‘los suyos’ y se aliaron con ERC e IC-Els Verts. Allí se inició “el tripartito”, de triste memoria, pero también algo más de amplia y penosa repercusión nacional.
El 14 de diciembre de aquel 2003 se firmó en Barcelona, como prólogo de aquel gobierno a tres bandas, a cual más izquierdista, el “Pacto del Tinell” que mucho más que un pacto de apoyo a un gobierno en fase de configuración, tenía el siniestro aspecto de un acuerdo de tajante exclusión del partido de centro-derecha, el PP, que, todavía en aquel momento, era el apoyo parlamentario del Gobierno de la Nación. En el documento firmado por los líderes de las tres formaciones se establecía el compromiso de “excluir la posibilidad de cualquier pacto de gobierno o establecer acuerdos de legislatura con el PP, tanto en la Generalidad como en las instituciones de ámbito estatal”. Incluso se afirmaba el propósito de “impedir la presencia del PP en el Gobierno del Estado”. Hasta Artur Mas, al que nadie le había dado vela en aquel entierro y que se había quedado con tres palmos de narices tras su fracaso electoral, se apresuró a acudir a un notario para levantar acta de que tampoco CiU pactaría nunca con el PP. Lo que no le impidió aceptar los votos del PP cuando, años más tarde y ya presidente de la Generalidad, le faltaban apoyos para sacar sus presupuestos adelante porque le fallaron sus socios de ERC. La “gobernabilidad” –a la que tanto partido sacó Pujol, el “padre político” de Mas- admite, sin duda, muchas concepciones. Y no todas nobles ni presentables.
Aquel 14 de diciembre de 2003 y el pacto que entonces se firmó, creo que es un hito fundamental en la historia de nuestra democracia pues, sin exageración, se la puede considerar como el acto fundacional, los cimientos, del proceso de revisionismo y desmontaje del sistema de la Transición que, justamente tres meses después, el 14 de marzo de 2004, se puso en marcha cuando accedió al Gobierno de la Nación, el nefasto Rodríguez Zapatero, al socaire de aquel horrible atentado, que mató a casi 200 personas, y a muchas cosas más. Envalentonados, los radicales de izquierda lanzaron una campaña de acoso y exclusión del PP y algunos de sus “intelectuales orgánicos” (más de lo segundo que de lo primero) resucitaron contra el partido de centro-derecha la expresión “cordón sanitario” que –aunque utilizada avant la lettre por algunos historiadores para acontecimientos más antiguos- surge tras la I Guerra Mundial para designar el propósito de aislar al naciente régimen bolchevique, en beneficio de las supuestas democracias de Europa central y oriental. Se trataba de evitar el “contagio” de la “peste roja”, pero aquello terminó muy mal, pues el totalitarismo de todos los colores se enseñoreó del continente. Es curioso recordar que entusiastas partidarios –eso sí, reprimidos- del sovietismo se hayan apropiado de una expresión, inventada, precisamente, contra los soviéticos.
Pero, precedentes aparte, no se recuerda en ninguna democracia ningún pacto de exclusión de un partido democrático que, además y como en nuestro caso, es el que cuenta con mayor número de afiliados y militantes y el que, reiteradamente, ha obtenido el mayor número de votos en elecciones nacionales, autonómicas o locales. Aunque no siempre haya podido gobernar por la formación de oportunistas y casi siempre desastrosos “pactos de perdedores”, legales en un sistema parlamentario, pero, en la mayor parte de los casos, perjudiciales para el interés general, dilapiladores de los fondos públicos y, frecuentemente, propicios a toda clase de corruptelas, además de inestables e incapaces de políticas realistas y eficaces.
En una democracia asentada, los pactos suelen ser un instrumento normal de gobernanza, incluso cuando se dan entre partidos con profundas diferencias ideológicas, pero siempre dentro del sistema, como muestra la experiencia alemana de las “grandes coaliciones”. Una vez formados los gobiernos, con o sin mayoría absoluta de un solo partido, se siguen pactando innumerables asuntos en el ámbito parlamentario. Democráticamente, sólo se excluye a los partidos anti-sistema, además de los que puedan estar fuera de la ley, por decisión judicial, como ocurrió en Italia con el fascismo o en Alemania con el comunismo y con el neo-nazismo, al final de la guerra. O aquí con HB, pero no con sus retoños. Por otra parte, en Francia ningún partido quiere pactar con el Frente Nacional, pese a ser legal, en el Reino Unido, hoy por hoy, es difícil imaginar un pacto de los conservadores con el extremista y anti-europeísta UKIP o en Alemania con el similar AfD. Aunque sigue siendo verdad esa máxima inglesa según la cual “la política hace extraños compañeros de cama”. Siempre, claro, que no sean del PP.
En España corren otros aires. El PSOE ya tiene un completo historial de pactar con lo menos presentable del panorama político, con tal de impedir que gobierne el PP, como se ha demostrado en Baleares, Galicia o Andalucía. Ahora no le hace ascos a los neo-comunistas de Podemos y, como parece que este partido, hoy por hoy, extraparlamentario en España (aunque por la atención que le prestan los medios y la extensión con que se ocupan de él, parece que estamos ante un actor principal del juego político) empieza a hacerle carantoñas a ese partido-mosaico que es Ciudadanos (C’s). Lo de mosaico, tanto por la variopinta índole y condición de quienes acuden a ampararse bajo sus siglas, como por las heterogéneas, “transversales” y a veces contradictorias características de sus propuestas programáticas. Lo que repiten los dirigentes del PSOE, con oportunidad o sin ella, es que están dispuestos a pactar con todos, menos con el PP. Toda una exhibición de democracia en estado puro, que no impide su actual deriva, hacia no se sabe dónde.
Ya he dicho aquí, repetidamente, lo que pienso de muchas de las encuestas que, diariamente, diluvian sobre nuestras cabezas. Desde luego hay tendencias que parecen muy definidas pero que, frecuentemente, quedan muy matizadas y “redimensionadas” cuando se abren las urnas. Pero, en la hipótesis de un bipartidismo arrumbado, quien crea que con un Parlamento más fragmentado que el actual (¡ya tenemos siete grupos parlamentarios!) nos van ir mejor las cosas y, de pronto, vamos a ser mucho más demócratas, me parece que se llevará un descomunal chasco. No sería demasiado aventurado suponer que, en esa hipótesis, muchos añorarían el bipartidismo, hoy denostado y desafiado, no solo en España, sino en otros países europeos. Dudo que ningún historiador futuro considere este hecho o esta probabilidad como un progreso. Concepto, por cierto, de raíz liberal, que tiene un sentido muy diferente del que le dan los actuales “progres”.
No es paradójico afirmar que el peor enemigo del bipartidismo, no son esos nuevos partidos, por el momento en agraz, sino uno de sus históricos pilares, el PSOE. Incapaz de liberarse de las consecuencias del tsunami que, tanto para él como para el país en su conjunto, significó el zapaterismo, el socialismo español no acaba de ser una auténtica socialdemocracia y, preso de la tentación totalitaria que tan bien analizó Revel, sólo pretende que no pueda gobernar el PP, al tiempo que aspira a gobernar, aunque sea la frente de una heterogénea harca. Se puede apostar que en algún lugar de nuestro extenso territorio habrá gobiernos del PSOE con Podemos y tutti quanti. Y tampoco se pueden descartar gobiernos con C’s, como ya se va bosquejando en Andalucía. Al olor de la moqueta las posiciones anteriores se suavizan y la salida inmediata de los antiguos presidentes se sustituye por un “pacto (¿cómo no?) contra la corrupción”. Y todos tan contentos. Pero para luchar contra la corrupción, sobran los pactos: Bastan leyes bien concebidas y mejor aplicadas, por los tribunales correspondientes. Y, por supuesto, iguales para todos. En eso consiste el Estado de Derecho.