España parece haberse convertido en un colosal recinto teatral por mor de políticos histriones y comediantes a la deriva de su oficio; los primeros suben al escenario sin tener tablas suficientes y caen en tics de aficionados, así, no tienen claro si el papel que representan ha de ser mera recitación de un texto preconcebido, o deben “meterse” en el papel y “vivirlo” para lograr credibilidad. No es posible que sientan las utopías que cacarean, sin poner huevo, ni crean verosímiles los ensueños aldeanos que prometen. Si recitan el papel o “viven” sus ofrendas, no lo hacen para todos; solo para un sector: su parroquia. Hay uno de estos, de nombre artístico “coleta morada”, que pasea sus ocurrencias de bululú (en palabras de Quevedo sería: un "bufo farandulero miserable") por los “estudio 1” de las teles, provocando la piedad de la mayoría y el fervor de las antes famélicas legiones. Otro que tal baila es el más catalán de los catalanes, sobreactuado como actor, que tal parece creer las majaderías e imprecisiones históricas que farfulla en su lengua para que no le entienda ninguno de los quinientos millones. Lo de los políticos municipales no merece la crítica porque bisoños meritorios ellos, aún no saben de qué trata su papel y menos interpretarlo.
Luego vienen los de la gangarilla, esos comediantes con vocación de políticos; los que miran torcido y los que se atrapan una ceja, que vehementes ellos, ignoran que al declararse partidarios de sus ideas son admirados por muchos y apartados por otros muchos, porque España es una, pero el teatro no gusta a todos. ¡Qué sabio quien dijo aquello de: “político a tus gobernanzas y comediante a tus funciones”!… ¿O, era: “zapatero a tus zapatos”?