Aunque escritora de diversa factura, Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951) es sobre todo conocida como autora de novela policiaca, ámbito donde ocupa un puesto de primera. Su criatura Petra Delicado cuenta con un sinfín de seguidores que esperan ansiosos un nuevo caso de esta inspectora de policía que nació en 1996 con Ritos de muerte, y protagoniza un ciclo compuesto hasta ahora por nueve novelas -Mensajeros de la oscuridad, Un barco cargado de arroz, El silencio de los claustros, entre otros títulos-, y una colección de relatos, Crímenes que no olvidaré, que la han convertido en un personaje muy popular, al que dio vida Ana Belén en una serie televisiva que llegó a la pequeña pantalla en 1999. Petra Delicado y su fiel escudero, el subinspector Fermín Garzón, forman una pareja disímil y a la vez complementaria, a través de la que Giménez Bartlett nos sumerge no solo en casos policiales a cual más intrincado y difícil de resolver, sino también en las miserias y secretos de la sociedad, introduciéndonos en sus distintos estratos con el espíritu crítico que caracteriza al género negro.
Hombres desnudos, que se ha alzado con el suculento Premio Planeta, no es una novela policiaca. Pero sí hay un crimen de por medio y muchas miserias en este nada halagüeño retrato de nuestro presente que destila una amarga visión del mundo y de la condición humana. Una visión a la que proporcionan munición los momentos de crisis en los que todo se trastoca, cunde el desánimo, y pueden suceder cosas insólitas. Como que Javier, profesor de Literatura en un colegio de monjas, cambie sus esfuerzos para que sus alumnas lean y aprendan -en una tarea que hoy resulta poco menos que titánica-, por los sensuales movimientos de su cuerpo haciendo estriptis en un local un tanto cutre. Y, si se tercia, algo más que solo desnudarse en un escenario. A esta drástica mudanza le ha empujado quedarse sin trabajo -el centro, como tantas y tantas empresas, ha reducido personal-, y comprobar que el tiempo pasaba, no encontraba ningún otro puesto, su autoestima caía en picado y su relación de pareja naufragaba.
Pero no es solo Javier el que ve sometida su vida a un auténtico tsunami. Irene contempla cómo la firma heredada de su padre y de la que ella tomó las riendas se encuentra al borde de la quiebra. Y por si eso fuera poco, su marido la abandona para irse con una mujer mucho más joven. A Irene y Javier, protagonistas de la novela, se suman otros dos personajes: Iván y Genoveva. El primero, de baja extracción social, con un padre muerto por sobredosis y una madre yonqui ingresada en un hospital psiquiátrico, se convierte por azar en amigo de Javier y es quien le arrastra al terreno del estriptis y de la prostitución masculina, de lo que él vive más que holgadamente. La segunda es una amiga de Irene que, a diferencia de esta, fue ella quien dejó a su esposo por su hombre de mucha menor edad, con tanta musculatura como escasa inteligencia.
Los cuatro personajes funcionan como contrapuntos antagónicos unos de otros: frente a los torturados Javier e Irene, que entablan una escabrosa relación, están Iván y Genoveva, que se ponen el mundo por montera y salen airosos de las peores situaciones. “Que se entere pronto, que tome nota el profe. Puede haber una crisis del copón pero a mí no me hunde ni el ejército de los putos nazis, todos disparando a la vez. Yo tengo siempre la cabeza fuera del hoyo. Por encima no me pasa ni el aire. Sé por dónde piso”, dirá Iván, este Iván el terrible, dueño y señor de la noche y del sexo mercenario.
Sus destinos se cruzan en una polifonía de voces mediante sucesivos monólogos que se entremezclan con el diálogo, y en los que cada personaje cuenta en primera persona lo que auténticamente siente. Ante el muchas veces mentiroso diálogo, presidido por las convenciones y el disimulo, se alza la intimidad de lo que en verdad están pensando de sí mismos, y, sobre todo, de los otros. A destacar los diferentes registros lingüísticos empleados, acordes con la personalidad y nivel social del personaje.
En Hombres desnudos se desnudan los cuerpos pero, sobre todo, las almas. Y no es nada esperanzador lo que se descubre.